Siempre destacaré el que una producción independiente sea ambiciosa, especialmente cuando pertenece a un género de muchos retos técnicos como el terror. No obstante, también hay que admitir cuando dicha ambición se sale de las manos, resultando en un producto final que quizás tenía mucho para decir, pero no contó ni con los recursos ni con el presupuesto suficiente para hacerlo bien. Ese es el caso de la peruana La lágrima del diablo (The Devil’s Teardrop, 2024), ópera prima de Gonzalo Otero, un filme estilo found footage hablado enteramente en inglés, centrado en el mito del Supay, una entidad espiritual andina que en ciertos contextos puede ser comparable a la figura demoníaca occidental.
Ahora bien, es verdad, también, que el found footage (o “metraje encontrado”) como recurso ya está demasiado usado. Lo que comenzó de forma fresca con producciones como la española REC, y se desarrolló de manera relativamente novedosa en nuestro país con la primera Cementerio General, en La lágrima del diablo no hace más que quitarle cualquier tipo de identidad o estilo propios que podría haber tenido la cinta. Todos los clichés que se le puedan ocurrir a uno de dicho subgénero —personajes que graban cuando no deberían, glitches de la cámara, sonido directo perfecto, baterías de duración eterna— están acá, y no son utilizados de forma particularmente interesante por Otero y compañía.

En todo caso, La lágrima del diablo no comienza mal. Es mientras la historia avanza, y especialmente cuando llega a su inverosímil desenlace, que la cinta termina por perderme. En todo caso, nuestros protagonistas son un grupo de jóvenes que viajan a un pueblo en la sierra peruana, se supone, para grabar un documental sobre la minería ilegal. Es así que, luego de hablar con la gente local —quienes les hacen todo tipo de advertencias que ellos lamentablemente ignoran—, llegan a la aldea abandonada de Qullu, la cual supuestamente es controlada por los mineros ilegales (y peligrosos, y violentos).
Entre estos chicos se encuentra únicamente un peruano, Horacio (Javier Saavedra), el encargado de manejar la camioneta que los transporta a todos. El resto son estadounidenses; tenemos a los hermanos Isaac (Gabriel Rysdahl) y Jackie (Mia Rose Kavensky), quien además está en una relación con Horacio, y a Sarah (Sydney Amanuel), quien se supone hizo contacto con un guía en Qullu que nunca llega a aparecer. Es cuando tratan de irse de este último lugar que los jóvenes se pierden, y comienzan a alucinar con perros negros, criaturas misteriosas, y toda suerte de peligros sobrenaturales que al parecer tienen su origen en la leyenda del Supay.
Si han visto cualquier otra película sobrenatural de terror estilo found footage, sabrán exactamente qué esperar de La lágrima del diablo. La película entera está grabada con cámaras diegéticas por parte de los personajes, quienes además dejan cámaras de seguridad a la entrada de Qullu (las cuales, lógicamente, se tornan útiles en cierto momento). La producción hace un buen trabajo, en todo caso, haciendo que se sienta como una de edición del material encontrado posteriormente a los hechos de la historia por alguien (aunque, considerando lo que sucede en la historia, no entiendo cómo alguien llegaría a encontrar dicho material). La mayoría de escenas alternan entre las diferentes cámaras que cargan los personajes (principalmente Isaac y Sarah), lo cual hace que la producción en general tenga un tono relativamente realista.… al menos al inicio.

No obstante, y como se dijo líneas arriba, la película no hace mucho para evitar incluir escenas que hemos visto en incontables cintas de similar corte. Los glitches ocasionales de la cámara —que aparecen generalmente cuando sale alguna criatura o monstruo— desesperan más que otra cosa, y más bien parece que son utilizados para esconder los efectos visuales digitales de calidad cuestionable. Y aunque la película sí cuenta con varios momentos de suspenso y tensión, igual abusa de escenas de interacción genérica entre sus personajes, o de planos de perspectiva caóticos, que entre los jadeos de los protagonistas y los movimientos bruscos de cámara, podrían marear a ciertos espectadores.
¿Pero qué hay del terror? Al fin y el cabo, se supone que el propósito principal de La lágrima del diablo es asustar a su audiencia. Bueno, el filme cuenta con algunos jump scares (ruidos fuertes e imágenes repentinas) eficientes, muy poca sangre y nada de gore, y una buena atmósfera de pavor. Qullu en particular está bien desarrollado como locación, por lo que da pena que la segunda mitad de la película, en su mayoría, se lleve a cabo en un bosque genérico. Mucho más se pudo hacer, creo yo, con el pueblo abandonado, pero quizás no era factible para la producción usarlo durante tantos días de rodaje.

Ahora bien, considerando que La lágrima del diablo se lleva a cabo en Perú y hace uso de nuestros mitos y leyendas, creo que mucho más se pudo haber hecho con los aspectos culturales del guion. La cinta es narrada desde una perspectiva mayoritariamente foránea, siendo Horacio el único protagonista peruano —por ende, figuras como el ya mencionado Supay, o las criaturas con las que se encuentran los personajes, son tratadas como monstruos genéricos de cine de terror. Recién es al final de la historia que algunas costumbres y elementos interesantes de las leyendas son utilizadas, pero es muy poco y muy tarde. Además, el clímax del la película se ve afectado por el uso francamente absurdo de fuego digital, y una criatura sintética más caricaturesca que aterradora. Es en esos momentos que la ya mencionada falta de recursos se hace evidente.
No crean, en todo caso, que La lágrima del diablo carece de elementos de interés. Nuevamente, cuenta con algunos momentos de tensión, jump scares genuinamente terroríficos, y una buena atmósfera de horror (especialmente cuando nos lleva al pueblo abandonado de Qullu). Pero entre los efectos visuales decepcionantes, utilización genérica del recurso del found footage, y personajes que no se comportan de forma creíble (nuevamente, grabando con su cámara en momentos en los que no tendría sentido hacerlo), esta nueva producción peruana no llega a convencer. Una pena, considerando que mucho se puede hacer, todavía, con los mitos y leyendas de nuestro país. Habrá que esperar al siguiente intento.
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