Llevamos en Berlín tan solo 24 horas y ya hemos visto tres películas muy valiosas, una sugerente aunque no explote todo su potencial, y otra absolutamente prescindible. Variedad pero predominancia de buenas noticias.
Nada más aterrizar, buena parte de la ciudad está cubierta de nieve. De camino a la primera proyección, los copos comienzan a caer. Los festivales centroeuropeos de principios de año siempre nos reciben con hostilidad climatológica pero, todo hay que decirlo, suelen inaugurar el año cinematográfico con algunas obras imprescindibles que seguiremos recordando durante los siguientes meses (en el caso de la pasada Berlinale, la gloriosa película del portugués Miguel Gomes, “Tabú”).
Hace tan solo cinco días estábamos en Rotterdam (ver la cobertura del festival realizada por mi colega Fernando Vílchez) y el primer filme que vemos en Berlín está dirigido por la excelente directora holandesa (nacida precisamente en Rotterdam) Nanouk Leopold.
Su nueva obra, It’s all so quiet (elegida para inaugurar la sección Panorama), construye la semblanza de Helmer, un hombre de edad mediana que se dedica a mantener la granja familiar y a cuidar de su padre, un anciano inválido. El relato avanza de forma pausada, centrado en las rutinas del protagonista y revela sutilmente las grietas de una relación paterno-filial que esconde algunos episodios oscuros.
El film habla sobre el aislamiento físico (los personajes viven en un paraje perdido del interior de Holanda) y emocional (Helmer es un tipo solitario que apenas tiene relación con el resto, exceptuando a su padre), sobre la resignación que se deriva del tener que supeditar la propia existencia a la de otro. En el centro está en todo momento Helmer (interpretación magnífica de Jeroen Willems, actor que murió el pasado diciembre con tan solo 50 años), personaje que desprende la tristeza del hombre que nunca ha vivido para sí mismo y que por tanto no se conoce, lo que le lleva a constreñir su latente homosexualidad. Leopold plantea la situación con la esencialidad narrativa y la estética naturalista que ha desarrollado en obras tan brillantes como Guernsey (2005) o Brownian Movement (2010), refrendando su posición como una de las directoras jóvenes con más talento de Europa.
El mexicano Nicolás Pereda –autor de la celebrada “El verano de Goliat” (2010)– ha unido fuerzas con el danés Jacob Secher Schulsinger para realizar Matar extraños (sección Forum). El filme tiene una estructura dividida en dos: por una parte, asistimos a una audición en la que varios actores hacen pruebas para participar en una película sobre la Revolución Mexicana y, por otro lado, vemos imágenes de esa película.
Más que de una reconstrucción del proceso revolucionario mexicano, se trata de una meditación sobre el lenguaje. Los directores emplean fuentes tan variadas como textos del teórico del teatro Konstantin Stanislavski, un discurso de Fidel Castro, e incluso diálogos de la película “Mi pobre angelito” (Solo en casa, Home Alone. Sí, aquella que lanzó al estrellato a Macaulay Culkin). El metraje de “Matar extraños” no supera los 70 minutos y queda la sensación de que hubiese sido necesario más tiempo, expandir la propuesta para llegar a ahondar en la reflexión sobre el poder de la palabra que el film acaba simplemente por apuntar.
También en Forum se presentó For Marx, de la rusa Svetlana Baskova. Desde el inicio, una lección de narrativa directa y efectiva. En la primera escena, rodada en un autobús, los trabajadores de una fábrica de fundición organizan un sindicato independiente para intentar poner fin a las lamentables condiciones laborales a las están sometidos. Después llega el correspondiente enfrentamiento con sus jefes-explotadores. La directora elabora una historia que parece regresar a los postulados más genuinos del cine clásico soviético. Película de lucha, hábil crítica a la confusión ideológica que vive la Rusia contemporánea, “For Marx” se ha convertido desde el primer día en una de las revelaciones del festival.
La obra más rotunda de la jornada (y, probablemente, una de las que merecerá entrar en el palmarés) ha sido Gold de Thomas Arslan, presentada en la Sección Oficial. No deberíamos sorprendernos, Arslan es uno de los directores fundamentales del cine alemán de la última década, aunque sus películas sigan teniendo problemas para distribuirse internacionalmente.
Lo que nadie podía esperar es que el turco-alemán, hasta el momento dedicado a historias actuales situadas en Berlín y sus alrededores, ubicara su nuevo trabajo en el Canadá de finales del siglo XIX. Un grupo de inmigrantes alemanes, atrapados por la fiebre del oro, emprenden un viaje en busca de su particular “Dorado”. Siete individuos comienzan la expedición que debe llevarles a un inhóspito lugar llamado Dawson, donde se dice que brota el oro. Entre ellos se encuentra Emily Meyer, mujer divorciada cuyos orígenes y juventud quedan demasiado lejanos y que se embarca en esta misión desquiciada, rodeada casi por completo de hombres solitarios, perdedores absolutos.
La dureza del terreno, la precariedad de los recursos y la desmotivación, provocan que de la expedición se vayan cayendo miembros paulatinamente. Si en su anterior película, la excelente “In the Shadows” (2010), Thomas Arslan había ofrecido una versión intransferible del cine negro de serie B, aquí indaga en el western crepuscular. Sobria en su narrativa y extraordinariamente precisa en su puesta en escena, “Gold” exhibe a un realizador con voz propia reformulando imágenes icónicas del cine clásico.
Todo no podía estimulante. La otra película que hemos visto en la Sección Oficial, The Necessary Death of Charlie Countryman, parte de un argumento trivial y su desarrollo es todavía más irrelevante. Un joven norteamericano se desplaza hasta Bucarest siguiendo el consejo que le ha transmitido el fantasma de su madre, recientemente fallecida. Su autor, Fredrik Bond, se ha ganado cierta reputación dirigiendo spots publicitarios y videoclips para el músico Moby. Su película está impregnada en todo momento de una estética afectada y un ritmo que irrita por lo fulgurante. Peor aún es la representación de la capital rumana, exagerando la belleza y la fealdad, sin penetrar en la identidad de la ciudad. Otra muestra de cine estadounidense utilizando escenarios lejanos sin aspirar a comprenderlos.
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