Festival Lima Alterna: Entrevista con Luis Cintora, director de «Este fue nuestro castigo»

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El realizador español Luis Cintora (Málaga, 1976) estrena en Lima su décimo segundo documental dedicado al conflicto armado interno que vivió el Perú en décadas pasadas. El film se titula «Este fue nuestro castigo» (2023), y se presentó esta semana en la sección Panorama peruano del 4° Festival Lima Alterna.

Este largometraje tuvo su estreno absoluto en el Festival de Cinéma Péruvien de Paris, en abril, y en septiembre pasado obtuvo el premio al mejor largometraje en el Festival Audiovisual Mercosur FAM, en Florianópolis, Brasil. Por estos días participa también en el Festival de Cine de Trujillo.

A continuación conversamos en extenso con el director sobre su nueva obra, y su filmografía dedicada a nuestro país:

Sinopsis: Cuando el PCP Sendero Luminoso inició su lucha armada contra el Estado peruano a inicio de la década de los ochenta, la comunidad altoandina de Hualla pasó a ser una de sus primeras zonas “liberadas”. Pero Hualla pronto pagaría un costo muy alto por haberse convertido en una base de apoyo de la subversión. 30 años después del fin de la violencia, la comunidad inaugura un espacio de memoria en homenaje a las víctimas que dejó allí el conflicto armado interno y sus pobladores rompen el silencio sobre un pasado que aún duele.

Laslo Rojas: Luis, tú debes ser de los pocos, sino el único director, que tenga prácticamente toda su carrera dedicada al conflicto armado interno peruano. Probablemente seas el director, peruano o extranjero, con más películas sobre esa temática en su filmografía. ¿Cómo aparece ese interés tuyo por el tema y qué fue lo que te llevó a quedarte en él por tanto tiempo?

Luis Cintora: Muchísimas gracias, ante todo, por la invitación. Es un placer compartir con ustedes y con el público de Cinencuentro esta conversación. Sí, posiblemente sea el director o más bien el loco que ha hecho más trabajos documentales sobre esta temática. Todo parte realmente de una inquietud social. Yo empecé a vivir en Ayacucho ya hace bastante tiempo. En 2005 pasé una primera estancia ahí, trabajaba como educador voluntario en una casa hogar con niños, con distintas habilidades o discapacidades y huérfanos en el barrio del Carmen Alto en Ayacucho. Y claro, cuando uno vive durante un buen tiempo en Ayacucho, evidentemente entras en contacto con un montón de testimonios, de historias de la gente con la que te vas relacionando. Son historias marcadas a sangre y fuego por el conflicto armado interno que se vivió en el Perú y en Ayacucho. Entonces, a partir de ahí pensé en hacer un primer acercamiento documental, un pequeño cortometraje que tratara sobre la situación de la infancia en el contexto del posconflicto, se tituló “Los herederos de Ayacucho”. 

Esa era como mi primera intención, yo para nada sospechaba en aquel entonces que ese trabajo iba a dar pie a toda una serie sobre memoria y antropología de la violencia, siempre enfocada en Ayacucho. Me pareció particularmente interesante enfocar todos esos trabajos desde las miradas y las voces de la población local, que fueran ellos directamente quienes nos compartieran sus historias. Eso fue en 2010, ese primer cortito, y trece años más tarde, pues aquí seguimos. Al final, es una cuestión de inquietud personal, es un compromiso que uno adquiere, que va mucho más allá de la producción audiovisual, es un compromiso humano con el departamento de Ayacucho, y también a raíz de vivir tanto tiempo allá y de producir tanto material, siguen surgiendo como peticiones expresas de distintas personas, de comunidades. Me dicen: Lucho, ¿cuándo nos toca a nosotros?, ¿cuándo Cayara?, ¿cuándo tal comunidad? Este es al final para mí el valor y el sentido del trabajo, que sean trabajos que emanen directamente de una petición expresa, en este caso de las comunidades. No son trabajos que para nada partan de una imposición mía.

Luis Cintora
Luis Cintora, director de «Este fue nuestro castigo» (2023)

Luis Vélez: Lucho, en esta última película documental Este fue nuestro castigo, el pueblo retratado es Hualla, y es una historia muy conmovedora, muy fuerte, la de los hechos ocurridos entre 1982 y 1990. Es un pueblo que, como señalabas en algunos apuntes, no tuvo como un episodio principal emblemático, como si los tuvieron Accomarca, Cayara o Putis. Y es un pueblo que vivió entre dos fuegos, entre Sendero Luminoso y el Ejército Peruano. ¿Cómo fue tu toma de conocimiento de Hualla? ¿Y cómo te aproximaste a la comunidad?

LC: El contacto con la comunidad de Hualla comenzó en 2015 ó 2016, cuando tú y yo nos conocimos en las Rutas de Memoria, que organizamos con EPAF, el Equipo de Antropología Forense en Lima. En ese tiempo ellos estaban desarrollando bastantes proyectos en la comunidad de Hualla y en otras comunidades de la zona. Entonces, ese año tuve ocasión de viajar junto con el EPAF al Día de la Memoria de Hualla, y tuve ese primer contacto con la comunidad, con su asociación de afectados. Sacamos un pequeño video del Día de la Memoria. Como dices, es una comunidad bastante desconocida, creo, para el resto del país, incluso en Ayacucho mismo. Cuando viajo a Hualla, hay personas de la propia ciudad de Ayacucho que me dicen: «oye, pero Hualla, ¿dónde está?». Hasta ese punto de desconocimiento general [N.E.: Hualla es un distrito de la provincia de Víctor Fajardo]. Luego también, cuando revisas todo lo que es el informe final de la CVR, hay una serie de casos emblemáticos, como tú mencionas, y claro, Hualla no aparece. Pero si uno empieza a analizar sucesos de violencia, hay un montón de referencias al caso de Hualla. 

Lo que pasa es que no existe un caso o un episodio principal, sino una sucesión prácticamente interminable de terribles episodios de violencia, de ejecución extrajudicial del alcalde, una masacre de Sendero, luego muchos episodios de desaparición forzada, donde venían patrullas militares y se llevaban a los pobladores de Hualla, inicialmente a la base de Canaria y posteriormente a la base de Hualla, de Chimpapampa, que se instala más adelante; y luego ejecuciones extrajudiciales, desapariciones, violaciones, torturas; en fin, son muchos episodios que se mencionan en la CVR, pero de manera inconexa. De alguna manera el documental ha tratado de recopilar, de reconstruir esa historia cronológica y colectiva. Entonces, luego de aquel primer viaje, regresé en 2019 de nuevo al Día de la Memoria, donde, siempre con EPAF, hicimos un nuevo video, de la inauguración del Santuario de Chimpapampa. Luego ha sido todo un proceso de viajar a Hualla, de pasar tiempo allí, de tejer una confianza con la comunidad, de presentar el proyecto a la municipalidad, al presidente de la comunidad, a la asociación de afectados, para que fuera un proyecto también lo más participativo posible, y sobre todo donde la comunidad se sintiera cómoda con ese trabajo. No es que uno llegue a estas comunidades con su cámara y empiece a grabar sin más y a tocar a la puerta de las personas para entrevistarlas, sino que evidentemente hay todo un trabajo previo de investigación. De hecho, la tesis final de una maestría que hice en Derechos Humanos y Memoria la planteé en el episodio de Hualla. Hay todo un trabajo previo de investigación que creo que es fundamental para plantear estos proyectos y para obtener el mejor resultado.

LR: Pensando en la realización, ¿cómo fue el proceso de elección de los personajes que vemos en la película? Hay un par de personajes que son como los protagonistas, que unen toda la historia. ¿Eso lo decides durante el registro del documental o en el montaje?

LC: Sí, es un proceso continuo, donde esas personas, esos personajes dentro del documental, van cobrando fuerza y vida. Son personas que originalmente, antes de empezar el documental, yo incluso tal vez ni conocía, pero que a raíz de convivir con la comunidad en distintos momentos, pasando semanas, son personas que vas conociendo sobre la marcha y que te cuentan sus historias. Tal vez en el momento en el que te están contando su testimonio en su cocinita de adobe, compartiendo un desayuno contigo, ahí te das cuenta de que tienes ante ti a un personaje muy poderoso, narrativa y visualmente. Yo sí trabajo mucho con guiones, pero son guiones muy permeables, muy flexibles, ante lo que creo que es esencial, que es enfrentarte a la realidad y a la vida misma y dejarte arrastrar de alguna manera por la historia. Entonces, a algunos de los personajes ya los había conocido en mis anteriores viajes, en 2015, en 2019, pero otras personas de repente se acercaron a mí en la plaza y me dijeron: «Lucho, te quiero contar mi historia». De ahí vas a su casa y ya en ese momento sentías que tenías ante ti un personaje importante del documental. Y luego, lamentablemente, también hay personas con las que uno habla, llegas incluso a grabar sus testimonios preliminares, pero que luego, por situación de montaje o de tiempo, o porque no te encajan narrativamente, pues esas personas finalmente no aparecen en el documental. Eso es una pena, y en esos casos lo que siempre hago al menos es hacer un montaje de ese testimonio para que esa persona y su familia tengan también ese registro de memoria familiar.

