«Chabuca»: una chola sobriamente elegíaca

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Buena película. Se trata de un biopic sobre una conocida figura de la televisión peruana, Ernesto Pimentel, más conocido como “La chola Chabuca”, una popular drag con aspecto de mamacha andina, en un país fuertemente racista y homofóbico. La película ahonda en las complejidades del personaje y en cómo estas ilustran las formas –contradictorias– a las que recurre la población LGTBI+ para integrarse socialmente en el Perú, en este caso mediante la actividad artística.  

Estructura con ancla

La estructura dramática se inicia con un episodio clave en su vida y carrera –el desmayo en un canal de televisión– el que se convierte en una especie de “ancla” que se va repitiendo a lo largo del filme, cada vez más aumentada por una cuña de breves imágenes trizadas que van incorporando los episodios biográficos clave para los fines del realizador Jorge Carmona

Esta “ancla” narrativa cumple dos funciones. La primera es mantener el interés del público, preparando lo que será el giro principal y, segundo, contribuir a la intensificación dramática, ya que cada repetición suma imágenes fragmentarias de los crecientes conflictos externos e interno del personaje. De esta forma, se articula –por acumulación– una visión integral de lo biográfico con el personaje artístico y su enfrentamiento con los padecimientos por el VIH.

El gay provinciano

La parte biográfica se desarrolla como una línea de tiempo con hitos fechados anualmente, cada uno de estos bloques con los obstáculos a superar por parte del protagonista. La etapa de la infancia es importante ya que se muestra la orientación sexual de Pimentel desde temprana edad, así como los mecanismos y solidaridad de pares para enfrentar el bullying homofóbico en la escuela (lo que, en el mundo real, no es fácil). 

Esto es relevante por la oposición del fundamentalismo religioso a la educación sexual en la escuela (específicamente, en la infancia) y al conocimiento del género. Aquí es clave el hecho de que la película no discuta asuntos teóricos sino que muestre –así sea acotadamente– actitudes y comportamientos discriminatorios que ocurren en la vida cotidiana de niños y adolescentes, dentro y fuera de las aulas, y no solo por orientación sexual.

De allí que sea interesante la apertura y apoyo de la Iglesia Católica (específicamente, el de una entidad mencionada: Caritas) al protagonista durante su etapa escolar. Lo que no es solo una manifestación de caridad, sino también de reciprocidad por parte del beneficiario, quien cumple con dedicación e iniciativa las tareas que le encomiendan; así como registra un buen rendimiento escolar como becario. 

Nuevamente, en este aspecto, priman la actitud empática y el comportamiento solidario de los clérigos por encima de los prejuicios homofóbicos y la incomprensión de la discriminación por orientación sexual. Resalta la (buena) acción por encima del dogma cristiano, el acto como más importante que la palabra, la confianza sobre la obediencia ciega, la empatía sobre el prejuicio. 

Y es justamente una función del arte destacar estos descalces entre los mandatos de las estructuras de poder (en este caso, heteronormativas) y las realidades de la convivencia humana, lo que solo es posible en un marco de libertad (la que busca ser limitada o eliminada por los fundamentalismos).

En esa línea, “Chabuca” muestra también –en un par de oportunidades– las relaciones de afecto y amor del protagonista (Sergio Armasgo) con su pareja André (Miguel Dávalos); las que corresponden a sus inicios y a los de una posterior reconciliación. El director Carmona evita la exhibición de sexo explícito, desnudos o escenas sórdidas; dando prioridad a la efusión de los sentimientos junto a las dosis justas de sensualidad propias de estas escenas. 

Tales secuencias, aunque secundarias (en relación con la evolución de la relación), son interesantes como un ejemplo de que el amor entre personas del mismo sexo es tan igual –y eventualmente tan problemático, como lo discutiremos más adelante– como cualquier relación de pareja heterosexual. Más aun cuando estos episodios se intercalan con otros que ilustran la convivencia entre seres humanos con creencias religiosas y otros con identidad de género LGTBI+ en el mundo real.   

Confieso que la primera parte de la película, dedicada a la infancia de Pimentel en Arequipa, la relación con su madre (Norka Ramírez), su atracción por el espectáculo y el circo, y la pobreza en que vivía, me pareció inicialmente un poco extensa. Sin embargo, luego, todos estos episodios adquieren sentido y encuentran su lugar en la creación del personaje de la chola Chabuca, durante una procesión fúnebre andina en Lima.

