Los fantasmas de Madeinusa


madeinusa

Festival Latinoamericano de Cine de Lima tuve algo definido desde el inicio: brindarle bastante (o más) ojo a las óperas primas. No pude ver algunas pero sé que visioné las que en su momento supuse darían que hablar. Más bien que mal. De las tres premiadas en dicha categoría, la que se me escapó a última hora fue la chilena La sagrada familia (Mención honrosa). Sin embargo, la brasileña que se alzó con el Primer premio Cine, aspirinas y buitres (que para mí también ganó en la ficticia categoría a Mejor título) fue para mí justa ganadora sobre las demás (que pude apreciar). Más todavía sobre Madeinusa (de la peruana Claudia Llosa, sobrina lejana de Mario Vargas Llosa y por tanto, también, del director Luis Llosa). Sobre esta primera entrega tengo unas breves líneas.

Entiendo que Claudia Llosa es comunicadora y no antropóloga. Que ha estudiado guión en Nueva York y trabajado como publicista en Barcelona y me parece muy bien que se haya animado a incursionar en el cine, más todavía porque al cine peruano le hace falta “refrescarse”. Renovarse. Muy bien. Que Madeinusa es una ficción y no un documental. De acuerdo. No obstante, a pesar de saber que nada de lo plasmado en Madeinusa existe; o, dicho de otra manera: todo lo plasmado en aquel film es producto del imaginario de la directora y guionista, el entorno empleado tiene ya en nosotros respuestas que despiertan con tan solo ver las locaciones serranas, y esas respuestas friccionan con lo planteado por Claudia Llosa. Estoy de acuerdo en que una película es una visión particular sobre algo; quizá ésta haya sido planteada como plataforma o mecanismo de interacción de cuestiones y motivaciones y temores de su creadora, pero aún así me quedo con la sensación de que instalar aquellas “motivaciones” en el Ande, no fue tan novedoso como impostado.

Simplemente percibo que algo no termina de cuajar. Ojo, la película, en sí, tiene bastantes logros de orden estético: un inteligente manejo lumínico (más todavía en exteriores), un vestuario que hablaba por sí solo, incluso algunos recorridos de cámara interesantes (más durante los momentos dinámicos), y actuaciones bien logradas, etc. Sin embargo me parece que el tratamiento es demasiado citadino. Que hubo mucho de “rascacielos” tropezándose entre “chozas”. Que hubo un impacto (no un encuentro) de situaciones propias de las tragedias y alegorías griegas y romanas (los bacanales), de los conflictos freudianos (la ira, la envidia y el deseo como móviles congnoscitivos) y aun edípicos con la inocencia y lo fúnebre del rico mundo imaginario de los Andes del Perú; que si bien no lo conocemos del todo, al menos sabemos reconocer lo que a éste le ha sido impuesto en Madeinusa. Siento (y repito este verbo para recordar lo personal de mi visión) que Madeinusa es un pueblo fantasma que nunca termina de ser aceptado en el Ande y con eso, consigue que nuestro acercamiento, a esa ficción, sea algo artificioso, con consciencia de la irrealidad a que se nos somete, y no una suave transición entre esa forma de realidad y la “verdadera” realidad que uno cree conocer. Finalmente, y esto quizás corresponda más a cuestiones de corte argumental, nunca llega a provocar ese delgado sonido semejante a un “clic” (“delgado sonido” en sentido figurado, por parafrasear creo que a Flaubert cuando hablaba acerca del final de una historia) con que se da por cerrado en forma adecuada un metafórico cofre de mesa.

(Vía Nuvolaglia)

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