LV: Hay un personaje en la película que es un antropólogo forense. Recuerdo que testimonia tanto desde el Ministerio Público como desde el Lugar de la Memoria, y lo hace desde el punto de vista científico, pero no puede evitar igualmente involucrarse como persona, como ser humano. En ese mismo sentido, ¿cómo involucras tus propios sentimientos, tu mirada personal, desde la conmoción que te puede generar un caso tan duro como el de Hualla y los otros que has tocado en tus otros documentales? ¿Cómo compatibilizas eso con la mirada del cineasta?

LC: Sí, es algo complejo. Yo creo que cuando uno está trabajando estos temas tan duros, como lo hace el compañero y gran amigo Franco Mora del EPAF, como mencionas, es imposible mantenerte como externo o impermeable al sufrimiento y dolor ajenos. Creo que es importante mantener esa dosis de empatía con estas personas que están compartiendo vivencias tan dolorosas y tan íntimas, así que creo que mantener ese enfoque humano y empático es fundamental. Y si no lo tienes, pues posiblemente sea indicativo de que debieras dedicarte a otros temas, a la publicidad, por ejemplo, con todo el respeto al campo de la publicidad. Pero sí son historias que no pueden dejarte impermeable y te mueven mucho a nivel personal. A mí personalmente esa rabia, esa indignación, esa tristeza que me produce escuchar estas historias, estos testimonios, de alguna manera también me refuerzan el camino a seguir. Cuando escuchas una historia tan triste, tan injusta, y dices: solo por una persona, aunque solo fuera por esta persona, tiene que salir el documental como sea. Igual es un documental totalmente autoproducido, no ha recibido ni un sol, ni un dólar, ni un euro de ninguna institución, son todos fondos propios. Eso también hace que cueste más sacarlos adelante, pero como digo, el impulso viene finalmente de los familiares, de las víctimas, que son las que te hacen ver que el trabajo tiene que salir como sea.

LV.: Tienes estos doce documentales que has realizado en Perú sobre temas de memoria. ¿En qué secuencia o hilo conductor ubicas Este fue nuestro castigo en relación a, tal vez la película por la que te conocimos, Te saludan los Cabitos? ¿Cómo las vinculas?

Luis C.: Cronológicamente, o a nivel de producción, es el último trabajo de la serie. Hay largometrajes, hay mediometrajes, hay cortometrajes que tienen mayor o menor grado de producción, en función también de los apoyos que se consiguieron, o de la urgencia por sacarlos adelante, pero al final, aunque no es una serie donde estén conectados los distintos capítulos, no hay un continuo evidente, ni mucho menos, pero sí que hay una conexión entre todos ellos. Para empezar, evidentemente por el contexto, por ser en Ayacucho, el epicentro de la violencia, pero sí que hay también a veces algunos personajes que conectan un documental con otro. En el caso de Te saludan los Cabitos, no hay una conexión directa, o al menos que se palpe en el documental, pero a nivel de investigación sí que la hay, porque ahí son personas que de repente sus familiares han estado detenidos en Los Cabitos. Hay el caso de un profesor, Filomeno Cruzat, cuyos restos a priori estarían en el terreno de La Hoyada de Los Cabitos. Estuve también con la familia Cruzat el año pasado, grabando el aniversario del profesor. Hay, por ejemplo, chicas [de Hualla] que fueron detenidas y llevadas también a Los Cabitos, violadas, torturadas y después devueltas a la comunidad. O también, hay una conexión a través de ANFASEP, la Asociación Nacional de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Ayacucho. La actual directora, la señora Lidia, era comerciante en aquella época y viajaba con frecuencia a Hualla, y también ella presenció algunos actos de violencia. Por ejemplo, vio cómo habían capturado a uno de los líderes de Sendero y ya lo habían decapitado, y lo estaban mostrando allí en la plaza, e incluso su hermano, el señor Juanes, vive actualmente en Hualla, y su mejor amigo en Ayacucho resultó ser un señor que se llama Sergio Cabezas, que es uno de los protagonistas del documental de Los Cabitos. Por eso te digo, existen todas estas conexiones que de repente no son evidentes en la narrativa del documental, pero que están ahí subyacentes en las historias de las personas, y eso es lo que me hace sentir que finalmente es como un puzzle que poco a poco va encajando, un puzzle de memoria colectiva que va tomando forma.

