“Bugonia” (2025): colonia en putrefacción


El enfrentamiento de clases es una temática recurrente dentro del imaginario surcoreano que triunfa en occidente. Entre las producciones recientes de Bong Joon-ho y el fenómeno mainstream que supuso Squid Game, la visión crítica sobre el país asiático responde a altas tasas de pobreza relativa y desigualdad económica. Si bien dichas narrativas no son desconocidas en el continente americano, su tratamiento dista de sensibilidades tradicionales, encantan desde el humor negro, la hipérbole y el ingenio punzante del comentario social.

Con estatus de culto pero sin el éxito de obras posteriores, la película coreana Save The Green Planet! (2003) se suma a la lista con una propuesta particular: una pareja de clase trabajadora secuestra a un ejecutivo farmacéutico acusándolo de ser extraterrestre. Así, el director Jang Joo-Hwan expone brechas sociales y negligencia laboral a partir del absurdo, expandiendo en el concepto de distancias al punto que unos no reconocen al otro como terrícola. De montaje videoclipero acompañado por secuencias de tortura y situaciones delirantes, resulta en una experiencia sórdida de claras inconsistencias.

Aclimatada para el público estadounidense, Bugonia (2025) es un remake que apuesta por un tratamiento más sobrio, frío, in crescendo conforme los personajes revelan sus traumas y afectos. Planeada para ser dirigida por el mismo Joo-Hwan, no fue hasta 2024 que el griego Yorgos Lanthimos asumió el puesto, convirtiendo a la cinta en su cuarta colaboración con Emma Stone e impregnando el universo ficcional con su sello creativo. Violencia shockeante, relaciones de poder y una cámara que evita la subjetividad, lo que originalmente era una sátira melodramática se convierte en un ejercicio observacional distante, decisión reconocible desde los primeros minutos.

Empleando lentes macro de enfoque superficial, la narración de Teddy (Jesse Plemons) sigue a las abejas en el proceso de polinización. Contrario a prácticas establecidas del documental sobre vida silvestre, sus palabras no humanizan a la colonia, haciendo un paralelo al modo como este y su primo Don (Aidan Delbis) son observados en el mundo laboral. La analogía está presente en la iluminación cálida y los patrones geométricos que cubren las paredes de su hogar, siendo una historia donde las “obreras” se rebelan contra la “reina”, mejor dicho, la dejan de reconocer.

Respecto a la original, la premisa es prácticamente igual: dos apicultores secuestran a la CEO Michelle Fuller (Emma Stone) para desvelar su identidad alienígena y salvar el mundo de la destrucción. A fin de crear una narrativa más compacta, esta versión omite la subtrama policial, haciendo hincapié en sus protagonistas y la conspiración que los une. Volviendo a la escena de apertura, Teddy compara el Trastorno de Colapso de Colonias con una pandemia. Entendido el fenómeno como el abandono de la colmena por parte de las obreras, la respuesta no está en el cambio climático o el uso irresponsable de pesticidas, sino en “las estrellas”.

“Esos seres siempre han estado ahí. Nos encierran. Nos envenenan. Nos asfixian”, explica el personaje mientras Fuller aparece en pantalla. Reflejo de la humanidad, el panal concentra lo vivido entre 2020 y 2023, años de crisis sanitaria, económica y sociopolítica, donde las posibilidades de radicalizarse estaban a merced del algoritmo. De izquierdas a derechas, la deslegitimación de instituciones públicas y privadas reforzaron la formación de diversos bandos que, una vez impuesto el confinamiento, acentuaron sus enfrentamientos en internet. Teddy proviene de esa camada, alguien que ha recorrido el abanico político hasta aislarse en sus propias creencias.

Película pospandémica, las distancias que establece van más allá de las clases sociales, siendo ideología y cordura dos factores relevantes en la caracterización de sus personajes. Ya en el sótano de los secuestradores, la CEO saca a colación el concepto de “cámara de eco”, término que explica la conducta de los primos respecto al contenido monotemático que consumen, alimentando sus ideas sin posibilitar el cuestionamiento. Plemons interpreta a un conspiranoico absorto e implacable, Delbis lo hace desde una posición subyugada, generando una dinámica de poder que nace del afecto familiar para transformarse en una dependencia intoxicante.

Previo al acto delictivo, el montaje alterno vislumbra estas diferencias con mayor precisión. Por el lado de los apicultores, la voz en off de Teddy predomina sobre las pequeñas intervenciones de Don, liderando su rutina de ejercicios, cocinando para él e incluso castrándolo químicamente. Por su parte, Michelle Fuller se nos presenta como una mujer ordenada, de trabajo estable y con gran reputación. Se identifican dos arquetipos opuestos: el redneck y la girlboss, regresión y progreso. No obstante, ese enfrentamiento dista de frentes morales claros, con motivaciones ocultas a descubrir.

La máscara es un estilo de vida que traspasa la posible identidad alienígena, respondiendo a necesidades conscientes e inconscientes en ambas partes. La CEO, por ejemplo, sigue un estricto programa de rejuvenecimiento en línea con su imagen de mujer moderna, empoderada y distante, mientras que Teddy asume la conspiración como coraza frente a un trauma familiar que se revela a lo largo del filme. Algunas figuras son impostadas para mantener el control, otras buscan respuestas desesperadas a su sufrimiento, caen a lo más hondo para sobrevivir. 

La puesta en escena juega irónicamente con esta idea, posicionando al personaje de Stone entre paneles de vidrio para retratar su “transparencia”. A ello se suma la luz natural que inunda su edificio de trabajo, reforzando la atmósfera corporativa y fría, opuesta a la apariencia cálida de su pelo y labios. Lanthimos aleja y distorsiona con el uso recurrente de lentes angulares, aisla a sus personajes durante las conversaciones gracias al shallow focus, crea una dinámica visual que dificulta empatizar a favor de una audiencia ajena, de visión objetiva.

Si bien ello puede repeler a espectadores que esperan conectar con el universo en pantalla, la narrativa se sostiene sobre la creciente tensión entre Teddy y Michelle, sobre el pasado que los une. Este desemboca en escenas tan estridentes como la tortura eléctrica (con «American Idiot» de Green Day sonando) o el almuerzo que comparten, momento donde el enfrentamiento pasa a un intento directo de homicidio. El griego sigue impenetrable con sus representaciones violentas y, estando más contenidas, logran impactar sin sentirse gratuitas. 

A propósito de la banda sonora, su magnificencia viste el patetismo del “héroe” protagonista con irreverencia, recorriendo las calles mientras maneja su bicicleta y escucha podcast conspiranoicos. Por su parte, el hit «Good Luck, Babe!» de Chappell Roan advierte cómicamente el destino de Fuller, a la par que contextualiza la época en que se desenvuelve la ficción. El choque de realidades resulta accidentado y de diálogos poco naturales, sirviendo a una extrañeza que logra mantenerse verosímil durante parte considerable del metraje.

Con un final que reafirma su visión pesimista sobre la sociedad contemporánea, Yorgos Lanthimos ofrece una experiencia sólida y directa, por momentos demasiado subrayada. De prácticas visuales a las que ya nos tiene acostumbrados, Bugonia se sostiene sobre un guion trepidante que sabe abordar temáticas relevantes sin caer en moralejas, poniendo a juego nuestra visión sobre el poder, el abandono y la fe obtusa.

Archivado en:


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *