Festival de Edimburgo: “Passages” (2023), amante bandido

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La secuencia inicial del noveno largometraje de Ira Sachs corresponde a un rodaje donde la verdadera estrella es el tiránico director Tomas Freiburg. Su despliegue de perfeccionismo y exasperación por grabar un descenso de escaleras trivial es la mejor carta de presentación de un personaje abominablemente cautivador que nos invita a descender a niveles insospechados de apatía, desvergüenza y lujuria. Evocativo de Match Point (2005) y de otros dramas para adultos centrados en personajes deliberadamente inmorales hoy en peligro de extinción, Passages es mucho más complejo y provocador que el triangulo amoroso bisexual que insinuan su tráiler y poster. Es una obra donde el impulso narrativo no radica únicamente en el deseo sexual sino en la personalidad insaciable del protagonista, magistralmente encarnado por Franz Rogowski.      

El título del filme alude a aquel que Tomas rueda al inicio pero también a la representación de su propia historia en forma de pasajes o fragmentos que deliberadamente suprimen detalles del triángulo que conforma con su marido Martin (Ben Wishaw) y su amante Agathe (Adèle Exarchopoulos). Esta supresión es perceptible desde la fiesta post rodaje en la que Tomás conoce a Agathe y en la que Martin tiene una presencia mínima. Es solo después del primer encuentro sexual de los amantes que Martin cobra protagonismo y manifiesta su frustración por un matrimonio desgastado de seis años en el que Tomas ha sido infiel con otras mujeres. Sin embargo, el mismo Tomas admite sin tapujos que su relación con Agathe trasciende el plano sexual y se sobreentiende su divorcio de Martin. Pero cuando el segundo inicia la separación de bienes y una nueva relación, Tomas se muestra decidido a recuperarlo sin abandonar del todo a Agathe. Se genera así un tira y afloja a tres bandas en el que la perversión de Tomas se complementa con las inseguridades y dependencias emocionales de los otros dos personajes.              

Lo que hubiera sido concebido un thriller erótico convencional aquí se plantea como un drama minimalista y realista donde los involucrados toman decisiones erráticas y frustrantes aunque verosímiles. Tomas puede resultar un enfant terrible exagerado con el que nadie cuerdo tendría una relación pero sí que encapsula la esencia de un sociópata que se vale de sus encantos para obtener lo que quiere. Su condición de bisexual podría ser criticada por incentivar el estigma que equipara esta orientación con una indecisión sexual, especialmente porque él mismo admite sentir “confusión” entre Martin y Agathe. El guion sin embargo descarta la bisexualidad como origen de su personalidad perversa que no se limita al plano sexual y que se manifiesta incluso en contextos laborales. (Las escenas de sexo también ayudan a refutar la “confusión” de Tomas). De igual forma Martin y Agathe no se perciben como simples víctimas del protagonista sino que son participantes conscientes de un triángulo tóxico del que esperan obtener algo más que sexo.         

Aunque tripartita, la trama no disimula su preferencia por Tomas, una personificación del narcisismo más implacable que Franz Rogowski convierte en un rol creíble y hasta vulnerable. El aspecto físico dócil y voz delicada del alemán paradójicamente contribuyen a la complejidad casi animal de un protagonista de actitudes impulsivas y opiniones repulsivas que sin embargo derrocha simpatía y seducción cuando lo necesita. Incluso es capaz de evocar una apariencia infantil que funciona sobre todo en Agathe en momentos como el de la bañera o cuando escuchan un disco juntos. El contraste de esta faceta con sus escenas de rabia verbal y física, por no mencionar las de sexo explícito, es impresionante. Sus ligeros problemas de pronunciación, derivados de un labio leporino mal operado, no impiden que Rogowski conecte con el público y se convierta en un incorregible Casanova del siglo XXI.

El guión coescrito por Ira Sachs y Mauricio Zacharias también favorece el protagonismo de Tomas al limitar las escenas independientes de los otros dos personajes. Es solo después de que discuten con Tomas que podemos ver a Martin y Agathe en sus respectivos entornos laborales y familiares, aunque varias estas escenas son interrumpidas tarde o temprano por el primero incluso en forma de llamadas. En ese sentido el montaje casi parece funcionar como una extensión del interés variable de Tomas por cada personaje. Esto explica una mayor presencia del personaje de Ben Wishaw en detrimento del de Adèle Exarchopoulos. Aunque inicialmente monótono, el personaje de Wishaw crece a medida que este desconfía y vuelve a confiar en Tomas. El talento del británico se revalida en sus intervenciones orales y en su entrega física durante un reencuentro sexual con Tomas. Esta escena concreta también resulta reveladora sobre la personalidad del segundo, especialmente en contraste con el sexo que comparte con Agathe.

Es respecto a este personaje femenino que el guion flaquea y revela una parcialidad homosexual de sus creadores. Es cierto que Agathe no representa un rol más imperfecto o patético que los de sus pares masculinos, y que a Exarchopoulos no se le exige aquí la sobreexposición corporal heteronormativa de La vida de Adèle (2013). (Ni siquiera el sexo homosexual alcanza la pornografía de aquel filme, aunque así lo crea la hipócrita censura gringa). Sin embargo, Sachs y Zacharias sí que la reducen a poco más que una muñeca de compañía para el protagonista, para sus padres e incluso para sus estudiantes de primaria. Fuera de ciertos momentos de candor como cuando Agathe intenta cantarle a Tomas, Exarchopoulos solo puede demostrar su potencial dramático en sus intervenciones finales. 

La cámara predominantemente estática de Passages reserva su movimiento para los esporádicos travellings que corresponden a los viajes de Tomas en bicicleta por las calles de París. Además de resaltar la impulsividad del protagonista, estos travellings aportan un dinamismo inesperado que se luce especialmente en una secuencia final comparable a la que retrata el escape de Antoine Doinel en Los 400 golpes (1959). En ese sentido Passages representa una tragedia inminente que se esconde bajo un lienzo cautivador de erotismo, comedia negra y melodrama. Ira Sachs condensa aquí la devoción por la sensualidad e intimidad emocional que ha cultivado a lo largo de una filmografía de corte independiente que merece reivindicación. Franz Rogowski también merece reconocimiento aparte por encarnar en alma y cuerpo a un icónico amante bandido.

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