[Crítica] «Desaparecido» (2022), de Wari Gálvez

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De esos años en los que el Perú fue un matadero.

“Los vigilantes los arrean hacia el basural como a un rebaño aterrorizado” 1.

Citando al autor de Operación Masacre, Rodolfo Walsh, militante, periodista y escritor argentino de lengua desmaquillada para la crónica, referente de la no ficción periodística: así comienza el documental Desaparecido (2022). Así también, con detalles pormenorizados, un hombre nos narra la espeluznante realidad que fue el Perú en los tiempos del conflicto armado interno, recreando la memoria, escenificándola, como un perito escribiendo un atestado, dotes heredadas de quien complementa el relato, su padre, un ex policía; 

Miguel Ángel Cieza Galván, nombre inscrito en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), descontado por azar, por resiliencia o cualquier otro misterio que pueda atribuirse, del mural mortuorio de estudiantes de la Universidad Nacional del Centro, diezmados de 1990 a 1992.

Sin mediar lágrimas expone cómo fue sustraído por militares y despojado de su condición de estudiante, de ser humano, reducido a cuadrúpedo mugiente, etiquetado para la muerte, en fila para ser producto descarnando del taller instalado en un cuartel en Huancayo, no muy distante de su casa familiar y centro de estudios.

«Desaparecido» se estrena este 28 de octubre como parte de la Selección Oficial 2022 de Andares, en el Centro Cultural España. Luego se presenta en la Muestra Nacional de la Semana del Cine, en la Universidad de Lima.

Su testimonio nos encuentra en tiempos en los que se lanzan adjetivos con suma negligencia hacia cualquiera que tome una postura militante o reclame un derecho.  De inmediato surgen esas etiquetas de: “revoltosos”; o peor, “terrucos”. Esos términos afloran por gente anónima en redes sociales; aunque también son vociferadas por periodistas, congresistas y demás perlas. Esos “inocentes” rotulados bien pueden partir de entablar conversaciones airadas sobre política, o el accionar un ímpetu por transformación y cambio, algo usual en los jóvenes que ingresan a la vida académica superior; el mismo que tuviera Miguel unos 30 años atrás; pero para él, el rótulo derivó en secuestro y tortura sistemática, y en muerte para algunos de sus compañeros. Prejuicios, que en mandos militares fueron causales para ejecuciones extrajudiciales, que en universidades nacionales como “La Cantuta”, “San Marcos”, y “La del Centro”, han dejado promociones mortuorias cual placa recordatoria del horror. 

Miguel lleva consigo siempre un maletín negro, objeto que le da cierto carácter estudiantil; este detalle menor me hizo pensar en que podría ser la imagen sobre su propia historia, y sobre la historia que como nación hemos vivido, y cómo la llevamos: el espacio oscuro, estrecho, adecuado para acumular expedientes, que podemos olvidar en un rincón o que, como en el caso de Miguel, llevamos a cuestas. El vistazo hacia el interior del maletín de Miguel, es este documental hecho con crudeza, así como fue la retahíla de muertes y torturas, y desapariciones que siguen siendo una herida abierta, y seguirán siendo una herida abierta, mientras alguien espera una respuesta y toca a las puertas de esos años en los que el Perú fue un matadero.

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Algunas imágenes del documental pueden herir su susceptibilidad, las que verá y las que solo podrá imaginar. Puede que instintivamente, usted, quiera virar la vista hacia otro lado. No está obligado a ver; aún con ojos vendados, es difícil soslayar que el relato latiente, bermellón, de reverberante mugido, es uno de entre casi 70 mil (cifra aproximada según la CVR: 69,280 muertes). 

El final que elabora Wari Gálvez, director del documental,  es una respuesta a todos esos años y un homenaje al espíritu contestario del estudiante universitario.

1 Fragmento del capítulo 23: La matanza, del libro Operación Masacre de Rodolfo Walsh, escritor, militante peronista argentino, asesinado y desaparecido durante la dictadura de José Rafael Videla, tras publicarse su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar


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