Semana del Cine Ulima: “El mensaje” (2025), viaje a ninguna parte


Hay una especial potencia en el silencio, ya sea cuando uno está solo, pensando en lo que pasó o en lo que vendrá, especialmente si se emprende un viaje sin rumbo claro. También cuando se está acompañado, aunque se diga que los silencios compartidos pueden ser incómodos. Creo que, si se supera la idea de que toda compañía requiere comunicación verbal, estar en silencio junto a alguien puede resultar propicio para mantener cierta sintonía en los vínculos que se forman, sean del tipo que sean.

El argentino Iván Fund quiso apoyarse de este recurso en su nuevo largometraje El mensaje (2025), donde seguimos a esta —por así decirlo— familia. Uso ese término con cautela porque, más adelante, ese vínculo podría ponerse en duda. Se trata de un grupo que recorre la pampa argentina, en escenarios alejados de la ciudad, porque la integrante más joven, una niña llamada Anika (Anika Bootz), tiene el poder de comunicarse con los animales y transmitirles a sus dueños lo que estos sienten o intentan expresar. Su don consiste en traducir aquello que los animales no pueden comunicar por medios convencionales, y por eso sus servicios son solicitados.

Al tratarse de una habilidad extraordinaria, sus tutores (Mara Bestelli y Marcelo Subiotto) la sobreexponen, explotando su talento y presentándola casi como una atracción de feria. Van de un lugar a otro para que la gente lleve a sus mascotas y descubra qué pueden decir. Y es precisamente ahí donde regresa la idea del silencio: mientras la niña protagonista es usada para hacer “hablar” a los animales, lo que realmente interesa al cineasta no es la comunicación literal, sino los viajes interiores de cada personaje.

A través de esos silencios, Fund se enfoca en lo que ocurre entre cada desplazamiento. Mientras la niña intenta conectarse con su propio don y comprender a los animales, sus tutores revelan una soledad contenida, tal vez una culpa o, al menos, un dilema moral: ¿están haciendo lo correcto con ella o se convencen de que explotarla es lo mejor para mantener el orden dentro de su dinámica familiar?

Sin embargo, más allá de esas posibles lecturas, la película termina sintiéndose vacía. El cineasta no parece interesado en desarrollar la complicidad entre los personajes: ni entre la figura paterna o materna y la niña, ni siquiera entre los propios adultos, que asimilan de manera distinta el trato hacia Anika. Hay lecturas que podrían enriquecer el relato, pero el filme nunca las explora con verdadera profundidad.

Podría pensarse, por ejemplo, que el contexto argentino actual —marcado por la crisis y la desigualdad— encuentra un eco en la historia: la explotación de ciertos sectores por parte de otros, disfrazada de una falsa promesa de bienestar. Sin embargo, esa interpretación resulta algo forzada, pues la película nunca parece apuntar hacia ahí.

También podría entenderse como una reflexión sobre la fe ciega: la necesidad de creer en algo, aunque sea una ilusión. En ese sentido, la película parece construir su discurso en torno a la idea de una comunicación real frente a una ilusoria. Esto se evidencia en la relación entre Anika y su creencia en el Ratón Pérez, figura mágica que recolecta dientes y deja dinero a los niños. Si bien el Ratón Pérez no existe, el hecho de que la niña pueda hablar con los animales debería ser real. Pero ahí la película tropieza: nunca queda claro si ese don es auténtico, una alucinación o una estafa montada por los adultos a cargo.

La película se limita a observar a Anika interactuar con los animales sin revelarnos qué ocurre realmente. Esa ambigüedad, que podría haber sido sugestiva, termina volviéndose insulsa. Todo el viaje carece de peso emocional o narrativo, sobre todo tratándose de una road movie sin punto de partida ni de llegada. Al final, El mensaje se siente como un círculo que gira sobre sí mismo: empieza en nada y termina en nada.

La película parece preguntarse si esos silencios iniciales buscaban una complicidad genuina o solo la ilusión de encontrar la felicidad mediante la unidad familiar, incluso en un entorno adverso. No pido que la cinta lo entregue todo masticado, pero sí que ofrezca algo más que permita al espectador construir su propia lectura. Aquí todo queda en un terreno gaseoso, demasiado superficial, lo que hace que la experiencia resulte decepcionante y, por momentos, tediosa.

Teniendo en cuenta la expectativa generada, el resultado se siente corto. El mensaje pudo haber llevado su premisa a lugares más fascinantes, explorar con mayor fuerza la duda sobre si la comunicación entre especies es verdadera o parte de un elaborado engaño, o aprovechar el viaje para construir un retrato familiar más complejo. Ninguna de esas posibilidades se concreta. Incluso con un blanco y negro visualmente logrado y actuaciones cumplidoras, el filme no logra trascender. A diferencia de lo que su needle drop de los Pet Shop Boys sugiere, esta es una película que no se quedará en mi mente.


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