A pesar de ser un blockbuster de gran presupuesto, “Mi amigo el dragón” está pasando algo desapercibida por nuestra cartelera. De hecho, el día que fui a verla, solo éramos cuatro personas en la sala de cine, cosa que no me sucedía hace años con una película comercial (y mucho menos con una producción de Disney, como es este caso). Esto es un preocupante reflejo de lo que viene sucediendo desde hace ya unos años en muchos cines alrededor del mundo: si una película no pertenece a una franquicia conocida, si no lleva una marca famosa o si no está basada en un bestseller o un videojuego, mucha gente ya no está interesada en verla.
Lo cual es una pena, porque “Mi amigo el dragón” es uno de los mejores blockbusters que he visto en lo que va del año, un 2016 que en muchos aspectos ha resultado ser decepcionante en lo que se refiere a entretenimiento puro y simple (consideren filmes como la muy decepcionante El escuadrón suicida). Pete’s Dragon -su título original- es una película sana, emotiva, muy bien actuada y visualmente espectacular, una historia sencilla que ha sido contada con respeto a su fuente de inspiración.
De hecho, me animaría a decir que, a pesar de que uno podría ver de manera muy cínica la reciente tendencia de Disney por rehacer muchos de sus clásicos animados y no animados, en general están logrando estrenar productos de alta calidad. Desde la emotiva La Cenicienta hasta la emocionante El Libro de la Selva, se nota que Disney está trabajando con gente que se preocupa por contar buenas historias, empleando técnicas de última generación pero, más importante, desarrollando guiones sólidos, para presentar productos admirablemente entretenidos.
Este nuevo filme está basado en una cinta de 1997 del mismo nombre, la cual combina acción en vivo con animación 2D para contar la historia de un niño llamado Pete, y su amigo Elliot, un dragón verde, entrañable, y algo torpe.
La cinta original no ha envejecido muy bien. Basta con decir que quizás pudo haber resultado impresionante hace casi 40 años, pero hoy en día, es casi imposible no verla como un producto de su época que solo funcionó entonces. El humor es genérico, la trama es casi inexistente, el dialogo es tonto, y las actuaciones varían desde lo caricaturesco hasta lo terrible. Dudo mucho que un público contemporáneo sea capaz de entretenerse con esta cinta; probablemente, aquellos que todavía la disfrutan, son los que la vieron de niños y sienten nostalgia por ella.
Lo cual está muy bien. No hay nada más innecesario que producir un remake de una película clásica o una obra maestra —consideren, si no, el mediocre remake de Ben-Hur que se estrenó este año, o la entretenida pero fallida versión de “Los Siete Magníficos” de Antoine Fuqua. Pero una película como “Mi amigo el dragón”, con una premisa interesante pero una ejecución que, hoy en día, no funciona en lo absoluto, realmente merece ser hecha de nuevo. Tiene mucho por mejorar.
Y eso es precisamente lo que ha hecho el director y guionista David Lowery con esta nueva cinta. Esta vez, el niño, Pete, es interpretado por Oakes Fegley. El filme comienza con un flashback, en el que vemos cómo se ve involucrado en un accidente de auto. Sus padres mueren, y Pete queda abandonado en un bosque. Pero no está solo; justo cuando parece que va a ser comido por un grupo de lobos, es rescatado por el dragón Elliot, quien decide cuidarlo de ahí en adelante.
Seis años después, el filme nos introduce a Grace (Bryce Dallas Howard), una guardabosques que se preocupa mucho por la supervivencia de los árboles, a pesar de que su novio, Jack (Wes Bentley), trabaja en la tala de los mismos. Su padre, Meacham (Robert Redford) se dedica a la talla de madera, y a contarles historias a los niños del pueblo sobre la vez que conoció a un verde e intimidante dragón en medio del bosque. Pues, como sabemos, sus historias son ciertas, y nuestros protagonistas lo descubren al encontrarse en el bosque con Pete. Después de una breve persecución, se lo llevan al pueblo y tratan de integrarlo en la sociedad, pero cuando el hermano de Jack, Gavin (Karl Urban) descubre a Elliot, tendrá que regresar para tratar de salvarlo con la ayuda de Grace y la hija de Jack, Natalie (Oona Laurence).