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LR: Sobre la logística de la realización de las películas, quisiera conocer un poco cuánto tiempo te toma realizar un documental como el último que vimos. También, cómo resuelves temas como el idioma, ya que la mayoría de los personajes son quechuahablantes. Además, por su ubicación, muchos lugares de repente son difíciles de acceder. ¿Cómo manejas todos estos temas desde el momento de la preparación de la película?

LC: Sí que hay una serie de retos, efectivamente, a nivel de logística, el tema del transporte, el obstáculo lingüístico, porque yo manejo algunas palabritas en quechua básicas, pero no puedo mantener una conversación. Y claro, eso requiere tiempo, requiere dedicación, y sí, es un proceso complejo, pero a la vez es un reto el poder acceder a este tipo de lugares y de testimonios. Entonces, por lo general, toda la parte de producción yo la he trabajado siempre solo. Me he encargado de toda la investigación previa, basándome evidentemente también en fuentes bibliográficas, como han podido ser la investigación del EPAF De víctimas a ciudadanos, o Entre prójimos, de Kimberly Theidon. Pero el trabajarlo solo, hace que se dificulte la parte más técnica, porque te vuelves una especie de hombre orquesta donde tienes que estar grabando, tienes que prestar atención al sonido, a la luz, a muchas cosas, y al mismo tiempo estás hablando con una persona. No es que tú puedas desentenderte y apartar la mirada y dedicarte al aspecto técnico y olvidarte de la persona que tienes frente a ti. Entonces esa parte es bastante compleja, pero creo que de alguna manera se compensa por la intimidad o el grado de intimidad que consigues con esas personas, porque finalmente más que entrevistas son conversaciones, casi confesiones ante la cámara, que estas personas hacen contigo. Y el tema del idioma es complejo, igual uno va entendiendo más o menos por palabras clave lo que te cuentan, o de repente esa persona me ha contado previamente en castellano un poquito la historia, sabes de qué te está hablando. Pero en otros casos estás filmando un poco a ciegas y luego, cuando finalmente tienes acceso a la traducción del quechua, pues te llevas una sorpresa porque te están contando algo que tú no imaginabas. En ese caso, cuando se trata de testimonios en quechua, las personas evidentemente deciden en qué idioma hablar. Hay algunas personas que sí que hablan fluido ambos idiomas, pero prefieren hablar en castellano. Entonces no hay ninguna intención, digamos, de buscar una especie de exotismo en los testimonios en quechua, ni mucho menos, sino que esas personas eligen en qué idioma quieren contar su historia.

LV: Es de hecho un documental muy duro. Vamos a ver exhumaciones, vamos a oír testimonios de asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, violaciones sexuales a mujeres, asesinato de niños, y sin embargo, una de las partes que más me conmovió es justamente la que da título al documental: Este fue nuestro castigo, cuando una de las familiares de las víctimas entiende todo lo que ha sucedido como una especie de «precio que pagaron» por estar entre entre estos dos fuegos, el de Sendero Luminoso y el de los abusos de las Fuerzas Armadas, o si es como un «castigo del destino», o es más bien una cosa más retórica en el sentido de «qué vida tan dura la que nos tocó vivir». ¿Cómo sientes tú esa expresión y por qué decidiste tomarla como título de la película?

LC: A mí me pasó como a ti. Esa frase me removió mucho cuando la escuché por primera vez, y creo que muchas veces cuando uno está buscando el título de la obra, a veces tomará un montón de tiempo en dar con ese título, y otras veces sientes que ahí lo tienes, el título de Te saludan los Cabitos fue similar, forma parte de un cántico militar que los reclutas solían cantar en la época, y sí, cuando uno está en estas comunidades te das cuenta de que hay una presencia religiosa, bíblica, muy fuerte, y mucho de lo que les sucedió, algunas personas lo interpretan también desde el lado religioso. Por eso también el documental está estructurado partiendo de una misa donde se habla de los desaparecidos, y que por culpa de algunos castigaron a otros, entonces existen estas referencias bíblicas que me parecieron muy interesantes. Se habla mucho del concepto del pecado, por ejemplo dicen: «el pecado de él fue ser profesor» o «este fue nuestro castigo». Igual es un elemento que es muy sanador para todas estas personas, cuando no han recibido justicia o reparación, finalmente se aferran a la religión y me parecía importante recoger ese elemento de su realidad.

