[Crítica] «Monos», la candidata de Colombia al Oscar y Goya


El último largometraje del colombiano Alejandro Landes nos trae la historia de un grupo de adolescentes que son miembros de una guerrilla. Su misión es salvaguardar la vida de una doctora que ha sido tomada rehén por la organización a la que los menores están sujetos.

Se puede inferir que la locación donde suceden las acciones es el ande latinoamericano, específicamente el colombiano (espacio planteado de manera semiutópica, con lo cual se otorga más intensidad a la trama planteada), así como también las afluentes de la selva tropical de esta parte del continente. En continuación a la historia, su eje narrativo no será solo el dilema del cuidado de la rehén y sus posteriores implicancias, sino también a cómo se da el devenir adolescente dentro de unas condiciones sociales completamente distintas a la vida urbana. Es por este camino a donde nos dirige el director; el de plantear su relato balanceando el foco narrativo de la formación militar y la constante violencia, a partir de la experiencia adolescente de un grupo de chicos y chicas que esperan el conflicto inminente a la vuelta de la esquina.

Las tomas de las locaciones no caen para nada en maniqueísmos, lo que ofrece un aporte técnico muy destacable al presentar al espectador, llamémoslos así, espacios “pre-modernos” dignos de una cuidadosa selección para la película. En este sentido, el empleo de la cámara en movimiento otorga un dinamismo necesario para aquellos pasajes planteados en clave de suspenso. Para los momentos opuestos, cuando los encuadres hallen los cuerpos estáticos y solitarios de los muchachos, será notable el uso de los primeros planos. Este registro es recurrente gracias al lente fotográfico empleado, el cual eleva al espectador a una experiencia sinestésica.

El otro registro que tampoco hay que perder de vista es la naturaleza, espacio incierto que marcha en sintonía con el devenir adolescente, sosegado por momentos, y también vehemente en su exploración de la sexualidad. Están también los otros componentes técnicos curados cuidadosamente; por ejemplo, la banda sonora que acompaña bien a esos ritos al límite de lo carnal (los cuales matizan bien, por cierto, la práctica militar a la que están sometidos constantemente), donde los tonos agudos intensifican mucho más a toda la francachela juvenil.

La exploración del mundo conflictivo de este grupo de ocho adolescentes, cuyos nombres evidencian el carácter desenfrenado de cada uno de ellos (Lobo, Perro, Boom Boom, Lady, Patagrande, Rambo, Pitufo y Sueca), nos trasladan a comprender las condiciones que rodea a cada uno de manera independiente. Es a partir de este tratamiento que Landes va componiendo una serie de situaciones en su película convirtiéndola en una historia minuciosa que en el transcurso no cae en el tedio narrativo. Para realizar tal empresa, el director no toma en consideración a un solo personaje principal. En su lugar, la cámara selecciona por igual a todo el conjunto de muchachos que irán quedando por la mencionada travesía incierta. De esta manera aquellos personajes logran insertarse en el imaginario universal planteándonos nuevas preguntas sobre la relación compleja entre adolescencia y el par violencia/sexualidad en un terreno donde las leyes están fuera de un efecto real.


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