Dir. Bruno Barreto | 110 min. | Brasil
Intérpretes: Michel Gomes (Sandro do Nascimento), Chris Vianna (Marisa), Marcello Melo Junior (Ale Monster), Gabriela Luiz (Sonia), Anna Cotrim (Valquiria), Tay Lopez (Jaziel), Vitor Carvalho (Sandro, joven), Jana Guinoud (Maria), Rodrigo dos Santos (Wagner), Ramom Francisco (Patola, joven), Lucas Rodrigues (Quico, joven), Yasmine Luyindula (Sonia, joven) Hyago Silva (Ale Monster, joven), Douglas Silva (Patola), Gleyson Lima (Quico), Rafael Logan (Melena), André Ramiro (negociador policial), Alessandra Cabral (Geni), Teresa Xavier (Selma), Maria Delfina (D. Jacira)
Estreno en el Festival: 09 de agosto de 2009
Esta película brasileña de Bruno Barreto, está ambientada en las favelas de Río de Janeiro y muestra las condiciones de vida de la niñez abandonada, sometida a la violencia, la drogadicción y la vida en las calles; lo que constituye ya un tema dentro de la cinematografía de ese país. Las condiciones sociales de abandono, marginalidad, pobreza y violencia en las que se desarrollan los personajes desde la infancia les impide su adecuación a una vida civilizada. A partir de allí, la película registra los sucesivos intentos de salir de este mundo y cómo estos fracasan no por falta de deseo sino por los citados condicionamientos.
Esta película brasileña de Bruno Barreto, está ambientada en las favelas de Río de Janeiro y muestra las condiciones de vida de la niñez abandonada, sometida a la violencia, la drogadicción y la vida en las calles; lo que constituye ya un tema dentro de la cinematografía de ese país. La característica del filme es su alta dosis de “adrenalina social” en la descripción de estas condiciones mediante una relato melodramático, pero realista.
La parte inicial es fundamental para el enganche del público, ya que presenta dos dramas familiares. El primero, la madre drogadicta al que su proveedor le arrebata a su bebe (Ale) para convertirlo en un capo de las pandillas; posteriormente, ella se regenerará y convertirá en una religiosa evangélica. Y la segunda historia, que en realidad es la más importante, la de Sandro, otro niño que también queda sin madre, muerta en un asalto; quedando a cargo de una tía que finalmente no lo puede mantener, convirtiéndose en un niño de la calle.
El planteamiento de estas dos historias marcará, desde el inicio, el brutal estilo de la película. Incluye, casi sucesivamente, el abandono, la (muy temprana) drogadicción, la violencia como una presencia constante, la prostitución, el robo y el asesinato; como estadíos que se suceden y conviven muy rápidamente. Su desarrollo crea un mundo y una cultura (una forma de pensar y relacionarse) que condiciona fuertemente a los protagonistas.
Dicho de otra forma, estamos ante una estética naturalista. Las condiciones sociales de abandono, marginalidad, pobreza y violencia en las que se desarrollan los personajes desde la infancia les impide su adecuación a una vida civilizada. A partir de allí, la película registra los sucesivos intentos de salir de este mundo y cómo estos fracasan no por falta de deseo sino por los citados condicionamientos. El punto más doloroso está en las carencias emocionales de los protagonistas, sobre todo hacia sí mismos, antes que hacia quienes intentan ayudarlos (la madre rehabilitada y Walquiria, la directora de una ONG que ayuda a los niños de la calle).
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Sobre esta base naturalista, tenemos un tratamiento audiovisual realista. Gran parte de la película ocurre en las calles y la favela, y la actuación de los niños y jóvenes es decididamente convincente. Pero el gran factor que hace funcionar todos estos elementos es el montaje y su tempo frenético, que desde el inicio nos bombardea con una mezcla explosiva de imágenes y situaciones; en un crescendo que pareciera no acabar nunca. La destreza de Barreto consiste en que esta velocidad está perfectamente regulada, para no caer en la precipitación ni en la mera fragmentación con fines de zamaqueo gratuito al espectador; en ese sentido, su propuesta está más cercana –estéticamente, aunque en las antípodas ideológicas– a la de Tropa de Elite, de Jose Padilha, antes que a Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles y Katia Lund, la que se caracteriza por esa combinación de material testimonial y recursos visuales extraídos de la publicidad.
