Dir. Judith Vélez | 100 min. | Perú – Cuba – Argentina
Guión: Augusto Cabada y Judith Vélez
Edición: Roberto Benavides
Intérpretes:
Jimena Lindo (Miranda), Gianfranco Brero (Ignacio), Pietro Sibille (Saúl), Leonardo Torres Vilar (Tomás), Kathy Serrano (Aída), Sergio Paris (Andrés), Amarantha Khun (Miranda niña), Franco Miranda (Tomás niño)
Estreno en Perú: 28 de setiembre del 2006
Estamos ante el viaje de Miranda, la protagonista, un viaje físico por la sierra arequipeña como un viaje interior, casi existencial en busca del padre. Lo que define esta trayectoria es la desolación, interna y externa, mientras que el avance se construye sobre la base de despertar y mantener la curiosidad del espectador. Los Andes no se visten aquí con sus mejores galas, sino con las más reales; es decir, los yermos, inmensos y fríos parajes que caracterizan nuestra serranía.
Es interesante ver cómo han coincidido en dos películas dirigidas por mujeres y estrenadas casi simultáneamente observaciones externas (limeñas, urbanas) sobre el mundo y el paisaje andinos: Madeinusa y La prueba, de la realizadora Judith Vélez; aunque con diferentes enfoques y en distinto grado. Ambos filmes, por otro lado, comparten con Días de Santiago un guión no convencional y que gira en torno a una anécdota central alrededor de la cual se avanza hacia un desenlace. En los tres casos se aprecian obsesiones personales de los realizadores, antes que el cumplimiento de una receta dramática típica. Sin embargo, en el caso de la película de Vélez, el esquema ha sido llevado hasta el extremo.
En efecto, este filme parece un cortometraje ampliado, con un claro planteamiento inicial y una reveladora conclusión; y, como en Madeinusa, nuestra protagonista va cumpliendo su meta gradual y (todavía más) sutilmente que en el filme de Llosa. En ambos casos, el desenlace resulta eficaz y coherente. Hasta aquí las similitudes, ya que en La prueba lo que ocurre entre el inicio y el final es muy diferente –en lo formal– que en las otras películas.
Estamos ante un viaje de la protagonista, un viaje físico por la sierra arequipeña como un viaje interior, casi existencial en busca del padre. Lo que define esta trayectoria es la desolación, interna y externa, mientras que el avance se construye sobre la base de despertar y mantener la curiosidad del espectador. Ya desde las primeras tomas vemos que el interés de Vélez por el paisaje es muy distinto al de Llosa. Los Andes no se visten aquí con sus mejores galas, sino con las más reales; es decir, los yermos, inmensos y fríos parajes que caracterizan nuestra serranía. De igual forma, la mirada externa de la protagonista sobre el poblador andino está más desarrollada que en el caso de Salvador, en Madeinusa. La limeñita Miranda llega al menos a respetar al poblador andino, se observan inocentes aunque finalmente efectivos pagos a la tierra, e incluso se llega a ver cómo la mujer andina lleva el mayor esfuerzo en la construcción de un campanario. Gracias a ello, Vélez se ha librado de la condena de nuestros modernos inquisidores en el ámbito del conocimiento del mundo andino.
Ciertamente, La prueba no tiene como objetivo ilustrarnos sobre este tema, sino que sigue más bien una estética minimalista; es decir, centrada en un paisaje casi intemporal y las pequeñas anécdotas de viaje que distraen a la protagonista de un dolor que la domina. El paso del tiempo y su relativa falta de apuro por ubicar a su progenitor, aunados a ese paisaje interminable sugieren la instalación de un sufrimiento profundo; el cual es alimentado por varios recuerdos de la infancia, siempre en ambientes fríos o vacíos o en circunstancias dolorosas. Los nexos entre estos episodios y el objetivo de Miranda pueden llegar a ser muy sutiles; así, su visita a un funeral en una aldea o la música que acompaña a una procesión nos insinúan que “la procesión va por dentro”. En consecuencia, tenemos un filme desnudo, lento, vacío y desolado, muy distinto al barroquismo ya sea urbano (Días de Santiago) como rural (Madeinusa).
Se ha dicho que a la película le falta garra y que se limita a una corrección formal en todos sus aspectos. Es posible. Quizás habría ayudado –dentro del esquema propuesto por la directora– que la protagonista fuera más malcriada y más arrebatada en su dolor, de tal forma que arrastre más a los hombres que le tocó conocer hasta llegar a su destino. Pero pienso que ello hubiera ido en contra de su tratamiento tan distanciado como intimista de contar esta historia. La directora confía quizás excesivamente en una fotografía deslumbrante así como en una música más que apropiada; lo que constituye una de las grandes bazas de la obra de Vélez. Otro punto a favor, señalado por Gonzalo Portocarrero en su propio blog, es el tener personajes más consistentes y desarrollados gracias a ese enfoque de La prueba. Como en el caso de los otros dos filmes citados, un mayor desarrollo dramatúrgico (sino un guión con mayor conflicto y acción dramática) hubiera ayudado a cubrir esa percepción de que “aquí falta algo”, que aqueja –aunque en diverso grado– a estas tres películas.
Para concluir las comparaciones con Madeinusa, podríamos imaginar que Judith Vélez ha basado su guión en un hecho real de la vida de Claudia Llosa, antes de que ésta hubiera escrito y llevado a la pantalla su película. Esto explicaría muchas cosas sobre la polémica levantada en torno al controversial filme de la directora residente en Barcelona.
Juan José Beteta
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