Entrevista con Eduardo Mendoza, director de «La hora final»


Coincidiendo con el 25 aniversario de la captura del líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán Reynoso, se estrenó la semana pasada la película “La hora final”. En su primera semana, este filme ha logrado llevar más de 100 mil personas a los cines, algo prácticamente inédito para una película sobre el conflicto armado interno. Pero como suele suceder con toda película de Eduardo Mendoza, las opiniones han sido divididas.

Nos juntamos con el director de “El evangelio de la carne” y «Mañana te cuento» para que nos cuente sobre qué lo motivó a realizar esta nueva película, una cinta que no trata precisamente sobre el operativo policial en sí mismo, sino sobre los protagonistas que la vivieron.

Eduardo, ¿te sorprende la respuesta del público hacia la película?
Sí, mucho. Y lo que más me ha sorprendido es la inmediatez en la reacción del público. Las redes sociales, sobre todo Twitter, donde personas que ni te conocen -a diferencia de Facebook por ejemplo- no paran de escribir sobre la película; y no solo escriben que les gusta, sino que la recomiendan. Eso es lo que más me ha sorprendido, teniendo en cuenta que las películas sobre el terrorismo no llevan mucha gente a los cines.

¿Crees que el contexto de los 25 años de la captura de Abimael Guzmán ha ayudado a que la película sea vista?
Sí, de hecho ha ayudado, pero yo creo que más ha sido el boca a boca. Ahora, eso o te ayuda casi inmediatamente o te liquida. El primer día hicimos 15 mil espectadores, y al final del fin de semana, llegamos a 60 mil. Si a la gran mayoría de ellos no les hubiese gustado, olvídate. Para el lunes siguiente hubiésemos tenido una caída grande. Gustavo Sánchez, productor con quien trabajo, me cuenta del caso de una película que empezó con 26 mil espectadores, pero luego cayó a 14 mil, 8 mil…

Con «La hora final» la gente ha conectado. Se emociona. Aplauden al final de las funciones. Y creo que eso sí puede perdurar un poquito más en el tiempo y darle más de aire a la película. Algo tipo lo que pasó con “El evangelio…” pero un poco más grande.

Nosotros sólo pensábamos hacer 50 mil espectadores, que es lo que calculaba la distribuidora. Porque “La hora final” tiene una lado de género, de thriller que puede ayudar a enganchar con la gente, Pero también está dentro del conjunto de películas como “Magallanes”, “La última tarde”, el mismo “El evangelio…”: son películas que con una campaña más o menos fuerte y un gran boca a boca, a duras penas llegaban a 100 mil espectadores. Lo increíble es que “La hora final” en una semana ya ha llevado esas 100 mil personas.

Con «La hora final» la gente ha conectado. Se emociona. Aplauden al final de las funciones. Y creo que eso sí puede perdurar un poquito más en el tiempo.

Nos llamó la atención que los más jóvenes se quedaran sorprendidos. La película les muestra una realidad que siempre ha estado en el aire, en el papel, y que ahora la pueden ver.
Para mí, una película no es mala ni buena porque toque un tema que se pueda considerar importante o trascendente. Si me ponen eso como un mérito, yo lo considero uno. Además, yo no quería hacer un fiel retrato de la investigación. La confusión de algunos por saber qué tan pegada a la realidad es mi película la entiendo. Pero ese nunca fue mi fin. A mí lo que me interesa es reflejar el clima que se vivía durante esos días.

Obviamente he conversado con muchos agentes del GEIN para ayudarme a construir esta historia. Pero después de reunir toda esa información, e ir recogiendo cosas de ellos y lo que vivieron, viene el trabajo de crear dos personajes de ficción: una chica que tuvo un hermano vinculado a Sendero, y un hombre que no quiere que su hijo se vaya del país. Es verdad que la trama policial se ajusta mucho al camino de pista en pista hasta terminar en la casa de Los Sauces…

De la captura misma de Abimael se ha hablado bastante.

