Este artículo fue escrito originalmente en Zeroville, el espacio virtual de Óscar Pita-Grandi en la plataforma de La Mula, creado para comentar sobre cine. Lo republicamos en Cinencuentro por su interés y con el permiso expreso del autor. 1.Hace varios… Seguir leyendo →
Marina, Sofía y Violeta son tres adolescentes huérfanas (¿por la dictadura argentina?) que viven solas en esa casa grande porque ha muerto la abuela que las cuidaba (¿unía?). Tres mujeres, tres caracteres, un conflicto: convivencia y libertad pero negación de esa convivencia y rechazo de esa libertad. Entramos en esta historia cuando ya está en curso, por lo que no queda más remedio que irse acomodando a las circunstancias e ir viendo qué sucede cuando parece que nada va a pasar (¿reminiscencias del cine uruguayo?).
Una rutina invencible esboza de manera lenta y tediosa la cíclica dinámica en La Sirga. Una dinámica a la que Alicia tiene que acogerse. Hay un familiar lejano que la espía mientras ella se desviste. También un joven balsero que parece enamorado de aquella criatura nueva y extraña llamada Alicia. Y una amenaza de violencia armada y narcotráfico. Hay todo eso y pocos rastros del mundo civilizado. Sólo pocas personas, truchas, lluvia, viento y agua, agua por todos lados.
Gherdi es un director de cine recluido en un sanatorio de Buenos Aires. También puede ser que ese director de cine recluido en el sanatorio, no sea Gherdi. El interno recluido en el sanatorio, que se piensa es Gherdi, dice ser Rémoro Barroso. Rémoro es un anciano distraído y entrañable con apariencia de director de cine (sombrero, barba y sacón de rigor). Esa apariencia también podría corresponderse con la de un poeta, un retirado monje budista, un recolector de basura o un dependiente de blockbuster.
La historia: madre necesitada y sin marido debe elegir si continúa estancada por un padre anciano o enfermo o entregarlo a un hospicio. ¿Será que el cine uruguayo se resiste a abandonar la forma estética de los Rebella/Stoll? (es decir, avanzo y continúo pero dudando y mejor me detengo a esperar a ver qué hacen las cosas por sí solas). El pesimismo y la carencia es el mejor lugar para brillar a escondidas y un paraíso (otras veces, un infierno) de oportunidades.
Antonio (aquella forma de realidad que Reygadas toma como su golem), un joven hacendado en el interior de México, ha sido bien educado, tiene una esposa que toca el piano y habla francés y cría dos niños, vive rodeado de perros, ganado y árboles. Apenas si mantiene contacto con la ciudad. Ah, lo olvidaba, también lleva consigo unos cuantos vicios y por supuesto, una memoria que, como toda memoria, es caprichosa.
Que me perdonen Abbas Kiarostami (el padre del moderno cine iraní) y Jafar Panahi (su alumno más aplicado y rebelde) pero lo hecho por Asghar Farhadi, aquí, me parece más que una continuación del cine arte iraní, una renovación estética con grandes posibilidades en lo narrativo. Digámoslo con todas sus letras: “Una separación” es una obra maestra.
Un triángulo amoroso que involucra a Cauby, un fotógrafo que pasa por la selva del Amazonas, una mujer hermosa e inestable llamada Lavinia y su marido, el predicador Ernani que cree que es posible solucionar las contradicciones del mundo.
Lavinia, el cuerpo; Cauby, la mirada; Ernani, la palabra. Los tres lados de una pasión ardiente, en medio de la naturaleza amenazada por la devastación.
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