Revisamos las nominadas a los Premios Goya 2019


Pese a que compartimos el castellano y que de cierta forma nos mantenemos al día con la cultura española a través de su fútbol, su música o (los escándalos de) su monarquía, los Premios Goya nunca han terminado de popularizarse en Latinoamérica, a diferencia de otras entregas de premios, y rara vez los tomamos en cuenta a la hora de decidirnos por una película española desconocida.

Al menos eso me pasaba a mí en Lima cuando ignoraba olímpicamente las noticias sobre los nominados y ganadores año tras año. Ni siquiera me daba curiosidad echar un ojo a las ceremonias aún pudiéndolas ver íntegras en TVE con la flexibilidad que me daban la diferencia de horario y las vacaciones de verano. Si bien era consciente que de no ser por los Goya no sabría nada de cine español contemporáneo más allá de Almodóvar, Amenábar y Bayona, estaba seguro de que me toparía con las novedades de cada edición en algún otro momento de la vida, uno donde no estuviera ansioso por ver la mayor cantidad de nominadas a los Globos de Oro y los Oscars.

«Campeones», de Javier Fesser

Por cosas del destino hoy me encuentro en la tierra de Francisco de Goya y en la víspera de sus premios cinematográficos. Curiosamente aquí el interés colectivo no es significativamente mayor al que yo tenía en Lima, en parte porque la mayoría de españoles perciben a su cine como una industria de corte progresista, innecesariamente subvencionada e incapaz de igualar el espectáculo en masa de Hollywood. (Un indicativo que el pesimismo popular entre peruanos nos viene de los cromosomas de Pizarro). Tanto es así que por estos días se habla más de la sobredimensionada «Bohemian Rhapsody» que de cualquiera de las nominadas a los Goya (cualquiera que no sea la «Roma» de Cuarón, por supuesto). En 2018, sin embargo, sí que hubo al menos una película entre las nominadas que logró el milagro de conectarse con el público español dentro y fuera de salas. Dicho mérito fue suficiente para que «Campeones» (¿qué mejor título?) fuese elegida como la representante española para los Oscar y obtenga 11 nominaciones.

2018 para mí también ha coincidido con una decisión personal de alejarme/desintoxicarme de las importaciones hollywoodenses (y que no me arrepiento de tan solo leer las nominaciones gringas de este año) para enfocarme en la cosecha cinematográfica que hoy tengo al alcance de mi mano y de mi bolsillo tanto en salas de cine como en streaming legal (gracias a la legislación española y financiación europea que así lo permiten). Es así como hoy puedo dar fe de la estupenda calidad del cine español de 2018, parte de la cual se ve reflejada entre las nominadas a los Goya. Espero poder convencerles de hacer un hueco entre sus listas de nominadas a los Oscar para unas películas de menores presupuestos pero de convicciones enormes, que no requieren doblaje ni subtitulado y que transmiten historias más cercanas a nosotros que las de cualquier superestrella o superhéroe anglosajón.

«La enfermedad del domingo»

Empiezo por la primera de tres películas que abordan relaciones un tanto complejas entre madres e hijas. Ramón Salazar escribe y dirige una historia donde los personajes se apoderan de sus entornos y definen un compás narrativo que se asemeja al de un documental de vida salvaje. (No por nada tenemos un denso bosque francés como telón de fondo). Anabel y Chiara son dos mujeres que se ven obligadas a aislarse del mundo y confrontarse no para remediar el abandono de la primera a la segunda sino para encontrarle un sentido a ese suceso que determinó caminos dispares pero con igual frialdad emocional para ambas. El resultado es una obra digna de ser adaptada a la intimidad de un teatro pero que no deja de aprovechar los recursos audiovisuales como si de una superproducción se tratase. (No es de extrañar que Netflix se haya involucrado para terminar de financiarla y de paso difundirla). “La enfermedad…” pudo haber sido un melodrama más de no ser por su tratamiento de thriller psicológico, sus enigmáticas tomas panorámicas y el dinamismo de sus protagonistas entre largos pero tensos silencios. Una historia que comienza ambiguamente y que termina siendo impredecible. Sorprende que la acertada interpretación de Susi Sánchez (recordada en el Perú por ser el contrapeso de Magaly Solier en «La teta asustada»), una Anabel que evoluciona lentamente sin caer en histrionismos, haya logrado la única nominación para la película. Que la Academia española de cine no reconozca la cuidada fotografía de Ricardo de Gracia así como el desempeño de todo el cuerpo artístico de la película es difícil de comprender. Bárbara Lennie también pudo ser nominada como actriz de reparto por la transformación que representa el rol de Chiara y porque «La enfermedad…» es un ejercicio de intriga y resistencia que depende del tira y afloja entre ambas protagonistas.