LR.: Si bien todos los testimonios muestran la dureza de lo vivido, incluso, una de las protagonistas lo resume en una frase durísima de escuchar: «a partir de ese día todo fue tristeza», al ver tu película, cuando escuchaba los testimonios de los personajes más jóvenes, me ponía a pensar en otra película, no sé si la conoces, el documental de Héctor Gálvez, Esperaré aquí hasta oír mi nombre, que también es sobre el conflicto armado. Ahí Héctor intenta llevar la historia al lugar de origen y preguntarle a las nuevas generaciones qué piensan de eso, y la reacción que recoge de los más chicos es que en realidad ellos ya no quieren recordar el tema, no quieren seguir siendo identificados como víctimas o como gente que está triste, quieren salir de eso. Parece que esta preocupación nuestra no es algo que haya traspasado necesariamente a las siguientes generaciones. No sé hasta qué punto has podido encontrar esto en los testimonios que has ido recabando, que no hemos visto en tu documental, pero de repente en el trabajo de campo has podido encontrar.

Luis C.: Totalmente, Laslo, estoy de acuerdo contigo, es una sensación que comparto. Incluso es chocante cómo en una comunidad como la de Hualla, por ejemplo, los propios chicos no sabían lo que había pasado en su comunidad y lo aprendieron a raíz de la escenificación de los hechos de violencia que mostramos en el documental que el profesor Edgar, que es también presidente de la comunidad, organizó junto con Maricarmen Gutiérrez y otras personas. Ese teatro de los hechos en que ellos mismos se sorprendían de que aquello le pudo haber ocurrido a sus padres o a sus abuelos y a sus familiares. El documental de Héctor todavía no lo vi, sí vi la obra de teatro que él presentó también en Ayacucho y que es la obra que de alguna manera recogen en el documental, en Totos y en otras comunidades. Sí que existe como ese olvido y de alguna manera mi documental pretende recoger la memoria viva de estas personas, como la del ex juez de paz, que es un señor muy mayor, pero que es como el guardián de la memoria, que ha escrito la memoria del pueblo. Por ejemplo, me acuerdo del testimonio de una chica joven, tendrá unos 20 o 30 años, que un día me vio escribiendo unas notas en el pequeño restaurante de la plaza y me preguntaba qué estaba haciendo, y le conté un poco por encima, y me dijo: «ah, pues mi papá también desapareció», y cuando le pregunté su nombre, porque yo tenía el listado que había hecho el juez, sobre todo de los desaparecidos de Hualla, le dije: «si quieres buscamos el nombre de tu papá, a ver si aparece aquí, para que puedas hablar también con el juez, que él te cuente». Y cuando empezamos a buscar, la fecha de desaparición del papá era bastante anterior a la fecha de su nacimiento. Cuando yo vi eso, imagínate, ella a lo mejor había nacido en el 85 y en el documento del juez decía que su papá había desaparecido en el 83, por poner una fecha, le dije que debe tratarse de un error, y ella me dijo: «no, debe ser así, porque una vez mi mamá me dijo que yo soy fruto de una violación de militares», pero me lo dijo con un total naturalidad; me sorprendió un montón por eso, por cómo es una circunstancia tan asumida, una situación que lamentablemente se ha dado bastante en comunidades. Son hijos e hijas del fruto de violaciones de señoras, entonces sí que me sorprende ese grado de desconexión con el pasado en las propias comunidades que sufrieron tan fuerte todo este fenómeno de la violencia. De alguna manera yo espero que el documental sirva como registro de memoria colectiva, y que permanezca ahí. Finalmente sería el éxito para mí, de un proyecto como este.

LR: En esas representaciones que vemos en el documental, que las hacen a manera de memoria de lo sucedido, vemos cómo las chicas están representando, dentro de su inocencia, de su desconocimiento, incluso se ríen nerviosas de lo que están haciendo, en una escena que supuestamente es trágica, violenta, y se ríen porque es casi un juego. Lo que me llamó la atención era la escena previa, cuando supuestamente llegan los senderistas y hacen vivas al “presidente Gonzalo” y todo eso, pensé en lo problemático que podría ser. ¿Te imaginas que una representación de esa manera se haga en Lima, por ejemplo? Esto sería imposible que se dé, sucede en ese pueblo perdido donde nadie se entera qué sucede. ¿Cómo ves tú eventos como ese? Cuando lo vi en el documental, en la laptop, lo tuve que volver a ver porque me dije: están diciendo cosas «que no se pueden decir». 

LV: Acá vendría la DIRCOTE y todo ello.