La chola como estrategia de inserción

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Así, en este personaje confluyen las vivencias provincianas de Pimentel, las penurias generadas por la miseria y carencias en barrios urbano-marginales (productos también de la migración interna), el recuerdo de la madre fallecida trasmutada en mamacha andina, la parafernalia folklórica (en parte) devenida en circense, y su salto actoral del público infantil al espectáculo drag familiar (como una forma de congeniar su homosexualidad e integrarla a la sociedad). 

Posteriormente, el personaje avanza mediante la conexión del episodio funerario original con la enfermedad que lo acerca a la muerte, y que él relaciona con la única experiencia de esta que conoce: la de su madre. Recién entonces vemos cómo esta información biográfica adquiere sentido para la construcción del personaje artístico y para sus vicisitudes de salud. Nada ha sido puesto en vano en esta película, todo es significativo.   

En tal sentido, la creación de la chola Chabuca hace parte de una estrategia profesional de Ernesto para la asimilación de la/su homosexualidad a los patrones “aceptables” para un sector de la sociedad machista. Uno de los cuales es que el varón gay debe asumir el rol femenino, de tal forma que se mantenga –disimulado, disfrazado y/o travestido, y presentado como una representación ficticia en un espectáculo humorístico– el patrón heterosexual, en el que incluso en una pareja del mismo sexo es obligatorio que se manifiesten y exhiban los roles de género patriarcales: hombre y mujer (debidamente ataviados) y no otros. 

Es por ello que, por ejemplo –en un episodio de la vida de Pimentel que la película no muestra–, la chola Chabuca se “casó” con el cantante de folklore andino Eusebio “Chato” Grados, luego de supuestamente descartar al actor Christian Meier. Esta boda fue parte de un show de muy alta sintonía en la televisión peruana, pero bajo el entendido de que era un juego, como lo exige esta peculiar y relativa “aceptabilidad”. 

Santa hipocresía social

El segundo patrón, derivado del anterior, se relaciona con el dicho asociado a la Iglesia Católica y socialmente aceptado, según el cual “Dios perdona el pecado pero no el escándalo”; el que sí es mencionado en el filme. 

En otras palabras, los comportamientos y actos homosexuales (pecado) se disculpan mientras no se divulguen (escándalo), lo que adquiere validez general y al que la Iglesia adhiere en relación con el considerable número de miembros LGTBI+ en su clero y feligresía.        

En tal sentido, la película también participa de este lineamiento informal, ya que en ningún momento se menciona la palabra “gay”, ni el protagonista lo reconoce formalmente; aunque las imágenes lo evidencien inequívocamente. Al contrario, esta condición se disimula desde la infancia (cuando Ernesto-niño se cuestiona a sí mismo por “rarito”) e influye en su posterior decisión de trasvestirse como drag, pero sin “calatearse” y asumir así un rol femenino menos “escandaloso”.

Naturalmente, esta forma de asimilación bajo patrones patriarcales es una forma de hipocresía social masiva que no deja de ser homofóbica, aparte de incongruente; con la salvedad de que, en la película, la chola Chabuca no ha salido del closet pero la puerta del mismo está bien abierta. Lo que añade un factor adicional de ambivalencia y provocación por parte del personaje hacia la mentalidad conservadora de buena parte de la sociedad peruana. 

La chola exitosa

Lo novedoso es que, dentro de estos límites, la chola Chabuca rompe prejuicios sobre la mujer andina, presentándola como exitosa, glamorosa y empoderada. En tal sentido, su personaje artístico se construye sobre la base de los factores biográficos y su condición homosexual asumida en los términos arriba precisados; a lo que se suma los factores sociales que el personaje representa y la película rescata (choledad, pobreza, entorno urbano-marginal, raíces andinas).

Mientras que la popularidad del personaje se apoya, de un lado, en los talentos artísticos de Pimentel y, de otro, en los componentes sociales y de género con los que se arropa. Me parece fascinante cómo una figura claramente LGTBI+ ha conseguido tal nivel de popularidad, al punto de llegar a representar –en la esfera del espectáculo masivo– los cambios sociales y la aparición de nuevos imaginarios durante las últimas décadas en el Perú. 