«Quien te cantará»

La mayor e inexplicable ausente en las categorías de mejor película, dirección, guión original y montaje, y que personalmente elegiría como la mejor de todas las seleccionadas. Un melodrama musical que no necesita del sol de “La La Land” ni de la voz de Freddie Mercury para brillar con luz propia. La más violenta de las tres películas sobre madres e hijas, el tercer largometraje de Carlos Vermut se resiste a cualquier definición práctica que le haga justicia a todo lo que ofrece. Yo solo diré que el resultado bien podría haber sido el de un proyecto conjunto entre Almodóvar y Tom Ford. En la superficie se trata de una popular cantante amnésica, Lila Cassen, cuya carrera depende de la ayuda de su mayor imitadora y seguidora, Violeta. Una vez dentro se desprenden no una sino dos historias entre madres e hijas que dan sentido a las marcadas diferencias de Lila y Violeta, las cuales a su vez conforman una tercera historia donde la música y la sensibilidad artística les permiten desprenderse de sus caretas y encontrarse como mujeres. Najwa Nimri y Eva Llorach junto a Natalia de Molina (nominadas las tres) y Carme Elías lideran un reparto casi íntegramente femenino en una historia que aprobaría el test de Bechdel dado que ningún diálogo gira en torno a los hombres, algo que ni el propio Almodóvar ha logrado. Pero el compromiso de Vermut con el universo femenino no se limita a una cantidad de actrices o al desplazamiento de hombres. Este se deja sentir en la vitalidad que le confiere a sus personajes y que les lleva a viajar desde secuencias bruscas y estridentes hasta momentos de introspección muda. La música de Alberto Iglesias y las interpretaciones de Najwa y Eva Amaral son el complemento ideal de una película cuya estética parece querer salirse de la pantalla entre la purpurina de los vestidos, el sonido de las olas del mar y unos primeros planos que hacen que el vidrio roto, un huevo frito o un bolígrafo sean objetos de deseo. Sería una pena que el primer encuentro con esta película, ganadora del premio Feroz Zinemaldia en San Sebastián, no fuese dentro de una sala de cine. (N.E.: En Lima se pudo ver en la Semana del Cine U.Lima)

«Viaje al cuarto de una madre»

La última de las películas sobre madre e hija (por si el título no es suficiente), y la única escrita y dirigida por una mujer, Celia Rico Clavelino. También la única en prescindir de una banda sonora salvo por «The Train Song» de Vashti Bunyan, una canción que resume el carácter minimalista y emotivo de la ópera prima de la nominada Rico Clavelino. En ella Lola Dueñas y Anna Castillo dan vida a Estrella y Leonor, madre e hija andaluzas inseparables que de repente deben asimilar la separación que implica el deseo de la segunda de trabajar en Londres para aspirar a un futuro mejor. Una trama sencilla que sorprende y conmueve por el realismo con el que retrata a la clase media de la postcrisis del 2008, esa que ha visto a hijos como Leonor partir y a madres como Estrella esperar por su retorno. La película le hace justicia a su título al punto de enfocarse en detalles triviales en la vida de Estrella como lidiar con una cafetera malograda o intentar contratar desde casa un celular para llamar al extranjero. Es más que comprensible que tanto Dueñas como Castillo sean nominadas puesto que la película se sostiene por el aporte de ambas en la sublime complicidad entre Estrella y Leonor, una que es reconocible incluso cuando estas no comparten el mismo espacio y que sería palpable sin necesidad de diálogos gracias a la potencia de sus gestos y miradas. Sin llegar a ser un melodrama de pañuelo en mano pero que promete remover emociones tanto en madres como en hijas (y también en hijos como quien escribe), “Viaje…” me ha recordado que el buen cine todavía puede encontrarse en planos medios, en narrativas lineales, y en el silencio absoluto, siempre y cuando estos se pongan al servicio de una historia con alma. Dos premios en el Festival de San Sebastían y 4 nominaciones a los Goya (que bien pudo incluir la de mejor película) reivindican la potencia de la sencillez de la película y el compromiso de Rico Clavelino con la España de a pie.

