Festival de Lima: “Gatillero” (2025), noche de furia y redención


En una noche en Isla Maciel, El Galgo -un ex sicario recién salido de prisión- acepta a regañadientes un encargo menor: disparar contra un comercio para enviar un mensaje mafioso.

Considero que hay que tener mucho cuidado cuando una película se publicita por el uso prominente de algún recurso visual. Más de una vez la supuesta atracción no resulta como se espera o, en caso de que sí funcione, termina siendo vacía al no ofrecer nada más. Por dar un ejemplo, está Asesino por naturaleza (In a Violent Nature, 2024), de Chris Nash, vendida como un slasher filmado desde el punto de vista del asesino, con el silencio y la brutalidad que eso conlleva. El resultado fue una cinta desesperante, sostenida en una atmósfera de lentitud forzada y momentos chocantes que, al estar rodados de manera descuidada, no tienen más mérito que su “perspectiva”.

Es raro encontrar casos equilibrados en los que un recurso formal se justifique realmente. Un plano secuencia, por ejemplo, requiere una narración lo suficientemente sólida para acompañar esa audacia audiovisual, con una historia que sostenga el trance ininterrumpido. Incluso películas muy celebradas, como 1917 (2019), de Sam Mendes, no lo consiguen del todo. Sin embargo, sí existen ejemplos donde el balance se alcanza, y uno de ellos es el segundo largometraje del argentino Cristian Tapia Marchiori

Desde el primer minuto, el director entiende lo que necesita el público para engancharse. El barrio marginal de la Provincia de Buenos Aires donde transcurre la acción se convierte en un campo de batalla. El Galgo, su protagonista, inicia la trama con un hecho en apariencia menor: asaltar una tienda. Ese arranque ya revela los temas que atravesarán la película: el hartazgo de los vecinos frente a la delincuencia, dispuestos a tomar justicia por mano propia, y la indiferencia de unas fuerzas del orden corruptas y desinteresadas en la seguridad de los civiles.

Tras esos minutos iniciales, la acción no se detiene. El protagonista se ve obligado a seguir una serie de pequeñas misiones, como si se tratara de una adaptación del videojuego Grand Theft Auto, donde la prioridad es sobrevivir. Y aunque El Galgo es un delincuente para quien la vida ajena importa poco, la escalada de violencia permite descubrirlo como un personaje más complejo. Siempre deja claro que prefiere trabajar solo, pero las decisiones que toma van forjando en torno suyo la figura de un antihéroe. Sus actos no son correctos, pero se ve forzado a aprender que no puede desentenderse de quienes lo rodean. La película plantea, en tiempos donde los malos elementos parecen dominar la sociedad, la necesidad de que las comunidades se organicen y hagan justicia por quienes cayeron víctimas de personajes nefastos.

El Galgo vive eso en carne propia durante una larga noche. Se enfrenta a un mal que desconoce los códigos que él respetaba en el pasado y entiende, finalmente, las consecuencias de sus propios actos sobre la comunidad que también dañó. Consciente de ello, decide que debe actuar. La elección de Tapia de rodar en un gran plano secuencia cobra sentido: la adrenalina se mantiene al máximo y la acción, gracias a un movimiento de cámara casi gimnástico, nunca pierde claridad. No obstante, pese a un protagonista bien construido y una visión de dirección firme, la película a veces recurre a recursos básicos. Los diálogos, por ejemplo, insisten en subrayar el poder de la comunidad frente al crimen. Asimismo, a pesar de su breve duración, un acierto, la narración corre el riesgo de volverse repetitiva y el desenlace, que tenía potencial para ser épico, se siente más bien contenido.

En conclusión, Gatillero es una película de interés. No se apoya únicamente en el recurso del plano secuencia para sostener la atención, sino que ofrece acción constante y una propuesta técnica cumplidora. Además, construye una historia lo bastante electrizante como para mantener al espectador pendiente en todo momento. Su espíritu intenso y su mirada crítica sobre la violencia urbana confirman que es posible hacer cine de género en nuestra región con ambición y oficio. Lo que deja en el aire es una pregunta que, al menos a mí, me resulta inevitable: ¿por qué cuesta tanto hacer películas así en el Perú?


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *