“Mente maestra” (2025), de Kelly Reichardt


El reciente robo de joyas históricas del Louvre bien pudo tratarse de una campaña promocional encubierta para el nuevo filme de Kelly Reichardt que precisamente gira en torno al robo a un museo de arte igual de rudimentario y ambicioso. No se trata de una fastuosa película de género al estilo de La gran estafa (2001) pese a la insinuación de su título y a su flamante actor protagónico, Josh O’Connor. Tampoco se trata de un filme reservado para sibaritas de museo pese a la fama de su directora y guionista como exponente moderna del cine lento. Mente maestra (The Mastermind, 2025) en realidad se encuentra en un saludable punto intermedio entre ambos, ofreciendo un espíritu dinámico y cómico propio del género de atracos además de una contemplación desmedida y crítica social distintivos del estilo de la estadounidense. 

O’Connor aquí interpreta a James Mooney, un padre de familia desempleado de una pequeña ciudad de Massachusetts que parece indiferente a la convulsión social generada por la guerra de Vietnam y a la urgencia familiar que supone su inactividad económica. Esta indiferencia se debe en parte a su obsesión con robar unos cuadros del artista abstracto Arthur Dove de un museo local, una idea que pronto convierte en plan con la ayuda de tres delincuentes y a espaldas de su familia. Pero su jocosa falta de profesionalidad y autoridad le traicionan a la hora de ejecutar el robo, quedando al descubierto y teniendo que recurrir a una clandestinidad torpemente improvisada para evadir la justicia. 

Lo primero que llama nuestra atención en la película es su cuidada ambientación de la sociedad estadounidense de 1970. El vestuario otoñal de tonos cálidos, los carros descomunalmente largos, el arte abstracto y la arquitectura moderna del museo, y los carteles de protestantes contra la guerra de Vietnam son algunos elementos que nos pueden convencer de que estamos ante una película de antaño, muy al estilo de Los que se quedan (2023). El estilo de filmación también se siente atípico para una producción contemporánea, especialmente por sus paneos de 360 grados. Pero lo que termina por definir el carácter del filme es su espectacular banda sonora de jazz compuesta por Rob Mazurek que recuerda a thrillers clásicos de atracadores profesionales y que genera un contraste irónico en relación a la hazaña calamitosa del protagonista.

Su sentido del humor en ese sentido no es el más hilarante. A diferencia de un Alexander Payne que frecuentemente genera situaciones de comedia en Los que se quedan, Reichardt adopta una postura más parecida al de un documentalista de naturaleza que aguarda pacientemente la sucesión de tropiezos absurdos de un depredador por conseguir a su presa. En efecto, la directora recompensa nuestra paciencia con un ingenuo Josh O’Connor que se enreda en sus propias mentiras y errores de cálculo, una imagen que resultará gratamente familiar para quienes hayan visto La quimera (2023) de Alice Rohrwacher en la que el británico encarna a otro ladrón de arte melancólico. Pero mientras Rohrwacher acompaña a su protagonista con cómplices y situaciones extravagantes, Reichhart lo aísla progresivamente tras la secuencia del robo para dar lugar a un filme más introspectivo. 

Puede que la historia de James Mooney resulte muy sencilla para una película de casi dos horas, y hasta cierto punto se le puede reprochar la longitud de un tercer acto predecible. Pero como en el caso de su predecesora, First Cow (2019), cuyo final se insinúa en su primera secuencia, Mente maestra prioriza el desarrollo lento de la trama y su alegoría sobre un periodo histórico y social clave en Estados Unidos. James Mooney es un padre suficientemente maduro como para salvarse del reclutamiento de la guerra de Vietnam, pero también suficientemente infantil como para sabotear la estabilidad de su propia familia. Se erige entonces como una personificación de la crisis de autoridad masculina, del matrimonio institucional y del gobierno estadounidense con Nixon durante los años 70. De ahí que la película cobra especial relevancia en un presente estadounidense tan o incluso más disfuncional.

En una escena de la película James asegura que necesita todo el tiempo del mundo para hacer que su vida vuelva a la normalidad. Reichardt bien podría usar este momento para justificar la longitud de su película e insinuar que, aún con todo el tiempo del mundo, hay hombres que no pueden o no quieren arreglar sus vidas. En ese sentido, más allá de una banda sonora electrizante y una actuación soberbia de O’Connor, Mente maestra parece ofrecer un ensayo crudo sobre una paternidad deficiente, patética y narcisista que resulta más impactante que una pintura abstracta de Arthur Dove. Ya quisieran los ladrones del Louvre que sus vidas algún día sean adaptadas al cine y resulten ser más memorables que su preciado botín.

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