Sí, hace poco leí [una crítica a la película]: “¿La llegada a Abimael fue así, tan rápida?”. Sí, fue así. No con un comando armado y otro para defenderlo. Fue Abimael sentado en su escritorio y quien lo defendía era Elena Iparraguirre. No había nadie más. Ese momento climático y de enfrentamiento nunca existió. Yo sentía que no tenía porque armar algo que no fue. Es más, esa escena la hice con dos agentes del GEIN al mí lado. Lo filmamos en la misma casa donde capturaron a Abimael, con los que lo capturaron. Yo creo que eso es lo último que me pueden reclamar. De hecho, cuando estábamos grabando la escena, Pietro va y dice algo y uno de los agentes que estaban conmigo me agarra y me dice: «No, yo le dije ‘tú te mueves y yo te mato, carajo’».

Para mí, lo que importa es el drama de los personajes, el contexto, el clima que transmite la película. Y que los dilemas y conflictos internos de ellos viven reflejan mucho de lo que nosotros vivíamos en esa época. Eso es lo que me interesa como director.

«Para mí, «El evangelio de la carne» es una consecuencia de todo ese clima que se vivió durante “La hora final”. Esta ciudad que queda desbordada en un clima de violencia total».

Por momentos sentía que la película comparte bastante con “El evangelio de la carne”
Pongámonos a pensar que, después de la gran migración a Lima que se vivió de los años 50, la siguiente oleada es en los años 80 por el terrorismo. Entonces, ¿qué pasó con esas miles de familias? No viene una familia completa: viene el papá, un hermano, un tío. Estamos hablando de Ayacucho, Huancayo, Huánuco, etc. Para mí, “El evangelio…” es una consecuencia de todo ese clima que se vivió, digamos, durante “La hora final”. Esta ciudad que queda desbordada en un clima de violencia total.

¿Cómo fue el proceso de investigación?
Primero me reúno con Benedicto Jiménez. Al principio él estaba receloso y a la defensiva. Creo que guarda un resentimiento por no haber sido reconocido por su país. Se presentó cinco veces para ser General y las cinco se las negaron. Con eso no justifico lo que haya hecho después si es que, efectivamente, está involucrado. Eso es otro tema.

Recién a la cuarta o quinta vez que nos reunimos, él baja las defensas. Y es terrible. Como lo dice Jorge Bruce en un artículo que escribió: El Perú es como Saturno que poco a poco se come a sus héroes/hijos.

La captura de Guzmán es un antes y un después en nuestro país. Es, tal vez, el hecho más decisivo de nuestra historia moderna. Y la hizo él. Con cuatro agentes más en un inicio. Con un walkie talkie. Eran cinco tipos, en una oficina que era una suerte de depósito. Han sido relegados, postergados, chuponeados, presionados, con un presupuesto ínfimo (tres soles por agente al inicio), que ellos lo hayan logrado es una historia alucinante. Cómo terminaron después es otro asunto.

Después de Benedicto converso con Gaviota, Bonilla y otros que no quiero mencionar porque hay cosas en la película que son ficción y otras que pasaron, y no voy a decir cual es cual. Converso como con siete, ocho agentes y me empiezan a contar más allá del tema de los operativos, por ejemplo la relación con sus parejas. Si ya vivir en esa época era una angustia, imagínate que tu pareja, esposo o esposa, tengan esa chamba. Los problemas que pueden surgir de eso. Y eso es lo que trato de reflejar en la relación entre el personaje de Pietro y Katerina D’Onofrio. Otra cosa que me contaban era que todos sus vecinos querían que se larguen. Porque al ser ellos un blanco de Sendero, el barrio podía sufrir atentados. Entonces, además de la puta vida que llevaban, encima no podían vivir en sus propias casas.

Eduardo Mendoza (der.) dirigiendo a Pietro Sibille. Al fondo, Fausto Molina.

También leí muchos libros, entre ellos “Sendero” de Gorriti, “Profetas del odio” del Gonzalo Portocarrero, que nos cuenta un abordaje muy interesante de Guzmán. La niñez que tuvo. La madre lo abandona y pasa a vivir con el padre y su nueva esposa. Es una suerte de Paco Yunque, hijo-empleado. También leí “Los rendidos” de José Carlos Agüero, “Memorias de un soldado desconocido” de Lurgio Gavilán. He conversado con dos ex militantes de Sendero. Un ex miembro del Grupo Colina. Tuve bastante información y tal vez pude hacer una serie de TV de veinte capítulos con toda la información que recabé, pero más allá del tema de los operativos, a mí me interesaba lo que vivían. El día a día.