Aunque tengo la impresión de que el perfil andino se relaciona más con esas raíces en las zonas urbano marginales que con el mundo rural, el cual es mucho más homofóbico por su pensamiento tradicional y la influencia del fundamentalismo religioso. Lo demuestran películas como “Retablo” de Álvaro Delgado-Aparicio y “El pecado” de Palito Ortega, por ejemplo.  

En esa línea, la chola Chabuca –tanto el personaje como la película– se entronca con el surgimiento de los llamados sectores emergentes en un contexto de fuerte informalidad, eclosión étnica, crecimiento de la urbanización, espacios ganados por las mujeres y el feminismo en el plano profesional y laboral, y la visibilización del movimiento LGTBI+. 

(Quienes quieran ubicar a Pimentel en este proceso de visibilización, pueden consultar: Ponce Gambirazio, Javier, “Crónicas Maricas”, Lima: Planeta, 2023; 248 pags.)

La relación tóxica

Casi en paralelo con esta línea narrativa principal, el filme desarrolla –como línea secundaria– la relación tóxica entre Ernesto y André (en la vida real, el bailarín y escritor Alex Brocca, ya fallecido). Siguiendo el procedimiento tipo línea-de-tiempo de la narración audiovisual, esta relación también se presenta fragmentariamente, sin desarrollarla con la amplitud quizás necesaria; no obstante, las partes mostradas llegan a hilvanar una evolución y son lo suficientemente fuertes para calificarla como una relación tóxica codependiente.

En más de una ocasión he conocido personas que actúan con autonomía, asertividad y agencia, persiguiendo y logrando mejorar su eficiencia en lo profesional, pero que –a la vez– mantienen relaciones de pareja con personas nocivas por autoritarias, manipuladoras e incluso violentas. En algunos casos, exhiben una inexplicable dependencia emocional y hasta sumisión; en otros, la toxicidad es contagiosa, evoluciona y se reproduce por partida doble por ambos miembros de la pareja.

Este último parece ser el caso de la relación que comentamos, ya que el enfrentamiento mutuo llega a ser muy duro. La película muestra cómo Ernesto ningunea profesionalmente a André, sugiriendo acoso laboral, agresión sicológica e incluso física (lo arroja a una piscina – y no en broma); mientras que este se luce con otras parejas (insinuando infidelidades presentes o pasadas) y lo humilla por padecer SIDA (evidenciando que la estigmatización de los portadores del VIH también existió al interior de los propios afectados).

Fuera de esto, la cinta no cuenta más, lo que permite suponer que las partes omitidas son posiblemente más complejas, crudas y dolorosas, en comparación con las mostradas. Ni tampoco ofrece antecedentes que expliquen el comportamiento y mayores detalles sobre las motivaciones de André. 

En cambio, la sensación que deja la película sobre Ernesto es relativamente apologética, ya que muestra cómo va ganándose a pulso el apoyo y reconocimientos en su camino hacia el estrellato; dejando a André un poco al margen. Desbalance que no debe ignorar los pormenores críticos sobre el protagonista que el propio filme evidencia. 

En las relaciones codependientes, por lo general, no hay maniqueísmos, no hay buenos y malos, sino personas afectadas y cuyas culpas están distribuidas de diferentes maneras y en distintas proporciones. La única solución es la separación, cosa lógica y muy fácil de decir pero muy difícil de realizar; sobre todo si consideramos que el origen de toda atracción, apego y/o relación es misterioso.      

Un ejemplo reciente de relación tóxica en el cine se desarrolla en la notable y multipremiada “Anatomía de una caída” de Justine Triet; la que sí profundiza con detalle sobre una relación de pareja en la que el esposo ha fallecido, aunque dejando una reveladora conversación grabada con su cónyuge bisexual. La cual es desmenuzada hasta lo último durante una pesquisa judicial. Como resultado, lo que se consigue es multiplicar la ambivalencia y profundizar hasta tal grado que la “verdad” se hunde en un pozo sin fondo de ambigüedad. Y ello es el gran logro de esta película magistral.   

Alguna vez leí que Bill Clinton, reflexionando en tono filosófico años después del affair Lewinsky, habría dicho: “el origen del deseo es un misterio”. Mientras que, en la segunda mitad de los años 90 del siglo pasado, para un reportaje televisivo, el ilustre psicoanalista Carlos Alberto Seguin –ya fallecido–, me comentaba (refiriéndose al enamoramiento): “en el fondo, nunca entenderemos por qué nos atrae una persona”. (Cito de memoria en ambos casos). 