«Desenterrando Sad Hill»

Este documental rompe con todo lo anterior desde la primera secuencia: un concierto de Metallica. Para los fans de la banda bastará con saber que esto celebra a “El Bueno, El Malo y El Feo” para entender porque James Hetfield aparece entre los entrevistados junto a Ennio Morricone y Clint Eastwood. Lo cierto es que ninguno de ellos son los protagonistas sino los miembros de la Asociación Cultural Sad Hill que en 2014 se propusieron desenterrar literalmente la locación del cementerio de Sad Hill en Burgos para conmemorar a lo grande el 50 aniversario de la obra maestra de Sergio Leone. Por una parte documenta la evolución del proyecto de la asociación y las historias personales de sus fundadores, combinando entrevistas emotivas con tomas panorámicas y aéreas espectaculares. Por otra permite a seguidores célebres, expertos y a los últimos miembros con vida del equipo de Leone como el asistente de cámara Sergio Salvati y el editor Eugenio Alabiso compartir apreciaciones y anécdotas sobre la película (como el hecho que el dictador Franco prestó a miembros de su ejército como extras y ayudantes de explosivos). Se constituye así un homenaje épico al spaghetti western de Leone y al cine como arte y afición en general, a esa pasión que puede despertar y que puede dar “la oportunidad de estar en lugares imposibles” según Álex de la Iglesia. Aunque predominantemente masculina, “Desenterrando…” es de visión obligatoria para cualquier seguidora del western, y es en última instancia una historia tan cinéfila como humana, una historia que demuestra el poder de la comunidad y la importancia del arte para conectar con otros y con nosotros mismos. Un gran recordatorio para Hollywood de lo grande que puede volver a ser si se acompaña de verdaderos artistas como lo fue Leone. Gran trabajo de Guillermo de Oliveira tanto en la dirección como en la financiación (vía indiegogo, nada más y nada menos). La pueden ver ya mismo en Netflix.

«El silencio de otros»

Pedro Almodóvar se hace presente como productor de un documental sensible sobre el lastre del franquismo que sigue arrastrando la sociedad española. No es el primer ni será el último film sobre el tema pero “El silencio de otros” siempre será único por ser testigo del origen y desarrollo de la querella argentina del 2013 que ha permitido a los supervivientes del franquismo denunciar lo que su propio país les prohíbe por ley. Este hecho sin precedentes le da pie a realizar una retrospectiva dirigida a los que no vivieron ni aprendieron sobre el franquismo, tal y como admite la voz de una narradora millennial. De ahí que también sirva como texto de introducción para cualquiera que sepa poco o nada sobre una barbarie comparable a lo vivido con el conflicto armado interno del Perú o las dictaduras militares de Chile y Argentina. (Se siente un orgullo particular como peruano cuando el documental resalta la labor de los países que han logrado realizar procesos de justicia y memoria histórica y que hoy inspiran a los supervivientes españoles). En ese sentido nos invita a latinos y españoles reconocernos como sociedades hermanadas por el dolor y la búsqueda de la verdad, sobretodo con testimonios como los de una ya fallecida María Martín que deja como legado de lucha sus numerosas cartas a jueces pidiendo la exhumación de los restos de su madre. Aunque no llega a ofrecer la retrospectiva más completa (poco puede hacerse en 96 minutos), «El silencio…» intenta ser lo más actualizado y objetivo posible, incluyendo la franca oposición del Partido Popular Español hacia la reivindicación de los supervivientes y hasta una entrevista con un representante de la Fundación Franco. Aunque su formato sea más cercano al televisivo (con excepción de las bellas tomas a las esculturas de Francisco Cedenilla), la obra de Robert Bahar y Almudena Carracedo es imprescindible como experiencia cinematográfica por tratar un tema que debe abordarse colectivamente y por retratar historias que merecen la pantalla grande. Así también lo creyó el público de la Berlinale 2018 al otorgarle el premio en la sección Panorama.