En tus dos últimas películas vemos personajes que cargan con un pasado que no pueden superar. Pero en «La hora final» vas más allá de la individualidad, involucrando a todo un país.
En “La hora final”, como en “El evangelio…”, hay una búsqueda de la redención, heridas difíciles de curar. Zambrano es un tipo que quiso hacer las cosas derechas. Por eso al final, la misma captura de Guzmán le permitía obtener parte de la recompensa y con ese dinero lograr que su hijo no se vaya y pueda generar un vínculo con él. El gran logro de Zambrano no es lograr la captura de Abimael, sino que su hijo se pueda quedar: lo que antes los separaba los termina uniendo.

¿Qué referentes tuvieron para realizar la película?
Me junté cerca de tres meses con Julián Estrada, el director de fotografía, antes de empezar a grabar. Hemos visto muchas películas, entre ellas “No” de Pablo Larraín. En un momento pensamos grabar en Betacam, pero nos parecía interesante que se note esa textura solo cuando estén grabando los agentes de GEIN. Y en otro momento pensamos hacerla en blanco y negro. Ahí Gustavo [Sánchez, el productor] me dice: ¿tú quieres que alguien vea tu película? No quieres que vaya nadie, ¿no?

Otra que vimos fue «Spotlight» de Thomas McCarty, también thrillers convencionales, algo de cine negro. Aun si la historia ocurrió hace veinticinco años, hemos buscado una fotografía que se sienta actual, para que el público conecte con la película. El trabajo con la dirección de arte fue encontrar imágenes y objetos que nos remitan a esos años.

Cuando terminé de escribir el guión y volví a leerlo, sentí que Zambrano y Gabriela eran como este país que tiene que escarbar para curar sus heridas, sino no hay manera.

¿Tuviste en cuenta que esta película es un trabajo de memoria?
Sí, pero sin caer en los moralismos. Cuando terminé de escribir el guión y volví a leerlo, sentí que Zambrano y Gabriela eran como este país que tiene que escarbar para curar sus heridas, sino no hay manera.
En la película pongo mi posición al respecto pero no busco hacer una cuestión de Estado. Me interesa el debate que se pueda generar y ver qué se escribe sobre el tema. Pero como guionista y director lo que me interesa, como dije antes, es que la película logre transmitir ese clima a través de una trama policial cercana donde dos personajes de ficción encarnan la problemática, conflictos y dilemas que vivió el Perú en esa época. Y a través de eso poder conmover y tocar al espectador. Si la película toca esas fibras y logra moverte de una manera que cuando te vas a tu casa no dejas de darle vuelta a ese asunto, y quieres conversarlo con los tuyos, pues yo feliz.

Pasando al tema del lanzamiento, ¿en qué manera entró en juego el premio de distribución de DAFO? El acta habla de un plan a nivel nacional.
El premio nos ayuda a pagar el fee por cada sala, que son como 700 dólares. Sin ese premio estaríamos muertos. Por eso estamos en Huancayo, Tumbes, Piura, Cusco, Lambayeque, Trujillo, Chiclayo, etc. En Lima estamos prácticamente en todos los distritos. Pero sala va que mal, la sacan. Eso es un negocio.

¿Y cómo ves ese tema? ¿Debería haber un tipo de preferencia a las películas peruanas?
Yo creo que las películas que ganan el concurso del Ministerio de Cultura, al menos, deberían tener un cierto apoyo. Si el Estado considera que son películas importantes, deberían ser cobijadas y de alguna manera sostenida. Además, se debería aprobar una Ley de cine para que haya más presupuesto y se puedan premiar más películas porque ahora todos compiten juntos. Desde Lombardi hasta mis alumnos de Epic.

¿Y ahora qué proyectos tienes? ¿Vas a seguir explorando el contexto social?
Sí, me sigue interesando, pero me gustaría entrar a un tema más intimista. Abordar las relaciones de pareja desde un punto de vista más sensorial, donde la trama en sí no sea tan importante, sino las sensaciones y el espíritu que hay entre los personajes. Porque sí creo que con una tercera película de esta temática terminaría en el Larco Herrera. Siento la pegada. Son siete años. Tres años y medio cada película. Significa vivir medio angustiado. En el tema personal, yo tengo dos hijas. Además de tener que dejarlas de ver, esto es una sacada de mugre, más allá de la cuestión emocional que te consume.

Entrevista realizada por Bruno Alvarado y Laslo Rojas, el 20 de septiembre del 2017, en Miraflores.
Fotos: Rolando Jurado


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