Cuando tuve la oportunidad de ver (¡en el cine!) y revisar Megalópolis (2024) el año pasado, mencioné que la película “es muchas cosas, la mayoría de ellas contradictorias y confusas”. Y ahora que he podido ver el documental del británico Mike Figgis (Leaving Las Vegas, Miss Julie) sobre la realización del filme de Francis Ford Coppola, comienzo a entender cómo es exactamente que el cineasta responsable de clásicos como El padrino, Apocalipsis ahora o La conversación llegó a traernos aquel producto final.
Lo cual no quiere decir que Megadoc (2025) se sienta como el documental definitivo sobre la producción de la más reciente película de Coppola. Convenientemente, se ignoran las acusaciones hacia el director mencionadas en la prensa, la mayoría relacionadas con un potencial abuso por su parte hacia ciertas actrices. Y tampoco se dice mucho sobre la previa “cancelación” de actores como Shia LaBeouf o Jon Voight. El único que toca el tema (muy brevemente) un par de veces es el primero, admitiendo que había estado destruyendo su propia vida durante los últimos años, pero presentándose a sí mismo más como una víctima que como alguien que, potencialmente, habría abusado de varias mujeres.

En todo caso, todo aquello es secundario. Al final del día, Megadoc es una película sobre Coppola. Sobre sus sueños, sus intenciones, su obsesión con jugar en vez de trabajar (lo cual no le termina saliendo muy bien, dicho sea de paso), y sus frustraciones con la manera en que una película de esta envergadura debe ser hecha. Es un filme que nos muestra cómo un proyecto de pasión puede salir bien y puede salir mal, y una suerte de muestra de lo que estuvo pasando en un set repleto de actores que no terminaban de comprender bien lo que estaban haciendo, o por qué lo estaban haciendo. Buena parte del reparto aceptó participar en Megalópolis porque quería trabajar con Coppola, y no necesariamente porque les había encantado el guion.
Pero bueno, ¿qué es Megadoc, entonces? Es un registro de la realización de la película, que nos muestra un poco del proceso de preproducción, mucho del rodaje (que tomó más de 70 días) y nada de la postproducción. Es por eso que no se le puede considerar como la muestra definitiva de lo que fue hacer la película; obvia demasiados procesos y acorta demasiados momentos, dejando al espectador con la sensación de que mucho más pudo haber sido hecho con el trabajo de Coppola y su equipo. No obstante, lo que Figgis sí logra mostrarnos resulta fascinante, y nuevamente: ayuda a explicar por qué Megalópolis es como es.
El documental comienza explicando lo que es Megalópolis, y llevándonos de frente al proceso de ensayo con los actores finales, luego mostrando, muy de vez en cuando, clips de prácticas y pruebas de grabación con los actores que habían sido considerados para versiones más antiguas del proyecto, como Ryan Gosling, Robert De Niro o Virginia Madsen. Después de todo, la película fue escrita inicialmente hace más de cuarenta años, y por ende, pasó por varias fases de preproducción, y estuvo vinculada a varios artistas que no llegaron a salir en el producto final. Megadoc no está muy interesada en aquellas producciones previas, pero al menos deja en claro que la cinta es un proyecto de pasión, financiado enteramente por Coppola, quien inicialmente quería tratarla como una producción independiente.

Lamentablemente, poco a poco el experimentado cineasta se va dando cuenta de que Megalópolis no es una producción independiente: es un filme de más de 100 millones de dólares, que involucra a todo un ejército de gente en varias áreas de producción. Y es a través de sus frustraciones que vamos viendo cómo lo que inicialmente se supone iba a ser diversión pura, termina convirtiéndose en trabajo duro. Es más, en cierto momento Coppola se lamenta de que está demasiado viejo para tanto estrés, y hacia el final de la película, lo vemos gritando, yéndose del set de rodaje, e incluso dirigiendo desde su camerino rodante, como una suerte de “voz de dios” carente de cuerpo.
Muchas de las frustraciones de Coppola, además, tienen nombre y apellido: Shia LaBeouf. La «cancelada» estrella de Transformers demuestra ser insoportable para el director, cuestionándolo constantemente, haciéndole preguntas que para Coppola no tienen sentido, y en general, desesperándolo en vez de ayudarlo. La sensación que el espectador tiene es que LaBeouf quería hacer un buen trabajo, pero que parte de su proceso de actuación es cuestionarlo todo y hacer múltiples preguntas. Lamentablemente, Coppola no tiene la paciencia suficiente para aguantar todo eso.