LC: Yo creo que en el Perú se ha llegado a un momento de paroxismo, de absurdo tal, con todo el fenómeno del terruqueo, que ya cualquier cosa se puede sacar de contexto, entonces un libro puede ser perseguido, una obra de teatro, una película; parece que finalmente se está prohibiendo recordar. Yo de momento no sé ese tipo de escenas qué reacciones puedan deparar. Sí que estoy abierto o soy consciente de que el documental pueda tacharse de apología [al terrorismo] por ciertos sectores que siempre van a tachar de apología cualquier obra artística, audiovisual, donde se denuncien crímenes, porque son crímenes, no son excesos, como dicen algunos. Eso pasó cuando salió Te saludan los Cabitos; pero claro, luego también puede haber otros sectores que a la inversa digan: ya se le está haciendo el juego al Estado por contar masacres de Sendero; entonces creo que esas personas deben ponerse de acuerdo: es apología a Sendero o es apología al Ejército. No se puede hacer apología de ambos bandos al mismo tiempo, es algo totalmente esquizofrénico. Creo que finalmente se trata de recoger esa memoria colectiva compartida, y esperemos que el documental no suscite ese tipo de episodios, y si lo hace, bueno, finalmente creo también que esos fenómenos de censura, en el pasado al menos, han tenido siempre el efecto opuesto, le han dado publicidad a los trabajos y han hecho que se quieran ver. Por ejemplo, hace varios años el documental Las huellas del sendero se iba a presentar en San Marcos. El rector lo censuró a última hora, porque contenía el testimonio de varios ex senderistas, y después eso generó que mucha más gente quisiera ver un documental que ya se había estrenado el 2013 y del que nadie hablaba. No es que yo esté buscando conscientemente eso, pero si sucede, pues habrá que afrontarlo en su momento, ojalá que no.

LV.: Me interesa cómo la memoria se va custodiando, a pesar también de algunos olvidos que puedan tener las generaciones más jóvenes. Cómo el personaje del juez de paz Mauro Túpac, para mí, es clave en la película. La representación teatral y ahora el documental son vehículos para la memoria y que en la película, además, finalmente terminan como en un espacio físico dedicado, que es este Lugar de la Memoria de Chimpapampa. Y ahí está la inauguración, que es incluso hasta celebratoria, a pesar del dolor que evoca. ¿Cómo se concibe un lugar de la memoria en el lugar mismo de los hechos?

LC: Sí que es un fenómeno complejo, porque como hemos visto con el LUM, los lugares de memoria no están exentos de desaparecer también y corren ese riesgo. Por ejemplo, el Lugar de la Memoria de Hualla, a mí me dio mucha tristeza porque se inauguró en 2019 y por toda la pandemia no pude regresar a Perú durante dos años. Cuando regresé el año pasado, encontré el lugar totalmente desmantelado, las placas rotas, caídas, borradas. Luego había crecido la maleza por todos lados, había animales que entraban, la cruz estaba resquebrajada, la madera sin color. El lugar era un desastre. Yo pensaba en este lugar que me pareció tan simbólico, tan especial, donde había vivido ese momento, como tú dices, también alegre dentro de la conmemoración cuando se inauguró hace tres años. Digo, pues qué tristeza que la propia comunidad no esté cuidando lo que es el símbolo de su memoria. Luego, para el aniversario del día de la memoria sí que lo arreglaron como pudieron. Pero ahí te das cuenta de que estos lugares, no por el hecho de crearlos, van a perdurar en el tiempo. Hay lugares que sí tienen mayor éxito de representación o de identificación con la población, como espero que sea el caso del Santuario La Hoyada en Ayacucho. Pero hay otros lugares de memoria que simplemente no funcionan, que no conectan con la comunidad o que son saboteados. Por ejemplo, había una placa en este lugar de memoria y aparecía alguien de quien una persona de la que la comunidad o varias personas de la comunidad decían que había sido senderista, ¿por qué debería estar ahí? Pero él aparecía en el registro único de víctimas. Pero esa placa, cuando yo volví ya el año pasado, ya no estaba. Entonces, los lugares de memoria son también campos de confrontación simbólica dentro de esta lucha de memorias que se sigue viviendo en Perú, o que se vive en España después de la Guerra Civil, y que se vive, yo creo, en cualquier país que haya sufrido un conflicto armado, sobre todo cuando es un conflicto interno, donde la propia población se ve enfrentada. Yo espero que el Lugar de la Memoria de Hualla perdure, y si no, bueno, ahí está el documental para recoger de alguna manera lo que se hizo ahí.

