“Desafiantes” (2024), de Luca Guadagnino: dos hombres y un destino

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La última película de Luca Guadagnino se ha vendido como un thriller erótico escandalosamente bisexual, digna representante de la filmografía del italiano pero también de la de su actriz protagonista y productora, Zendaya, la ex chica Disney que mudó de piel para liderar el tranvía llamado Euphoria. Pero así como la serie de HBO tiene menos pornografía que melodrama adolescente y menos drogas que inseguridades, Desafiantes es menos thriller que tenis, menos erotismo que comedia, y menos bisexual que heteroflexible. En realidad es lo más cercano a una adaptación cinematográfica de aquella balada pop española sobre triángulo amoroso que, entre sonidos más melosos que melódicos, prometía una lucha encarnizada por el amor de una misma mujer que seguramente estaría disfrutando del espectáculo cual circo romano.

La narrativa no lineal de Desafiantes es tan impredecible y desbordante como los saques de sus protagonistas, pero su argumento no requiere de ojo de halcón para comprenderlo. La estrecha amistad entre los jóvenes tenistas Art (Mike Faist) y Patrick (Josh O’Connor), que se antoja como algo más, se remece cuando ambos conocen a Tashi (Zendaya), la tenista prodigio por la cual competirán dentro y fuera de la cancha. A lo largo de década y media estos amigos convertidos en rivales buscarán arrebatarse mutuamente el interés exclusivo de una Tashi que pasa a convertirse en entrenadora tras un accidente de rodilla irreversible pero sin dejar de lado su fría exigencia deportiva que repercutirá en ambos hombres. El espacio temporal de este triángulo amoroso se ciñe a las vivencias que giran en torno a dos partidos clave entre Art y Patrick: el de un torneo junior de 2006 en el que compiten por el número de telefóno de Tashi, y el de un torneo Challenger o de segundo categoría de 2019 en en el que ambos se juegan sus respectivos futuros profesionales.

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El primer guion cinematográfico del dramaturgo Justin Kuritzkes plantea una estructura narrativa claramente evocativa de una contienda de tenis, desarrollando el drama (y la comedia) entre los tres jóvenes en medio de saltos en el tiempo a los momentos de mayor adrenalina de los partidos de tenis entre los hombres. Es en el partido paralelo del amor donde se vislumbra la evolución (e involución) de los personajes y que resulta sorprendente dado que implica apenas quince años. Los tres actores son convincentes en ambos extremos de la trama, tanto como adolescentes ingenuos y osados que disfrutan jugando con fuego como adultos desgastados y frustrados al borde de la calcinación profesional (y emocional). Es destacable la transformación de Zendaya como una Tashi coqueta e idealista (todo lo opuesto a la depresiva Rue de Euphoria) que se va agrietando por su autoexigencia física y masoquismo emocional hasta volverse una entrenadora intransigente, y una esposa y madre impasible. 

Pero la película en realidad le pertenece al dúo dinámico de Faist y O’Connor quienes encarnan los dos modelos de masculinidad que ya profesaba la balada española de antaño: el respetuoso y el sagaz, el cursi y el rudo, el enamoradizo y el pasional. Con un historial de roles bastante arriesgados y complejos (el del Príncipe Carlos en The Crown es templado en comparación), O’Connor demuestra estar sobrecalificado para interpretar a un Patrick que se reduce a un macho alfa descarado, despreocupado pero encantador. Más interesante es el Art de Faist que pasa de ser el más retraído e ingenuo de ambos a adoptar una masculinidad menos tóxica pero no necesariamente menos decepcionante. Faist revalida sus prometedoras credenciales del remake de West Side Story (2021) con logrados momentos de picardía y vulnerabilidad. El suyo es el rol ganador en términos de desarrollo y complejidad, especialmente porque es el que tiene más por perder ante Patrick tras formar una familia y una carrera lucrativa con Tashi.  

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Los otros grandes jugadores de la película son la fotografía explosiva del tailandés Sayombhu Mukdeeprom, que regresa a trabajar con Guadagnino desde su remake de Suspiria (2018), y la banda sonora ultrasónica de Trent Reznor y Atticus Ross, la consagrada dupla musical responsable de la oscarizada La red social (2010). El prodigio del primero se puede apreciar desde el inicio con los primerísimos planos ralentizados del encuentro final entre Art y Patrick, donde las gotas de sudor en sus rostros bien podrían confundirse con lágrimas apasionadas. Pero es en los momentos de mayor furor deportivo que Mukdeeprom saca a relucir su magia al romper con los planos convencionales de un partido y meter la cámara al ruedo, haciendo que adopte la perspectiva agitada de los jugadores, luego la de sus raquetas y finalmente la de la propia pelota de tenis. La ralentización de la cámara también maximiza la carga emocional de escenas como la de la noche de tormenta que parece extraída de una película de los años 90. La música hiperactiva de Reznor y Ross no se limita a sonorizar los partidos sino también algunos encuentros tensos entre los protagonistas, pero es en los primeros donde mejor se aprovecha y donde aporta el entusiasmo equivalente a una lata de Redbull.              

Ahora, la pregunta de rigor: ¿hasta qué punto Art y Patrick son una pareja bisexual reprimida? El propio Guadagnino ha ofrecido personajes bisexuales convincentes en su obra cumbre Call Me By Your Name (2017) y en su miniserie desapercibida We Are Who We Are (2020). La bisexualidad en Desafiantes se reduce a una escena concreta que debe resultar extrañamente familiar para cualquier cinéfilo latinoamericano. Si Guadagnino pretendía evocar el espíritu del desenlace de Y tu mamá también (2001), la escena queda mejor como homenaje a Cuarón que como constatación del deseo homosexual entre Art y Patrick. Los diálogos que preceden este momento y que insinúan una experiencia previa en la pubertad también quedan más como bromas nerviosas de borrachera. Otras insinuaciones recurrentes como la de los churros o la del sauna parecen regodearse en reforzar esta lectura. Personalmente considero que la presunta homosexualidad entre Art y Patrick no es más que una parodia de un bromance heterosexual donde el sufirimiento no radica en su eventual distanciamiento sino en su perpetua disputa por la misma mujer. 

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Desafiantes es la película más accesible de Guadagnino hasta la fecha, y una mejora respecto al decepcionante experimento de romance y terror que fue Hasta los huesos (2022). Teniendo en cuenta la participación en la producción de la propia Zendaya y de Amy Pascal no sorprende la significativa reducción de los niveles de erotismo, violencia e introspección al que nos tiene acostumbrados el italiano, priorizando la velocidad narrativa y la sencillez dramática para beneplácito del público estadounidense. No lo considero como una señal de que este enfant terrible se haya vendido a Hollywood, mucho menos teniendo en cuenta su próximo proyecto, sino de que es capaz de salir del molde de autor y de diversificar su obra. Después de todo, más que thriller erótico bisexual, la suya es realmente una comedia romantica deportiva lo suficientemente atrevida como para encajar con una sensibilidad comercial que ya le habría gustado dirigir al Almodóvar de ante. De ahí que habría sido más coherente que “Dos hombres y un destino” sea parte de la banda sonora como representante hispana antes que una canción estimulante de Caetano Veloso.

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