De los demás actores, pasamos más tiempo con Aubrey Plaza (quien interpreta al mejor personaje del filme, y que además cuenta con el mejor nombre jamás inventado: Wow Platinum) y Jon Voight. La primera inicialmente no confía en el guion, incluso diciéndole a Coppola en su audición que dicho texto es una pesadilla, y mientras el rodaje avanza, da la sensación de que ha llegado para divertirse, sin necesariamente saber si las cosas saldrán bien. Es como un riesgo para ella, el cual seguramente vale la pena tomar por el simple hecho de trabajar con Coppola. Por su parte, a Voight se le ve tan cansado y confundido como en la mismísima película, interactuando con letargo con los demás, y dejándose llevar por los procesos de Coppola.
Curiosamente, la gran ausencia en Megadoc es la de Adam Driver. En cierto momento, Figgis nos cuenta que al afamado actor no le gusta que lo graben, y que más bien aparecerá más adelante en una entrevista grabada fuera del set. Y eso es precisamente lo que sucede, aunque dicha entrevista termina siendo demasiado corta para mi gusto. Algo nos dice Driver sobre cómo trabaja Coppola a diferencia de otros directores, pero no ahonda mucho en el tema (o quizás Figgis cortó buena parte de la entrevista para el documental final). Nathalie Emmanuel tampoco aparece mucho, cumpliendo un rol importante en los ensayos, pero desapareciendo gradualmente del resto del documental. Figgis nos informa que tampoco le gusta que la graben, y mucho menos cuando está comiendo.

Es así que Megadoc se va convirtiendo en un documental de grandes ausencias y controversias ignoradas, que sin embargo es lo suficientemente transparente como para mostrarnos a Coppola frustrándose, a Shia LaBeouf desesperándolo, y a la directora de arte Beth Mickle (frecuente colaboradora de James Gunn) hablando sobre cómo tuvo que renunciar del proyecto. También se nos muestra un intento por usar un efecto óptico práctico con proyectores en una escena con Adam Driver, para luego revelar que no funcionó y tuvo que ser mejorado con efectos visuales digitales. Quienes esperen ver la revelación de un desastre absoluto no la tendrán acá, pero al menos se puede decir que Megadoc no es una lavada de cara, ni un producto cínico de marketing o publicidad.
Figgis, quien es un excelente director tanto de ficción como de documental, hace un buen trabajo otorgándole un propósito claro a su documental: mostrar a un cineasta que tiene una visión clara de lo que quiere, y que como dice George Lucas en cierto momento, prefiere “lanzarse de frente a la piscina” en vez de hacer las cosas con paciencia. Esto resulta en un rodaje arriesgado, donde se experimenta mucho, lo cual no resulta muy práctico para buena parte del equipo de producción (incluyendo, por supuesto, al departamento de arte). Sus frustraciones son un resultado de aquello, pero también de una producción desordenada, y de actores que, en algunos casos, nunca llegan a entender ni a sus personajes ni a la narrativa (como Dustin Hoffman).
Megadoc, entonces, se termina sintiendo como un intrigante videoblog, donde Figgis aparece con frecuencia frente a cámaras, y donde las entrevistas suelen ser honestas, a veces hasta incómodas (generalmente las de Aubrey Plaza). Nuevamente: queda la sensación de que Figgis decidió no incluir ciertos errores, controversias o altercados para no dejar tan mal a Coppola, pero igual uno puede percibir que hay algo oscuro bajo la superficie, especialmente en las interacciones entre el cineasta y Shia LaBeouf. En todo caso, el documental no ha hecho más que ayudarme a apreciar mejor el producto final (el cual ciertamente nunca odié): un proyecto de pasión fallido, grandilocuente y hasta a veces ridículo, pero que al menos fue realizado por un ser humano que estaba buscando algo de verdad en su historia. Muchas gracias, Mike Figgis.
Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de Utopia y Brigade Marketing.
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