LV: No puedo evitar preguntarte sobre tu parecer de esta arremetida de los sectores negacionistas, vinculados a la derecha peruana, que con argucias legales, excusas absurdas detrás, consiguieron un cierre del LUM en Lima. 

LC: Sí, es un fenómeno que estamos viendo en muchos lugares y que se enmarca, evidentemente, en esa lucha de memorias. Ahí es donde se escenifica. Y creo que eso es muy triste, es muy absurdo que un pueblo trate de borrar su propia memoria, y, sobre todo, cuando son personas, tildando de apología al lugar, acusando o insultando de esa manera, que seguramente ni siquiera se han tomado la molestia de ir a visitar el LUM. Es un lugar que, yo creo, equilibra muy bien esa memoria colectiva, y que no para de realizar eventos donde se recuerdan a las víctimas, ya sean civiles o militares, que han sido ejecutadas o víctimas por parte de Sendero o del MRTA. Como dice ese dicho, que se ha convertido en un cliché pero que no deja de ser menos cierto: un pueblo sin memoria es un pueblo sin historia. Esta lucha de memorias va a continuar, no es que vaya a terminar en breve. Creo que aún falta mucho recorrido para que se pueda alcanzar con suerte una memoria que haga más justicia a lo que pasó. Por ejemplo, en España misma, sin ir más lejos, tantos años después, tantas décadas después de lo sucedido, seguimos con esta lucha de memorias, tratando de reivindicar a las víctimas de la República que siguen en muchos casos en fosas comunes. Pues imagínate, ya van a ser pronto cien años. Es un camino largo, es una maratón, pero habrá que seguir caminando y luchando.

LV: Cine y memoria, creo que es ese binomio el que caracteriza el trabajo que has desarrollado en Perú, pero también en España y en otros países. Justamente, al hablar de este binomio, ¿cómo describirías la teoría fílmica, la técnica cinematográfica que utilizas para abordar el tema?

LC: No sé mucho de categorías o de etiquetas, pero creo que mi documental se enmarca en el género de documental de tipo observacional. Tiene un enfoque bastante antropológico, quizá etnográfico, donde de alguna manera se trata de retratar cómo una comunidad altoandina ayacuchana vivió aquellos años de violencia. Pero más allá de ser un registro de hechos históricos de memoria, la idea es que la memoria sirva como un trampolín para contar hechos del presente, para contar cómo esta comunidad sigue conviviendo con las heridas y el trauma de un conflicto tan brutal, treinta o cuarenta años después. Hay un enfoque muy observacional de seguimiento de estas personas en su día a día, en su cotidiano. Las vemos trabajando, cocinando, caminando, llevando a cabo sus actividades diarias. No son escenas que estén prefabricadas, yo trato de rehuir de todo lo posible en fabricar el documental. Lo que sucede en el documental es lo que sucede en la realidad, esa señora si sale cocinando es porque está cocinando, no porque yo le haya dicho que haga un caldo de gallina. Son cosas que suceden en la vida misma y tienes que estar ahí para recogerlo, no hay recreación de hechos y de eso se trata también, que el documental se adapte a la vida misma, no a la inversa. No que la vida se acomode a un guion, sino que el guion es algo fluido, muy flexible, que se tiene que ir adaptando a los hechos según van sucediendo. 

LR: Ahora que mencionas lo de documental observacional, recordaba una impresión que tuve cuando veía la película, la manera en que tú, al inicio sobre todo, te detienes en registrar por ejemplo las cocinas de las mujeres, en las condiciones en que viven; o sea, si ya es tremendo lo que nos van a contar de lo sucedido en el conflicto armado, a mí me parecía también muy duro que hoy estas personas tengan que vivir en esas condiciones, todos los días de su vida. No es un evento terrible que va a suceder una noche o un día, sino todos los días viven así y solo ponerte a pensar en eso, golpea mucho. 

LC: Claro, como dices, ese escenario, su domicilio y esos elementos ya dicen mucho, hablan por sí solos, te muestran las condiciones de extrema pobreza, de marginación, de discriminación, que a fin de cuentas son también las mismas condiciones o muy similares a las condiciones que dieron lugar a la subversión y al conflicto armado. O sea, en una comunidad así dices, cuarenta años más tarde, todo sigue igual o peor, porque encima han sufrido un conflicto armado. El documental empieza así, contando cómo era la vida antes, y eran personas, por lo general, con una vida tranquila. De ahí, ese momento de quiebre, cuando estalla la violencia en el pueblo con el asesinato, la ejecución extrajudicial, el juicio popular al alcalde. Entonces, ese tipo de contexto, de elementos, hablan por sí solos y dan cuenta de cómo estas personas siguen sufriendo todas esas condiciones de marginación y de extrema pobreza y lamentablemente no se ven indicios de que puedan mejorar.

