Cinencuentro

“20 días en Mariúpol” (2023), de Mstyslav Chernov

20 days in mariupol

El primer largometraje del fotoperiodista ucraniano Mstyslav Chernov es uno de los favoritos para alzarse como Mejor Documental en la actual temporada de premios cinematográficos. Sería cínico insinuar que su único logro es el de remover el sentimiento de culpa de Occidente por la invasión rusa en Ucrania, pero no sería del todo infundado debido a su financiación estadounidense y a la mala reputación de los certámenes por adherirse al clima político de turno. Al margen de que la existencia de otras desgracias humanas no hace que la de Ucrania deje de serlo, y de que el intento por registrar una guerra en curso es de por sí loable, 20 días en Mariúpol no se conforma con ser una fuente primaria invaluable sobre la degradación humana del siglo XXI. Este también incluye un ejercicio de introspección soberbio por parte de Chernov, en el que reconoce los límites y paradojas del periodismo y en el que cuestiona su valor en medio de un infierno donde solo los médicos y soldados son capaces de salvar vidas.

Como indica su título, el documental recopila la exponencial destrucción de la ciudad portuaria de Mariúpol y el exterminio intencional de sus habitantes entre febrero y marzo de 2022. Si bien el relato sigue un orden cronológico, Chernov decide arrancar con imágenes correspondientes a la emboscada por parte de tanques rusos a un hospital que sirve como refugio final para civiles, periodistas y militares ucranianos. La perspectiva de la cámara agitada de Chernov, que pasa de observar los tanques desde una ventana a escabullirse por pasillos oscuros, cumple con transmitir una fuerte angustia e incertidumbre que no se compara con lo percibido en las noticias. El documental confirma que la comunidad internacional solo ha podido ver viñetas de una experiencia mucho más perturbadora pues Chernov muestra como diferentes noticieros internacionales han difundido sus grabaciones de una forma más sucinta y distante. Es así como se reconocen las restricciones paradójicas de los medios de información, para expresar todo lo que implica una guerra. Al mismo tiempo, el medio cinematográfico se erige como una plataforma más apropiada en la que también caben y priman las emociones humanas.

El grueso de 20 días en Mariúpol comprensiblemente está compuesto de material típico de todo documental de guerra contemporáneo: llantos desgarradores de víctimas, destrucción de edificios, tiroteos y bombardeos en directo, y muchos cadáveres. Sin embargo, a diferencia del documentalista promedio, Chernov vocaliza los cuestionamientos éticos que pueden aflorar en la mente del espectador. La crudeza del material, por un lado, se presta a una potencial condena por explotación de la miseria bélica. Uno de los propios residentes de Mariúpol llega a gritarle “prostituto” a Chernov mientras intenta entrevistarlo. El hecho de que esta crítica espontánea se haya preservado en el corte final de la cinta refleja, al igual que su propia narración, que Chernov es consciente de este dilema. Por otro lado, es innegable que la veracidad debe primar por encima de cualquier susceptibilidad subjetiva, especialmente cuando los representantes del gobierno ruso han negado la ejecución de civiles descaradamente. “Esta es una guerra histórica. Es imposible no documentarla”, afirma Chernov. Esta importancia se ratifica al ver a los soldados ucranianos arriesgando sus vidas mientras acompañan a Chernov y sus colegas para encontrar puntos en la ciudad con señal de internet desde los cuales poder enviar sus imágenes al resto del mundo.  

El compromiso de Chernov con la veracidad se confirma cuando muestra cómo los habitantes de Mariúpol traicionan la unión y armonía que suelen proyectar las víctimas de guerra al caer en la desesperación absoluta que los llevan a enfrentarse unos a otros en la calle y a saquear negocios locales. Estas escenas, que no han sido destacadas en medios para probablemente salvaguardar la imagen de Ucrania, son sobrias y poderosas precisamente porque muestran a la humanidad en su estado más primitivo. Lo mismo se puede decir de una escena en la que ciertos residentes, sumados en la desconexión informativa absoluta, condenan a las tropas ucranianas por por pensar que son ellos y no los rusos los que realizan los interminables bombardeos en la ciudad. Esta demostración de ignorancia local resulta tan impactante como la tergiversación de la prensa rusa de las imágenes de Chernov correspondientes al bombardeo de una maternidad. Al margen de representar una bajeza moral imperdonable, presenciar extractos de los noticieros rusos, donde se argumenta que las víctimas del bombardeo son en realidad influencers ucranianas, confirman la paradójica fragilidad de la imagen como portadora de verdad.       

Su banda sonora estremecedora es probablemente el único componente chirriante e innecesario para un documental por demás valiente e imprescindible que se dedica a retratar el horror de una ciudad y de una población concretas sin la intermediación y censura de los propios medios afines a la causa ucraniana. La narración de Mstyslav Chernov puede ser por momentos redundante, pero sus reflexiones personales son más que pertinentes dentro de un contexto culturalmente ajeno para la mayoría de nosotros y de una situación de extrema barbarie que requiere un tacto humano. Es triste confirmar, como admite el propio Chernov, que no es posible calcular toda la muerte y destrucción producidas incluso de uno de los episodios bélicos mejor documentados de la historia. Es todavía más triste imaginar lo que atraviesan esos otros pueblos diezmados que son olvidados o rechazados por la gran prensa occidental.

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