[Crítica] Festival de Lima: «Entre estos árboles que he inventado», de Martín Rebaza

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A primera vista, la ópera prima de Martín Rebaza parece alinearse a las propuestas de dos filmes trujillanos de la década pasada: El ordenador (2012), de Omar Forero —película que es citada en el argumento—, y En medio del laberinto (2019), de Salomón Pérez —productor de la película de Rebaza—. Pero, a pesar de que coincide con estas ciertas connotaciones y el mismo lugar de producción, resulta más exacto relacionarla con otra ópera prima reciente producida en Lima. El juicio que domina a la protagonista de Entre estos árboles que he inventado (2021) no está lejos al que expresan los personajes de El tiempo y el silencio (2020), de Alonso Izaguirre. En el primer caso, tenemos a una joven fotógrafa desasociada con los cánones estéticos y conceptuales predominantes en su carrera. Para Mel (Maritza Sáenz), fotografiar implica observar el mundo con subjetividad, lo que a su vez demanda una mirada y sensibilidad personal. En tanto, en la película de Izaguirre tenemos a dos personajes desapegados con las rutinas que priman en la cotidianidad. Mientras que la ciudad se mueve a una velocidad progresiva, ellos disfrutan con “observar” los pequeños detalles.

Estamos hablando de personajes que perciben la vida en un sentido casi utópico al orientarse sus credos a un pensamiento que va a contracorriente con lo que “exige” la modernidad. Se podría decir que estamos tratando con casos de individuos románticos, calificados como obsoletos, operadores de tecnologías desfasadas —cámaras o proyectores analógicos—, aferrados a ideas que gozan de la contemplación y la simplicidad en un escenario en donde hay mucho dinamismo y artificio. Es por esa razón que Mel resulta ser un punto independiente, casi extraño e incomprensible, dentro del grupo de fotógrafos al que pertenece; situación que no está lejana al protagonista de El tiempo y el silencio, un instructor literario de Marcel Proust que fracasa ante su deseo de estimular a sus alumnos ese raciocinio de disfrutar del estado natural de las cosas. En un escenario posible, estos personajes entenderían la esencia del cine de Andrei Tarkovsky, pues valorarían algo que nada tiene que ver con una estética o preconcepto, sino con aquello que te retrae a tu mundo interior, que no es más que la perspectiva personal del mundo que suscitan, por ejemplo, los caballos o aguaceros que suscribe el director ruso en sus filmes.

En una escena al pie de un acantilado, la nueva amiga de Mel le dice que su fotografía de un árbol le recordó a un árbol en específico que ella apreciaba, árbol que, curiosamente, ya no existe, pero que provocaba misma fascinación que genera el horizonte que se manifiesta frente a ellas. “Eso” era lo que le provocó el ver su fotografía. Entre estos árboles… define el concepto de observar el arte y las cosas desde una experiencia interior; es decir, crear o juzgar no haciendo caso a las posturas dominantes o que restringen las emociones personales. De ahí por qué Mel reacciona de esa forma con su duelo o su relación amorosa. Estamos tratando con una mujer que ha creado ciertamente una distancia o un cerco con su entorno, lo que también se percibe en El tiempo y el silencio. Se podría decir que, a raíz de esa visión, se genera un conflicto entre los sujetos y su entorno. Al igual que Tarkovsky, están condenados a no ser comprendidos del todo por su espacio, lo que, en consecuencia, los incitaría al autoexilio.

Dato: Vean aquí «Entre estos árboles que he inventado» en el Festival de Cine de Lima.


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