En consecuencia, la película avanza mediante el entrelazamiento de estos dos personajes a lo largo de sus finalmente disímiles destinos, en una trama algo enrevesada, pero que llega a entenderse perfectamente pese a ese montaje trepidante y vertiginoso que nos conducirá al desenlace que da pie al título de la película. La trama mantiene así toda su carga emocional y cada uno de los avances, que acaban luego en retrocesos de los personajes, son como golpes que uno va recibiendo permanentemente. Golpes donde se remacha lo sembrado desde infancia y esto es lo que hace que la película tenga una gran unidad estilística. A ello aporta también el componente documental, que ayuda mucho al involucramiento del público y al éxito de la película.
Algo que me molestó un poco es que esta historia –los niños de la calle y la violencia urbana de las pandillas en las favelas– ya ha sido contada varias veces antes; al punto que varias situaciones parecieran ser una sucesión de clichés. Y me molestaba más conforme comprobaba lo buena que era la realización de la película y cómo me mantenía en tensión todo el tiempo: no hay nada peor en el cine que una “buena” manipulación emocional (“buena”, en el buen sentido). Es por ello que considero estas reiteraciones como un defecto menor, que no invalida la propuesta, dado el peso y efectividad de sus otros valores cinematográficos.
Además, hay que considerar que quizás no seamos muchos los que hemos visto antes estas mismas historias; de hecho, es posible que aún falte mucha gente en el mundo que las conocerán por primera vez mediante esta cinta de Barreto. En segundo lugar, en Brasil la historia es tan “conocida” que una mayoría de la población no ve con malos ojos lo que el filme muestra: el exterminio de los niños de la calle por paramilitares contratados por comerciantes o vecinos. Entonces, quizás allí se necesite mostrar más veces historias como esta, para sensibilizar a la población e inocularla contra las soluciones “fáciles” al problema.
En ese sentido, esta película pareciera ser una respuesta a otra que se presentó en Lima el año pasado: la ya citada Tropa de Elite. Ello pues el actor que interpreta a uno de sus protagonistas –André Ramiro– hace el mismo personaje en la secuencia final de esta cinta de Barreto. Recordemos que el citado filme de Padilha expone el punto de vista de un escuadrón especial de la policía carioca: la Brigada de Operaciones Policiales Especiales (BOPE); cuyo líder está desesperado por encontrar un reemplazo, antes de volverse loco y además para salvar su matrimonio. El reemplazante, con el que concluye esa película, aparece entonces ahora, en el mismo papel, pero en el filme que comentamos.
De esta forma, así como Tropa de Elite expone el (por cierto, controversial) punto de vista de la BOPE, Barreto habría querido contraponerle la versión de los niños de la calle. Más aun si observamos que mientras Padilha critica en su película a las ONG que trabajan con los pandilleros, Barreto, en cambio, ofrece una visión positiva de las entidades que trabajan con esos niños. No obstante, hay que reconocer que la cinta que comentamos no registra casi la presencia policial, por lo que –hasta cierto punto– podríamos considerar ambas obras como complementarias. Por otra parte, ambas películas –aunque contrapuestas ideológicamente– no llegan a caer en el maniqueísmo o la simplificación, ya que tienen una visión más comprehensiva y –cada cual a su manera– crítica sobre estos problemas.
Pero hay todavía una conexión más entre Barreto y Padilha. La película que comentamos está basada en un hecho real ocurrido el 12 de junio de 2000: el secuestro de un ómnibus durante cinco horas por parte de un chico drogadicto en Rio de Janeiro; hecho con el que concluye Última Parada 147. Por tanto, esta cinta es la historia del muchacho que protagonizó este suceso que conmovió a Brasil. Ello explica un poco el cierto desbalance dramático del guión, posiblemente por fidelidad a la biografía del personaje real.
Este mismo episodio fue tema de un documental de Padilha, titulado Ómnibus 174 (2002), basado en imágenes de archivo del hecho; algunas de las cuales aparecen también en este filme de Barreto. Por otra parte, a diferencia del documental, el filme que ficciona estos hechos no tiene su centro en el secuestro del ómnibus; el cual aparece al final, casi sacado por azar. Y, aunque comparten el mismo tema y protagonista, lo enfocan desde géneros y perspectivas muy distintos. Algunos opinan que el documental es mejor que esta reconstrucción ficcionada que comentamos; otros, en cambio, afirman que ambas son complementarias. Mi recomendación es ver ambas.
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