En el imaginario cinéfilo, el personaje de Robin Hood, cuya presencia en el cine ya es centenaria, está principalmente ligado a la picardía de Errol Flynn, a la agilidad de sus años mozos y al oficio del diestro artesano que era Michael Curtiz, un cineasta del que ya no se habla pero que representa la época en que alguien de su talla podía estrenar cuatro, cinco, hasta seis largos en un año, llegando a acumular clásicos como Ángeles con caras sucias, Casablanca, Mildred Pierce o Yankee Doodle Dandy. En esas coordenadas, Las aventuras de Robin Hood (1938), codirigida por William Keighley, tenían un aliento épico de baja densidad, música trepidante y tono jovial. Era, como el título lo adelanta, una animada aventura.
En el camino, un gran filme dio un giro otoñal en 1976, Robin y Marian, de Richard Lester. Pues bien, la nueva versión del veterano Ridley Scott -que curiosamente también se ha ido convirtiendo en la vejez en incansable filmmaker de sus días- es una ambiciosa relectura que va por el otro extremo cronológico, porque sitúa al héroe en la etapa previa a su mítico accionar, cuando todavía se llama Robin Longstride. Es una suerte de “precuela” del esquema argumental de la leyenda que se ha consolidado en el transcurso del tiempo. El guión de Brian Helgeland (L.A. Confidential, Río Místico), Ethan Reiff y Cyrus Voris, muestra a Robin retornando de la Tercera Cruzada, apropiándose del nombre de un combatiente que fallece frente a él y accediendo al entorno de éste en Nottingham.
Igualmente, la apuesta de Scott podría considerarse, de modo simplificado, una aventura, pero esta vez no se trata de coreografiar peripecias y derrochar simpatía. La narración desarrolla una entonación grave y amarga, en la que prima un arisco Russell Crowe, aunque sin dejar de ser romántico y cumplidor, y una inquietud –muy en sintonía con la actualidad– por la legitimidad de las autoridades, el respeto de los derechos y las libertades de la población, y los compromisos de gobierno.
Ese ceño fruncido de escepticismo por el manejo del poder imprime a este Robin Hood una clara lectura política –ubicable con distintas faces en otras cintas de su autor como Blade Runner, Thelma & Louise, Black Hawk Down, etc.–, que hasta cierto punto funciona, dándose aires reivindicativos y resintiendo parcialmente la fluidez del relato. Una característica del cine de Scott, el recargado preciosismo visual, hace el resto, correcto en su mayor parte, y notable en la batalla central, pero sin evitar, como es usual, algún exceso en la parafernalia técnica.
En general, la película es mediana, y pasible de ser continuada ya en el periodo emblemático del mito. Pero quien sí brilla, aparte de Cate Blanchett en su nivel habitual, es un viejo amigo de los cinéfilos, Max Von Sydow, imponente, a sus más de ochenta años, como Sir Walter Loxley, el padre del soldado cuya identidad toma Robin, y que participa también en el enfrentamiento contra los franceses. El actor de origen sueco, que recientemente actuó en Shutter Island de Scorsese, luce entero, y aporta mucha prestancia a las escenas que comparte con Crowe y Blanchett, en un logrado conjunto de mutuas adopciones que llenan los vacíos parentales de cada uno.
Dir: Ridley Scott | 135 min. | EEUU
Intérpretes: Russell Crowe (Robin Longstride), Cate Blanchett (Marion Loxley), Max von Sydow (Sir Walter Loxley), William Hurt (William Marshal), Mark Strong (Godfrey), Oscar Isaac (Príncipe John), Danny Huston (Rey Ricardo Corazón de León), Eileen Atkins (Leonor de Aquitania), Mark Addy (Friar Tuck), Matthew Macfadyen (Sheriff).
Estreno en el Perú: 13 de mayo de 2010.
Estreno en España: 14 de mayo de 2010.
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