Maniquíes abyectos: Anatomía del infierno y Window Water Baby Moving


El martes 13 estuvimos en el Auditorio de Humanidades de la Universidad Católica, en la inauguración de la muestra Maniquíes abyectos, de Ver o no ver, la propuesta cinéfila del promotor Enrique Vivar. Ante aproximadamente cincuenta personas, apreciamos Anatomía del infierno, de la francesa Catherine Breillat, y luego, cerrando un díptico alucinante, el cortometraje Window Water Baby Moving, del norteamericano Stan Brakhage.

Aquí les comentamos ambas personalísimas obras:

Anatomía del infierno

Anatomie de l'enfer(Anatomie de l’enfer, 2004)
En Francia el nombre de la escritora y directora Catherine Breillat ha estado asociado a la polémica por introducir en sus filmes escenas X y por su posición respecto al tratamiento de la sexualidad en el cine. Provocadora y controvertida, tanto su obra y sus opiniones despiertan odios como adhesiones. En el 2000 llegó a las salas de Lima Romance, una de sus cintas más conocidas, y por estos días -gracias al recomendable ciclo Ver o no ver- hemos visto su última producción Anatomía del infierno, basada en su propia novela (Pornocratie), y en la que confirma su fidelidad a su discurso y motivaciones.

En Anatomía del infierno se reitera el estilo moroso del cine de la Breillat, compuesto por planos largos y estilizados acompañados por la voz en off de la realizadora que nos va revelando las reflexiones de sus personajes. En esta ocasión cuenta los (des)encuentros sexuales que sostiene una pareja que se conoce en una discoteca gay. El “hombre” (los personajes no tienen nombre, aunque se trate en este caso de Rocco Siffredi, estrella del porno europeo) salva a la “mujer” (Amira Casar) de un intento de suicidio, y ella le propone pagarle para que la visite a lo largo de cuatro noches en una mansión situada al borde de un acantilado, un paraje que sugiere desolación y soledad, sensaciones que se proyectan en la tortuosa relación que entablan los amantes. El filme presenta una jornada de encierro y exploración en la que el personaje femenino toma la batuta de los acontecimientos, mientras se suceden evocaciones de su despertar sexual cuando era niña, que revelan sus inclinaciones exhibicionistas y sadomasoquistas. Toda una joya.

Con ritmo distendido y lánguido, los personajes tienen sexo mientras se cuestionan, en monólogos gélidos y cerebrales, su papel como sujetos/objetos sexuales. Básicamente la historia es eso, sazonada con escenas audaces (particularmente una en la que el flujo menstrual se ve involucrado) y otras que no lo son tanto. Al inicio de la cinta se “advierte” gratuitamente al espectador que los actores fueron reemplazados en las tomas explícitas ante cámaras, como para indicar que lo que verá es una performance, una representación cinematográfica del cuerpo (o de fragmentos del mismo).

El bagaje intelectual de Breillat da como resultado una película curiosa, por momentos inteligente (la protagonista suelta por ahí una arenga feminista diciendo que la mujer da vida, y el hombre muerte y vida eterna) pero en definitiva irregular. Su mirada sobre las relaciones humanas no roza ni la intensidad de El último tango en Paris, y menos la trasgresión de El imperio de los sentidos, auténticos paradigmas del cine erótico, obras atentas al comportamiento y evolución de sus personajes en el frenesí sexual, y que bien pudieron servirle a la directora para despercudir a su cinta de tanta afectación. El ridículo final de Anatomía del infierno confirma esa sensación. Si para Julio Ramón Ribeyro el cuerpo de una mujer es por definición infinito y no tiene puertas como el mar, para Breillat conduce a un callejón sin salida. Deprime un poco que esta conclusión, con sabor a causa perdida, provenga de una mujer.

Rodrigo Portales

Window Water Baby Moving (1962)

Window Water Baby MovingSilencio. Una ventana abierta que deja entrar rebosante luz. Un cuerpo desnudo, grávido, epicúreo. Recipiente con agua, aparición paulatina, arribo al mundo de una nueva criatura. Brakhage emprende, prepara, lanza, el nacimiento de su hijo, nada menos. Es una puesta en escena envolvente, uterina, con encuadres oblicuos y frontales de protuberancias y cavidades, colores vivos y ausencia de sonidos que amplifica la propia representación de éstos, haciendo que oigamos, percibamos mejor las pujas de la parturienta, los gritos del neonato y el gorgoteo del líquido elemento, entre las entrañas compartidas y la separación umbilical. Un tour de force de una cámara nunca tan íntima y cómplice, que actúa en el espacio de un departamento, con un aliento celebratorio que vuelve tras algunos pasos en el montaje. Es una mirada exultante de la vida, un milagro de la naturaleza, plasmado en breves minutos que se pasan volando mientras un varón se encuentra con el universo.

Gabriel Quispe

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