Como en ninguna de estas dos afirmaciones se está descubriendo la pólvora, con mayor razón nunca podremos entender –aun conociendo “todos” los detalles– las razones por las que se inició y mantuvo la relación entre Ernesto y André. Por tanto, la opción que muestra la película es totalmente legítima, ya que lo mostrado puede dar una impresión del traumático abismo emocional detrás de esta parte del relato; el que, de otro lado –y es bueno recordarlo–, es completamente ficticio.  

(En todo caso, quienes quieran conocer la versión de Brocca, pueden consultar: Brocca, Alex, “Canto de dolor, no repitan la canción”, Lima: Ediciones Volcánicas, s/f.; 93 pags.)

Levantando el ancla

Como señalamos antes, el enfoque de Carmona es relativamente apologético sobre el protagonista. Relativamente no solo por lo que se presenta en el marco de ese emparejamiento tóxico, sino también por el trasfondo del VIH/SIDA en esta relación, lo que genera una fuerte vulnerabilidad emocional en el protagonista (y en su pareja); sobre todo cuando se manifiestan los síntomas de aparición de la enfermedad. 

De tal forma que esta segunda línea narrativa impacta sobre la línea principal, con lo que Ernesto sufre un golpe terrible en su salud justo en el momento de su mayor éxito (o al comienzo del mismo). Es por ello que, estando a punto de lanzar su propio programa de televisión, sufre profundos ataques de inseguridad causados tanto por la enfermedad como por la acumulación de los hitos vitales que se han ido añadiendo como cuña de imágenes trizadas al “ancla” que mencionamos al comienzo. 

De pronto, lo que fueron sus grandes logros personales y profesionales –la superación de los obstáculos que le permitieron llegar a la fama y las penalidades vencidas para ello– se convierten en su contrario: abonan a la profunda inseguridad que le genera la seria vulnerabilidad a su salud. Lo que impulsó su crecimiento profesional ahora lo empieza a hundir. Entonces comprendemos que toda la película ha estado girando en torno a esta escena central, a esta “ancla” que abre el filme como un torbellino vital que, finalmente, el protagonista tendrá que “levantar”.

La chola elegíaca

chabuca pelicula

Así llegamos al tercer factor que explica por qué la película no es taaaan “apologética” como parece. Nunca llegamos a ver realmente su gran éxito: el programa televisivo propio; a pesar de que este ocurre tras el episodio traumático. El show apenas aparece por un breve momento. No vemos tampoco su desempeño profesional como la chola Chabuca, ni sus numerosísimos vestidos, zapatos de taco con plataforma, maquillaje o, en fin, alguna performance. Nada. De hecho, aparece más en su etapa como actor para público infantil.

Tampoco vemos en esta película el tipo de lucimiento que –por ejemplo– desarrolla Carlos Alcántara (“Cachín”) en la popularísima “Asu mare”, ni la estructura de tipo promocional del actor en tal cinta. Es cierto que al final hay una gran panorámica sobre el circo de la chola Chabuca, pero ella no aparece allí o está perdida en la multitud; y, además, es el circo, no la televisión. 

El filme prácticamente omite el programa televisivo quizás por temor o efecto del momento traumático (el “ancla”) devenido en finalmente en climático. Ese temor no es otro que el miedo a la muerte por la epidemia del VIH/SIDA (el equivalente en aquella época de lo que hace poco fue la covid-19). 

Lo que él asocia con la temprana pérdida de su madre y con el momento en que imagina a la chola Chabuca como personaje: durante una procesión fúnebre en la que cree ver fugazmente a su progenitora en el catafalco.

De esta manera, a través de estas asociaciones ab origine, la drag chola –exitosa, glamorosa y empoderada– destila una sutil veta trágica, frágil, dolorosa, una cara oscura de marginalidad, discriminación y pobreza LGTBI+; a lo que se suma la enfermedad y la muerte.  

En consecuencia, el tratamiento del personaje en la película busca equilibrar estas dos caras, lo que tiende a desarrollar un enfoque un poco intimista, sobrio, centrado en el ser humano antes que en la figura mediática. En tal sentido, también evita caer en el otro extremo, el del exceso de intensidad emocional, del dramón telenovelero lacrimógeno, la auto indulgencia o las visiones maniqueas. 