LR: Asimismo, en los últimos años hemos visto en el cine peruano películas que de alguna manera se acercan a realidades en el ámbito rural andino, que también registran escenas, sobre todo desde la ficción, de familias que viven en esas condiciones de pobreza. Y utilizan, de repente, el blanco y negro o una iluminación estilizada, entonces vemos la misma realidad, pero de alguna manera modificada, estilizada pensando en una mirada, digamos, europea o extranjera, que va a ver la película para evaluarla como objeto cinematográfico y no tanto por la realidad que debería representar, ¿no? Estas películas de ficción a las que me refiero, de alguna manera se presentan como que así es la realidad del Perú. Pero viendo documentales como el tuyo, pienso en ese fuerte contraste en las aproximaciones.

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LC: Sí, yo creo que existe un riesgo en este tipo de producciones, y me auto incluyo, por supuesto, y es un reto y hay que tenerlo muy presente, en no caer en una especie de romantización de la violencia o tratar de presentar todo esto como algo exótico. Entonces, como decía antes, las personas que hablan quechua son porque son quechuahablantes y han querido hablar en su idioma, no se ha buscado expresamente ese aspecto exótico, como a veces parece que algunas producciones hacen. Creo que es un aspecto que hay que cuidar mucho y más aún creo en el género documental de no ficción, donde tienes que tener ese compromiso, ese apego a lo real, aunque es un concepto tan etéreo, finalmente, e inalcanzable, pero por lo menos tratar de aproximarte lo máximo posible a la realidad de las personas que, en este caso al menos, te abren la puerta de sus casas y de sus memorias. 

Pueden haber algunos planos que sean como “bonitos”, entre comillas, o que hay una especie de poética de la violencia que de alguna manera también me puede mover; pero como digo, sin caer, por un lado, en esa romantización de la violencia y tampoco caer en un sensacionalismo barato, en un amarillismo. Es también algo que trato de cuidar bastante. Si bien es difícil cuando hay hechos tan bestiales. Hay muchas partes de testimonios que son muy duros y que también uno decide no mostrar, por respeto hacia personas o por no generar tampoco un documental que sea excesivamente violento. Tampoco creo que haga falta mostrar de manera física o tan explícita la violencia, sino que a veces a través de, simplemente, como tú decías, ver cómo vive esa persona o algún comentario de cómo se sienten hoy en día. De repente la señora dice que su hijo ya no la visita, que está sola, que come maíz. Eso me parece que es súper violento también. Es una violencia estructural bestial y a mí eso me conmueve más, a lo mejor, que un testimonio de una persona que diga cómo le cortaron el cuello a otra persona.

LV: Justamente vinculando ello a lo que decía Laslo, ¿cómo ves que las audiencias en Europa o en otras partes de Latinoamérica, reciben las películas sobre memoria concretamente vinculadas al Perú?

LC: Por suerte algunos de los documentales que he realizado, como Te saludan los Cabitos, Minka de la memoria, han tenido muy buena difusión, no solo en Perú y en Latinoamérica. Se han presentado en un montón de países: Egipto, Canadá, Japón, China, Australia. Eso también ayuda a seguir trabajando en esta línea, el ver que hay un sentido y un reconocimiento al trabajo. No porque nos gusten las alfombras rojas o algo así, ni mucho menos, pero sí que es cierto que el poder presentar inicialmente el documental en festivales de cine te da mucha repercusión, y genera pues un efecto de bola de nieve donde una proyección llama a otra. Estamos buscando de alguna manera el mejor escenario posible para que el documental tenga la mayor repercusión, y de ahí, como hemos hecho en anteriores proyectos, hacer todo un circuito de presentaciones no solo a nivel de festivales, sino de ámbito cultural, sociopolítico, educativo. Hemos presentado los documentales en muchas universidades, en espacios de derechos humanos. Ese es el circuito que tengo en mente. Luego, si surge alguna televisión interesada, pues también vamos a tener en mente esa opción. Por ejemplo, Te saludan los Cabitos está en Movistar Play.

LV: Lucho, muchas gracias por esta conversación y mi admiración y agradecimiento por tu compromiso con la memoria.

LC: Muchísimas gracias a ustedes, de verdad, por el interés y por brindarme este espacio.

Entrevista realizada por Laslo Rojas y Luis Vélez, vía video conferencia, el 15 de abril de 2023.


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