«Entre dos aguas»

Toca destacar al híbrido (y potencial ganador) de la gala. Una ficción cuyo hiperrealismo le otorga carácter de documental y que frente a un público incauto podría pasar como tal. Pero Isaki Lacuesta no pretende manipular ni mucho menos desprestigiar la verdad (para eso ya tenemos redes sociales) tanto como matizar una mentira que llegue a acercarse a la verdad de mucha gente. Esa habilidad que han alcanzado De Sica o Cassavetes en el mundo y el grupo Chaski en el Perú se plasma en la historia de dos hermanos de Cádiz, Isra y Cheíto, que se debaten entre la legalidad y la necesidad, sus familias y ellos mismos, sus deberes urgentes y sus sueños rotos. Aunque su historia proviene de un largometraje de hace 12 años del propio Lacuesta, “La leyenda del tiempo”, “Entre dos aguas” funciona perfectamente en solitario, en parte porque incluye extractos de la anterior que completan los retratos de los adultos Isra y Cheíto al contrastarlos constantemente con sus inocentes versiones infantiles. Así se gesta una especie de “Boyhood” gitano en la que sí es posible meterse en la piel de los personajes, sobretodo en la de un Isra (excepcional e inexplicablemente olvidado Israel Gómez Romero) que se enfrenta al estigma del exconvicto, al rechazo familiar y a una adversidad económica que muchos peruanos conocemos. El tratamiento responsable del guion evita el miserabilismo y la exotización de una población todavía ampliamente marginada y más bien se refugia en la introspección de los personajes, esa que puede acercar al espectador de una cultura ajena y que le invita a la comprensión y la empatía. Resulta difícil no verse a sí mismo en los jugueteos en el mar de Isra y Cheíto, las sobremesas entre el segundo y su esposa, la angustia del primero ante la tentación de delinquir, o la nostalgia de ambos en forma de flashbacks a la primera película. La agridulce banda sonora de Raül Fernández Miró y Kiko Veneno dan el toque final a una joya digna de la Concha de Oro de San Sebastián. Una película íntima del cine de autor español que también evoluciona en el plano estético con composiciones armoniosas e iluminación precisa.

«La noche de los 12 años»

Aunque es casi seguro que el Goya a mejor película iberoamericana tendrá dueña mexicana, vale la pena resaltar que una de sus competidoras ha logrado colarse en dos categorías más y que, por ende, es especialmente valorada por la Academia española. Si uno solo se limita a leer su premisa (“los doce años de prisión de tres miembros de un grupo subversivo uruguayo”) seguro resulta poco atractiva, incluso si se toma en cuenta que uno de los protagonistas es un joven Pepe Mujica. Yo mismo tuve esa reacción. Lo cierto es que “La noche de los 12 años” de Álvaro Brechner no se restringe a retratar un pesado encierro ni pretende exaltar la juventud radical del ahora expresidente uruguayo. En esta cuidada y ambiciosa producción de Movistar (suena raro, pero sí) la atención se reparte equitativamente entre Mujica y sus dos compañeros de prisión, Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, también autores del libro del que parte el guion. Si bien nos transporta a la dureza y agobio típicos de un contexto de dictadura, Brechner evita que la historia caiga en tedio y morbo al poner en relieve las emociones, recuerdos y fantasías de los presos políticos, retratándolas como si fueran vidas paralelas. Desde un campamento idílico de Eleuterio con su familia hasta un Pepe Mujica que se desborda de locura al creer que le han intervenido el cerebro. Dichas experiencias no solo rellenan el vacío argumental que supone una larga condena sino que también humanizan a los prisioneros. Fuera de ellas también se incluyen curiosos momentos de comedia así como secuencias de acción acertadas durante los flashbacks que reproducen la captura de Mujica y sus compañeros. De ahí que Brechner también se encuentre nominado por el guion, uno que debería servir de plantilla para retratar otras historias de injusticia y resiliencia de nuestro continente. Aunque solo Antonio de la Torre ha sido nominado por su correcta interpretación de Mujica, Chino Darín y Alfonso Tort también demuestran fuertes credenciales para haber sido considerados.