Ayuda a atajar ese peligro el que haya también algunas escenas divertidas en la que el protagonista interactúa con su grupo de amigos gays, desde el colegio pasando por discotecas y ambientes teatrales; en las que además se muestra diversidad y se evita el humor chabacano o la vulgaridad. También hay apariciones de personajes emblemáticos de esta comunidad, como Coco Marusix (Georgia Hart) y Naamin Timoyco.   

“Chabuca” es básicamente un drama de intensidad media que desarrolla una historia de superación personal y visibilización social, con una tendencia intimista, tensiones generadas por la discriminación y la enfermedad, momentos de comedia y una visión equilibrada de esta icónica drag peruana.

Un exceso de contención

No obstante, la parte débil del filme estriba en un cierto exceso de sobriedad al omitir las conexiones entre las penurias materiales y los aspectos más sórdidos (o realistas) del entorno de pobreza y marginalidad gay. A diferencia de los momentos de intimidad, los del descubrimiento y encuentros sexuales del protagonista en el salón de sauna resultan –paradójicamente– algo fríos. Da la impresión de que en estos episodios (y algún otro) se han limado o suavizado las aristas más crudas, quizás para encorsetar la película en esa “aceptabilidad” que mencionamos anteriormente.   

Lo que salva en parte esta debilidad es la labor actoral de Sergio Armasgo, una revelación por dar consistencia al citado enfoque, al punto de ir más allá del mismo gracias a las cualidades de su caracterización. De hecho, representa al protagonista y a su personaje artístico casi a la perfección. En todo momento actúa en función de esa visión sobria y equilibrada, con las dosis apropiadas de asertividad, dolor, ira, humor, iniciativa, inseguridad, temor y aceptación que exigen las correspondientes situaciones que enfrenta.

Actuaciones levantan la película

En tal sentido, el actor se convierte en un agente clave para dar verosimilitud y credibilidad a ese enfoque específico sobre su personaje y –como protagonista– a toda (o casi toda) la película. Con el añadido que Armasgo sostiene y levanta el filme un poco más allá de su enfoque sobrio y comedido. 

Su caracterización es creíble por la energía que transmite para superar obstáculos y alcanzar metas; mientras que sus momentos de vulnerabilidad se corresponden con las que exhibiría alguien con personalidad fuerte, endurecida por una vida de carencias materiales y emocionales. 

Ayuda también su notable (y trabajado) parecido con Pimentel, al igual que Izan Alcázar, quien interpreta a Ernesto-niño, el que también resulta creíble por su incluso mayor parecido con el protagonista adulto.

Por su parte, Miguel Dávalos realiza una interpretación sobresaliente como villano maltratado por la vida. Sabe añadir a su resentimiento, ira y desprecio una significativa dosis de desesperación; mientras que en los momentos iniciales de la relación, las muestras de afecto hacia Ernesto presagian (no la ruptura, sino más bien) la lógica recurrente del conflicto circular propio de la codependencia.  

Otros papeles menores relevantes son los de Haydeé Cáceres, como la tía del protagonista, y de Norka Ramírez como su madre.

Una película provocadora y necesaria

En suma, esta es una versión de parte sobre el popular personaje televisivo, encomiástico pero sin autobombo y también mostrando –aunque limitadamente– su lado oscuro (relación tóxica, vulnerabilidades). Al mismo tiempo, relaciona sus vicisitudes biográficas con la construcción del personaje artístico, el que a su vez refleja en el ámbito del espectáculo las transformaciones sociales del país en las últimas décadas; decantándose –ya en lo personal– por una sutil veta elegiaca, en la que el protagonista se recoge un poco en sí mismo durante los difíciles momentos en que la enfermedad se manifestaba.

En los créditos finales se menciona brevemente el papel de Pimentel en la campaña en defensa de los afectados por el VIH/SIDA. No fue el primero ni el único activista que luchó por hacer llegar los retrovirales y el tratamiento para controlar la enfermedad a la población afectada. Sin embargo, gracias a su gran popularidad, se convirtió en la imagen visible de esta campaña, que consiguió la gratuidad del tratamiento. Gracias a ello se salvaron muchas vidas.  

Al final, la película resultó muy distinta a lo que muchos esperaban, sobre todo por su tratamiento sobrio y equilibrado, y las actuaciones más que solventes. Para algunos, este enfoque parecerá algo soso y aséptico; otros, en cambio, nos fijaremos en los matices que –con sus diversos temperamentos, balances y desbalances– evidencian los múltiples sentidos que la convierten en una buena película, provocadora y necesaria. 

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