[Crítica] Moonage Daydream: El ascenso de Bowie

moonage daydream

“A medida que uno envejece, las preguntas se reducen a dos o tres: ¿Cuánto tiempo tengo, y qué voy a hacer con el tiempo que me queda?”. Esta es una de las tantas citas memorables del cantautor, actor, artista plástico e indiscutible icono cultural del siglo XX que resuenan con la misma fuerza que la música y las imágenes que provienen de la sala IMAX donde me dispongo a ver el más reciente “documental” de Brett Morgen. Llamarlo documental es un tecnicismo pues en realidad está más cerca de ser una ópera multisensorial, un sueño lúcido y un experimento audiovisual digno del tratamiento de un blockbuster. Una quimera salvaje cuyo cuerpo combina el musical, el montaje soviético, la animación, el documental antológico y el cine ensayo, y cuya cabeza y corazón son la biografía, filmografía y el testimonio del británico David Robert Jones alias Bowie. El resultado sin duda es merecedor de compartir título con una de sus composiciones más experimentales y populares, teniendo el potencial de ser igualmente trascendental como experiencia cinematográfica.

Moonage Daydream en principio es el enésimo largometraje sobre una figura que inspiró documentales desde su salto a la fama y en cada etapa de su larga y multifacética carrera. En ese sentido sería injusto valorarlo en comparación con sus predecesores. Además de ser todo menos un documental convencional, este es el primer trabajo en revisar toda la vida y obra de Bowie desde su fallecimiento en 2016, y el primero en contar con la autorización del patrimonio del artista. Gracias a esto último, Morgen pudo acceder a material exclusivo como grabaciones y fotografías personales además de toda su flamante discografía. El director también incorpora fragmentos de conciertos, obras teatrales y películas protagonizadas por el británico (Laberinto, The Prestige, etc.) que dan cuenta de su talento multidisciplinario y excepcional. Como si de un pastel se tratase, la película contiene una capa adicional de material audiovisual compuesta por fragmentos de películas que van desde el cine mudo hasta la actualidad, material televisivo de eventos históricos, y sonidos y ruidos indescifrables que se entrecruzan con los de la banda sonora del artista. Por último están las animaciones propias del largometraje que emulan erupciones, planetas, y galaxias que sirven de distintivo artístico (tal y como consta en el material promocional) y que convierten la experiencia en un autentico viaje a las estrellas.

La película no sigue una trayectoria necesariamente linear para contar la vida y obra de Bowie, si bien parte desde su faceta juvenil más estrafalaria como Ziggy Stardust y termina con la premonición de su propia muerte del disco Blackstar. Entre ambos puntos hay un recorrido salvaje e impredecible donde se mezclan momentos puntuales de su biografía con extractos de giras mundiales específicas pero sin seguir una secuencia cronológica exacta. La película destaca la influencia que tuvieron diferentes ciudades del mundo en su carrera como Los Angeles y Berlin, además de su fascinación por las culturas asiáticas y la resiliencia de su espíritu británico. También se detiene a explorar ciertos aspectos prominentes de la vida de Bowie como su expresión de género andrógina al encarnar a su alter-ego Ziggy Stardust. También se discute la presunta bisexualidad que él mismo se encargó de alimentar en medios y que solo se trató de una treta promocional. Irónicamente hoy Bowie sería acusado de queerbaiting por promover una imagen y comportamientos que no se correspondían con su verdad identidad heterosexual, pero no cabe duda que su osadía mediática contribuyó a preparar a la sociedad británica de antaño para abrazar la diversidad sexual del presente. 