«Campeones»

No podía dejar de valorar a la actual favorita, aún cuando su titulo lo dice todo. Javier Fesser es justo merecedor del éxito y el cariño (y de las 11 nominaciones) que ha cosechado por haber colocado una cámara frente a un colectivo que rara vez se ve representado en el séptimo arte, y por haber confiado en su propia capacidad de representarse. Gracias a él, los discapacitados intelectuales (que paradójicamente son superdotados para amar) pueden verse a sí mismos como los superhéroes que son cada día. Fesser solamente les ha facilitado una plataforma narrativa genérica (un equipo de baloncesto que tiene todas las de perder pero que sueña con ganar) y un capitán experimentado (alucinante Javier Gutiérrez). El humor, la energía y el corazón lo ponen los actores con discapacidad debutantes, entre ellos la maravillosa nominada a actriz revelación Gloria Ramos. Lo que más impacta del guion es la ausencia de filtros a la hora de retratar la ignorancia y el desprecio de la gente “normal” hacia los “subnormales”, y que los discapacitados puedan replicar con humor negro, autoanálisis y afirmaciones crudas como que ellos también tienen parejas y sexo. Lejos de ser ofensivo, este aspecto refleja la nula condescendencia de Fesser hacia sus actores y espectadores discapacitados, además de su compromiso por retratar la realidad tal cual la viven ellos, aunque a los “normales” eso nos pueda incomodar. Otro punto fuerte del guion es que no necesita del sentimentalismo para emocionar ni de la autoparodia para hacer reír, algo que en un principio me atemorizaba como espectador y familiar de discapacitada. Solamente adentrarse más en las vidas de cada jugador fuera de la cancha y de sus respectivos empleos hubiera hecho al guión más potente. Es cierto que en ritmo narrativo y cinematografía no es de las más sofisticadas entre las nominadas, y que como toda película familiar carece de minuciosidad en su desarrollo narrativo. Pero esas asperezas y limitaciones se vuelven insignificantes cuando el resultado es un trabajo pionero (tanto por la cantidad como por la calidad de sus actores discapacitados), con vocación humanista y que es capaz de entretener y conmover a la vez.

Si hay un hilo conductor entre estas ocho películas y las otras no menos logradas nominadas fuera de mi selección (“Todos lo saben” de Asghar Farhadi, “Carmen y Lola” de Arantxa Echevarría, “Yuli” de Icíar Bollaín) es sin duda la apuesta del cine español contemporáneo por la diversidad e inclusividad cultural. A diferencia de su par hollywoodense que se queda en discursos y hashtags de reivindicación mediática y que luego se ve obligado a nominar y premiar cualquier producción que aplaque la ira sin importar sus méritos artísticos, la Academia de cine española no tiene que escarbar mucho para encontrar frutos en su industria nacional que reflejen madurez cinematográfica a la vez que compromiso social. Una industria donde caben mujeres de todas las edades para protagonizar, escribir y dirigir películas. Que ofrece libertades artísticas e incentiva historias originales, y que acoge tanto a autores extranjeros como a la propia Netflix. Una industria de la que emanan fenómenos exportables e historias íntimas por igual, y que ha empezado a entender la importancia de combinar subvenciones con auspicios privados. Que no se aferra a sus viejas glorias y reconoce el valor de las nuevas generaciones. Una industria que no se cierra a las coproducciones internacionales pero que no deja de priorizar el talento nacional. En pocas palabras, un modelo que de momento combina lo mejor de ambos lados del charco y que, pese a todo, funciona. Un cine al que solo le falta depender menos de las distribuidoras gringas y que tiene todavía pendiente consolidarse en Latinoamérica para que sus producciones no se conformen con recibir Goyas y luego terminen en retransmisiones tardías en TVE, esas que los incautos como quien escribe esperamos para recién descubrirlas.


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