¿Pueden las familias de distintos contextos y lugares del mundo compartir rasgos en común? A simple vista podría parecer que no, ya que existen tradiciones, visiones, estratos sociales y problemáticas muy diferentes que hacen que esas experiencias parezcan imposibles de comparar. Sin embargo, siempre pueden surgir coincidencias que terminan uniéndonos a todos los seres humanos. Esas experiencias universales —el amor, la tristeza o incluso la risa— son las que nos conectan más allá de las diferencias.
Desde esa premisa parte Jim Jarmusch con su nuevo largometraje, recientemente ganador del León de Oro en el Festival de Venecia. Un triunfo no exento de polémica, por las dudas de si la película merecía realmente el galardón o si fue una elección de consenso. No he visto todas las películas de la competencia, por lo que no puedo afirmar si fue la más digna, pero habiéndola visto entiendo por qué pudo parecer una opción segura. Father Mother Sister Brother, aunque sea una película bien hecha, no se cuenta entre los mejores trabajos del cineasta, y sobre eso precisamente intentaré desarrollar a continuación.
No es la primera vez que Jarmusch presenta una historia antológica sin un hilo narrativo que conecte los relatos, pero sí con vínculos temáticos y detalles que los unifican. En su filmografía se tiene, entre diversas opciones, a Café y cigarrillos (Coffee and Cigarettes, 2003). En aquella, las conversaciones alrededor de un café y un cigarro servían como punto de encuentro entre personajes y situaciones. Aquí, el elemento común de los tres relatos de Father Mother Sister Brother es la familia y, más específicamente, el reencuentro.
En el primer relato, dos hijos (Adam Driver y Mayim Bialik) visitan a su padre (Tom Waits), a quien parecen no conocer del todo y a quien se acercan más por lástima que por afecto. En el segundo, dos hijas (Cate Blanchett y Vicky Krieps) viven cerca de su madre (Charlotte Rampling) —una escritora—, pero solo la visitan una vez al año para tomar el té. En el tercero, dos hermanos huérfanos (Indya Moore y Luka Sabbat) regresan a la casa familiar en Francia para ver qué quedó de sus padres. Desde esos puntos de partida ya se perciben rasgos propios del cine del director: personajes excéntricos pero contenidos, un humor seco y situaciones que, sin llegar al absurdo, provocan una comicidad natural. No se trata de humor físico ni de diálogos ingeniosos, sino de algo más directo, que impacta cuando debe hacerlo. Esa precisión marca la fuerza de los dos primeros relatos.
En ellos, los padres —el del primer episodio y la madre del segundo— representan fuerzas de control opuestas. El padre es una figura despreocupada que parece sorprendido por la visita de sus hijos, quienes, conscientes de la influencia que él tuvo en sus vidas, lo tratan con una cortesía casi obligada, como a un extraño al que se debe respeto. La madre del segundo relato, en cambio, ejerce una atracción distinta. Sin hacer demasiado, son las hijas quienes siempre vuelven hacia ella, la adoran y, en su presencia, parecen regresar a la infancia.
El tercer relato adopta un tono diferente. Con los padres ya ausentes, son los hijos quienes deben retomar el rumbo de sus vidas. Visitar la casa familiar representa para ellos una forma de cierre. Jarmusch reflexiona aquí sobre la necesidad humana de tener a alguien cerca y sobre cómo aprovechar esa cercanía, ya sea para bien o para mal. En los tres relatos se revela una dependencia inherente a nuestra condición, que es la de no querer estar solos, de buscar complicidad entre hermanos, padres e hijos o madres e hijas. Son esas pequeñas conexiones las que mantienen vivos los vínculos.
El guion refuerza esta idea mediante pequeños guiños —el color de la ropa, un grupo de skaters o con qué bebida es correcto brindar—, elementos que, aunque se ubiquen en lugares distantes, reflejan experiencias compartidas. Ahí es donde la película brilla más: en su capacidad para mostrar lo común dentro de lo diverso, con un cuidado formal mínimo pero efectivo.
Aun así, no considero que sea una cinta completamente redonda. En los dos primeros relatos hay más humor y una exploración más lograda de la dependencia emocional y el control, especialmente en el segundo. El tercero, en cambio, parece perder parte de ese pulso, como si fuera una idea añadida a última hora. Aunque funciona como paso natural —qué ocurre cuando los padres ya no están y cómo su ausencia amenaza con romper los lazos familiares—, el resultado se siente menos trabajado. El tono melancólico podría haberse desarrollado mejor, tanto en las actuaciones como en la dirección. Mientras los otros episodios cuentan con intérpretes reconocidos, aquí el cineasta opta por actores menos conocidos, algo habitual en su cine, pero que quizá requería un trabajo más cuidadoso para transmitir la emoción con mayor profundidad.
Además, este último relato deja entrever una sensación que acompaña a toda la película, que sería la impresión de que hay un mundo más amplio detrás de cada historia que nunca llegamos a conocer. No se trata de que deba explicarlo todo, sino de que la forma en que están planteados los relatos deja al espectador con ganas de ver un poco más allá, de obtener un detalle adicional que no llega. Tal vez esto se deba al carácter episódico de la película, que encapsula la experiencia familiar en espacios muy cerrados, lo que, si bien refuerza la intimidad, también despierta el deseo de saber qué hay después.
Por eso Father Mother Sister Brother podría haber profundizado más en esas transiciones. Es una buena película, pero habría funcionado mejor como parte de un conjunto más amplio. Al tener un tercer episodio más débil, se genera un desbalance que resalta las diferencias entre los relatos. Aun con eso, no podría afirmar que sea una obra indigna de un premio; al final, esas son discusiones subjetivas. Está lejos de ser un mal trabajo y, si se interpreta como un reconocimiento a la trayectoria de un director tan respetado como Jim Jarmusch, el galardón resulta un gesto justo. Con sus aciertos y limitaciones, el filme deja una reflexión valiosa: sin importar la distancia o el estado de los vínculos, los recuerdos y la necesidad de permanecer juntos —ya sea en este plano o en otro— siempre prevalecerán.



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