«¡Asu mare! Los amigos»: Una collera de subnormales

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Hace unos días salí apresuradamente de un matrimonio, lamentándolo ya que el buffet estaba muy bueno, para ir a ver una película peruana en el Centro Cultural de la Universidad Católica. Lamentablemente, llegué tarde y me dirigí a un cine cercano, donde la única película con horario próximo era “¡Asu mare! Los amigos”. Así que sentí curiosidad y, al mismo tiempo, necesitaba desintoxicarme de «Tár», que ví recientemente, por lo que me pareció que una comedia me sentaría bien.

Efectivamente, me reí de buena gana en varias partes de la cinta, incluyendo morisquetas, disfuerzos, uso desinhibido de lenguaje procaz y bromitas varias y bobas. Otro punto simpático fue la participación de la congresista Susel Paredes, en actuación casi siempre lograda. Deberíamos tener más políticos que corran el riesgo de estas performances. Muchos más. También me sorprendió el buen trabajo de fotografía e iluminación en interiores en algunas escenas, así como la ambientación; lo que habría merecido un mejor destino en producciones superiores.

La película tiene una falla central. Su objetivo parece ser seguir exprimiendo la veta de la nostalgia, en este caso, presentando y, luego, rememorando visualmente la infancia de un grupo de amigos de barrio, ahora convertidos en una collera de subnormales que cometen todo tipo de disparates en su vida. El único problema de esto es que son una mala caricatura de la niñez, ya que siguen comportándose como si fueran infantes, intentado todo tipo de palomilladas y pastruladas en un vano intento de retorno al pasado. En consecuencia, se anula el efecto nostálgico al romperse la lógica de las etapas de la vida, la línea de tiempo, la evolución humana. El filme atenta contra la cronología.

Al fallar este soporte, el esquema dramático –ya de por sí endeble– se debilita aún más, con personajes muy básicos y, algunos, meras caricaturas. Queda solo el humor y este es irregular. Por ejemplo, la escena de los fumones está muy bien caracterizada y filmada, pero en el contexto de un drama social; aquí no da risa en absoluto. Lo mismo ocurre con el episodio –tan poco imaginativo– donde los amigos, casi de la nada, se embadurnan mutuamente con pintura; o la parte final de la persecución de Susel como agente municipal en cámara rápida. Y luego tenemos la insólita escena donde el grupo de manganzones se revuelca un buen rato en una cama y luego pasan la noche todos juntos en un cuchitril. Todavía no llego a entender del todo lo que parece ser una inocente exhibición de afectos instintivos tan primaria que ameritaría algún tipo de terapia.   

El segundo punto “fuerte” de la película es su afirmación en el emprendedurismo como solución a todos los problemas. Aquí se repite un sonsonete que ya venimos escuchando desde hace varias décadas y que solo ha servido para ocultar la cultura de la sobrevivencia –funcional a la informalidad que se pretende combatir– y el aumento de la pobreza en los últimos años. Ya no da risa ni provoca entusiasmo, por más esfuerzos que se hagan. La situación del país no es la mejor para seguir endiosando lo que es subempleo, precariedad e inseguridad laboral. Si se lo quiere ver desde un punto de vista “positivo”: ya todos nos hemos vuelto “emprendedores” (un alto porcentaje de la población vive literalmente al día) y es evidente que hay aspectos estructurales que mantienen la desigualdad estableciendo barreras para una más rápida mejora de la calidad de vida de la gente; las que muchas veces están fuera del debate público. Pero la gente lo sabe, porque lo vive. 

Hay también un episodio de corrupción política local un poco forzado y deshilvanado, incorporado para aportar riesgos en la historia del “emprendimiento”; y, en este marco, toques de corrección política aquí y allá, sin mayor justificación.

En suma, una película para pasar el rato a medias, muy inferior a la primera de la serie “¡Asu mare!”. 

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