La narración y el protagonismo de Bowie aquí son absolutos. Desde la cita que precede los créditos iniciales, el británico es prácticamente el único que interviene en la narración en off, en las grabaciones y por supuesto en las interpretaciones musicales. La redundancia se evita pues nunca se trata del mismo Bowie sino de sus distintas etapas de vida. El contraste entre estas versiones del mismo sujeto es gratificante pues permite una exploración profunda de su personalidad, revelando sus contradicciones pero también sus convicciones constantes. También es verdad que no son muchas las personas que tienen la capacidad de reflexionar sobre su vida desde temprana edad, y los extractos que aquí se recopilan demuestran que Bowie fue un adelantado a su época no solo a nivel artístico sino también psicológico y espiritual. Por momentos incluso parece que es el Bowie del más allá quien está reflexionando sobre toda su existencia en la Tierra. En ese sentido el montaje cuidadoso de los distintos audios y entrevistas merece un reconocimiento aparte pues no tendría el mismo impacto filosófico y emotivo con un orden distinto.     

Fuera de lo biográfico, Moonage Daydream representa una montaña rusa de sonidos, colores y emociones diseñada concretamente para el formato IMAX. Resulta paradójico que uno de los componentes más llamativos del metraje sean los extractos de restauraciones de películas de cine mudo como El viaje a la Luna de Georges Méliès, que se ven incluso más relucientes que algunas grabaciones de los 70 y 80. Lejos de suponer un defecto, las diferentes texturas visuales que se pueden apreciar en las secuencias de montaje soviético, desde los granos de película antigua hasta los píxeles gruesos de los 90, son verdadero testamento de la evolución del cine tal y como se ve reflejado en la última etapa experimental del recientemente fallecido Jean-Luc Godard. Por supuesto que los momentos más emocionantes del largometraje radican en la reproducción parcial o total de las canciones de Bowie, especialmente las que provienen de actuaciones en vivo. El formato IMAX y su sonido envolvente hacen que uno se sienta parte de ese público y sienta la misma urgencia de pararse y corear sus éxitos. Quien vea la película en otro formato (parece que pronto por HBO Max) difícilmente podrá gozar de la misma intensidad y deleite de lo que considero como una atracción de parque temático en el mejor de los sentidos.     

Nunca dudé del potencial del director Brett Morgen de hacerle justicia a la vida y obra del genio británico por su experiencia previa con otras figuras de peso como los Rolling Stones o Jane Goodall, y especialmente por el grato recuerdo que tengo de su documental Kurt Cobain: Montage of Heck. Pero mientras que este último era una retrospectiva íntima y dinámica en torno a la trágica figura del vocalista de Nirvana que en esencia mantiene su condición de documental, Moonage Daydream la sobrepasa no solo por la longitud y profundidad de la biografía de Bowie sino también por todo lo ofrece como experiencia audiovisual. Morgen se supera a sí mismo al reivindicar la experimentación como núcleo de una película comercial, al atreverse a exhibir en un formato reservado para blockbusters de Hollywood y documentales de museo, al encapsular una historia de vida tan compleja y exuberante como la de Bowie, y al dotarla de un nuevo bálsamo deslumbrante que genere la curiosidad y admiración de nuevas generaciones. 

Habiéndome quedado sin poder adquirir entradas para ver su último producción musical en Nueva York, Moonage Daydream me ha ofrecido la posibilidad de disfrutar del poderío artístico de Bowie en primera fila. Como aquel mítico cortometraje del tren llegando a la estación que estremeció a quienes lo vieron por primera vez pensando que era de verdad, la película de Morgen materializa la ilusión de un Bowie que resucita, rejuvenece y despliega toda su sabiduría y pasión por más de dos horas. Solo puedo reprocharle el abuso de ciertos sonidos chirriantes en sus momentos de mayor caos sonoro, y su repaso fugaz de la etapa correspondiente a los años 2000 y la más cercana a su muerte con Blackstar. Por lo demás creo que esta obra que merece ser exhibida permanentemente en la sala de cine más grande y potente de algún rincón del mundo. Sería el mejor tributo planetario para quien en vida pretendió venir de las estrellas y terminó convirtiéndose en una.  

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