“Mi amigo el dragón” es como una mezcla de El libro de la selva con E.T.: El extraterrestre. Nos presenta a un niño salvaje, muy unido con la naturaleza y con un mejor amigo animal, al igual que la primera cinta, pero se concentra más en el lazo de amistad entre ambos, y en las graves consecuencias que tendría su separación forzada, como la segunda. El filme realmente consigue que nos preocupemos tanto por Pete como por Elliot (lo cual es toda un logro, considerando que el segundo es un dragón verde generado por computadora), lo cual le permite desarrollar escenas verdaderamente emotivas que, sin duda alguna, mantendrán a muchos miembros del público al borde de las lágrimas.
Sin embargo, sería injusto calificar a la película de manipuladora. De hecho, es bastante sutil a la hora de extraer fuertes emociones de sus espectadores; si las escenas más dramáticas funcionan, es porque las actuaciones son convincentes, porque la sencilla historia es cautivante, y porque los personajes son presentados de manera muy carismática y están bien desarrollados. Incluso el mensaje ecológico es tratado con delicadeza —uno jamás siente que está siendo sermoneado. Hasta filmes como Avatar, de James Cameron, trataron dicho mensaje con más torpeza.
El Pete de Oakes Fegley es un niño inocente, que cree en el valor de la amistad y que haría lo que fuese por Elliot, pero que a la vez se encariña con Clare, Jack y Natalie. Extraña a su familia, y a pesar de ser un chico fuerte (e innegablemente ágil), igual se comporta como alguien de su edad, sin llegar a ser irritante. Robert Redford le otorga clase a la cinta; es realmente fascinante ver a un actor de su talla interpretar a un personaje tan arquetípico como Meacham (el viejo sabio que todavía cree en la magia) con tanto carisma.
Bryce Dallas Howard, quien hasta el momento no me había terminando convencer en todos sus trabajos previos (ni en Jurassic World; fui uno de los pocos a los que les decepcionó dicha película), aquí da la mejor actuación de su carrera. Es una interpretación discreta, pero muy convincente. Karl Urban interpreta al antagonista de la película quien, siendo justos, no es en realidad un villano; simplemente es un imbécil. Wes Bentley no resalta como Jack, y Oona Laurence, quien últimamente parece estar por todas partes (desde “Revancha” hasta El club de las madres solteras), tiene un rol importante como la única amiga de la edad de Pete.
Visualmente, la película se desarrolla en un contexto mucho más realista que el de “El libro de la selva”, por ejemplo. Mientras que el filme de Jon Favreau se desarrollaba en un mundo hiperrealista digitalizado, en el que los animales hablaban y todo paisaje parecía una pintura, “Mi amigo el dragón” se lleva a cabo en una suerte de versión idealizada de los años 70, en donde (casi) todo el mundo se lleva bien, nadie dice malas palabras, no hay celulares (ni walkie-talkies, al parecer) y el amor prevalece. Las escenas en el bosque se ven muy bien, realmente haciendo que uno se sienta parte del lugar.
Pero como deben imaginarse, el mayor atractivo es Elliot el dragón. Me gustó la manera en que ha sido rediseñado; en vez de un dragón clásico, con escamas y cuernos por todas partes, Elliot es como una “versión mamífera” de aquella bestia mítica, con un diseño muy amigable y tierno, expresiones y comportamientos muy parecidas a de la un perro (de hecho, parece más un labrador gigante que un dragón) y una torpeza entrañable (nunca logra aterrizar bien después de volar). Es un personaje con el que uno se encariña inmediatamente, y que jamás resulta inverosímil.
“Mi amigo el dragón” es una historia contada a la antigua, un filme que maneja un tono muy tierno e inocente sin llegar a ser cursi. Las actuaciones son buenas, el conflicto principal está lo suficientemente bien desarrollado como para generar momentos verdaderamente intensos (consideren la escena del puente, por ejemplo) y los efectos especiales son de primera. “Mi amigo el dragón” es el perfecto ejemplo de lo que se puede lograr cuando se produce un remake de una película poco conocida —y cuando se filma una película con extremo cuidado, sin subestimar a ningún miembro de su público. En pocas palabras, es una gran película familiar que vale mucho la pena ver en la pantalla grande.
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