Sonata soledad (1987), de Armando Robles Godoy

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Sonata soledad es una película hecha a tres tiempos, musicales como se quiere. En toda ella, Robles Godoy deja salir más que un lado personal, un lado confesional. El cineasta radicaliza más su postura de autor así como comienza a decrecer cada vez más el interés que despertó en algún momento.

La primera parte -la única de interés- nos presenta los recuerdos de un hombre mayor (el propio Robles) alrededor de su infancia y su educación severa de la que reniega cual niño malcriado. La segunda nos presenta la visión de una pareja casi fantasmal. Y la tercera es una parodia casi caprichosa del oficio de cine y las fantasías de su creador alrededor de él.

Apenas si apreciamos cierta eficacia en la parte inicial. Aquí el deambular de Robles por todas sus obsesiones que como ejemplar freudiano se remontan a la niñez, consigue transmitirnos esa sensación etérea alrededor de lo que ya no está (el derrumbe del colegio o la presencia de los sacerdotes, maestros y compañeros) y lo que si permanece (lo intangible, la memoria o el espíritu). Pequeño ejercicio onanista (aunque mejor conseguido en su corto El cementerio de los elefantes) con aquella imagen de la fuente en forma de falo regando en medio del paisaje árido y demolido.

Lo que sigue en las otras dos es más bien redundante, especialmente la segunda, aunque no llega al nivel de capricho total de la parte final, con el obseso creador (Mariano Querol) y sus fantasías sobre Eros y Tánatos. Conejillo de indias y musa incestuosa será la propia hija del director, dando inicio así a un laboratorio fílmico tan artificial como irrelevante. Poesía hecha con la cabeza desconectada de las vísceras. Y en apariencia punto final de la accidentada (como la de tantos en el Perú) carrera de Robles en el cine. La apariencia no se confirma pues aún tendría lugar la desastrosa Imposible amor.

Esta entrada fue modificada por última vez en 9 de febrero de 2023 11:11

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