London River (2009)


London River, hermanados en el dolor

Cinco años han transcurrido desde el atentado múltiple de julio en Londres. Viene a estrenarse en los cines una mirada a ese dolor, que a los españoles nos recuerda otro, el del 11 de marzo de 2004, con énfasis en la idea de que el dolor no distingue razas ni credos. London River es una conmovedora película del realizador francés de origen argelino Rachid Bouchareb. Destacada en la Berlinale de 2009 (Premio al mejor actor para el extraordinario Sotigui Kouyaté, fallecido el pasado mes de abril; Especial mención del Jurado para su director; y nominación del filme para el Oso de Oro), la cinta de producción británica, francesa y argelina habla del drama de la pérdida del ser querido en un atentado terrorista.

Cerramos una década de la que sobresale desgraciadamente la guadaña del terrorismo y su consecuencia, la guerra contra el terror, desencadenada a raíz del 11S en Nueva York. 2001, 2003 (Guerra de Irak), 2004 y 2005 son fechas de shock y trauma, de inmenso dolor y de enfrentamientos culturales. Queda de ello una gran desconfianza a la que viene a añadirse la inmigración que no cesa. Quizá es hora de pararse a pensar, y tranquilizarse. Esto trata, con mucho tacto, realidad, empatía y sin el acostumbrado sobrante adorno sentimentaloide, de comunicar London River.

A través del desencuentro y encuentro de dos mundos, el occidental con sus inevitables prejuicios y miedos representada en la figura de Elisabeth (una touchante Brenda Blethyn, actriz con tablas) y el musulmán, muy desconocido tal vez por su hermetismo no exento por su parte de prejuicios, de quien Ousmane (el mencionado Sotigui Kouyaté, quien recrea a un guardabosques que emigró de África a Francia y con ello dejó a su familia atrás) es más un ejemplo aupado de resignación, el proyecto del realizador francés, que ha participado en el guión junto a Zoé Galeron, expone pero no impone el (habitual) buenrrollismo que simplifica demasiado. El dolor que deja a nivel individual una agresión como los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres es el fondo sobre el que se sustenta un argumento cuyo vehículo es un apoyo y un acercamiento que de otra forma raramente se hubiera dado. O quizá sí, en momentos más felices.

Elisabeth es una viuda que lleva una granja con animales en la isla de Guernsey. Al ver los atentados en las noticias y no recibir respuesta del móvil de su hija Jane, decide ir a Londres a ver si se encuentra bien. En paralelo Ousmane viaja de Francia a Londres para encontrar a su hijo Ali, a petición de su angustiada madre que está en África. La particularidad de Ousmane, un hombre ya mayor que se mueve parsimoniosamente, es que no conoce a su hijo a quien dejó a los seis años. Cada uno tiene un camino diferente por donde comenzar: Elisabeth, después de ver con sorpresa que su hija está viviendo en el barrio de Hackney, preminentemente musulmán, en cuyo piso el casero la deja instalarse mientras la encuentra, acude a la policía que poco acaba haciendo debido a la sobrecarga de los acontecimientos, lo que deja en sus propias manos la puesta de carteles de una Jane desaparecida. Por su parte, Ousmane se dirige a la comunidad musulmana, que consigue identificar a su hijo y darle una foto en la que aparece junto a Jane y otros estudiantes.

La reacción, aunque de sorpresa, es bien diferente cuando ambos padres descubren que sus hijos eran pareja. Elisabeth, apenas puede superar tantos cambios, en su vida y en la que le rodea. Asustada, cree que Ali, el hijo de Ousmane, ha ejercido algún tipo de hechizo extraño en su hija. Por su parte, la primera idea que cruza por la mente de Ousmane, musulmán practicante, es que su hijo es uno de los terroristas.

Bouchareb, cuyo anterior filme Days of Glory despertó el interés sobre las batallas de la Segunda Guerra Mundial en África, huye en London River de todo maniqueísmo de saldo, o discursos moralistas, para confiar en el trabajo de los actores a la hora de expresar las inquietudes, acercamientos, frustraciones, alegrías, descubrimientos mutuos, o miedos. Desde las primeras miradas de angustia de Elizabeth al moverse por la gran urbe se nos forma un nudo en la garganta, que ya no nos abandonará en un rodaje que dura 87 minutos.

Elizabeth y Ousmane emprenden un recorrido por hospitales, morgues, vecindario, la escuela donde estudiaban árabe. Ambos sienten un extrañamiento general contra todo lo que les rodea, son personas que viven en la naturaleza, y Londres les supera, aunque las dos maneras de llevar ese malestar son bien distintas. Acaban encontrando consuelo (Elizabeth vence su desconfianza e invita a Ousmane el resto de su estancia en el apartamento donde vivía, al fin y al cabo, también su hijo).

Hay un dolor común que se comparte ante la falta de noticias de ambos jóvenes. Un pozo oscuro del que los padres esperan lo peor. Hasta que del barrio les vuelven a dar noticias, al parecer sus hijos habían sacado un pasaje para viajar a París ese mismo día de los atentados. La alegría y esperanza, acompañada de un gran alivio se instala en ambos padres.

Pese a expresarse en diferentes idiomas (lo que apenas es perceptible por nuestro doblaje), Ousmane y Elizabeth llegan a un entendimiento respetuoso con el que buscan descifrar la incomunicación que viven en la gran urbe cada uno a su modo.

Como la semana pasada con Nothing Personal de Urszula Antoniak, recorremos una de las mejores paradas del cine europeo. Miradas sencillas llenas de humanidad y verdad alejadas de cualquier demagogia. Pausadas imágenes que hacen que el espectador llegue a una empatía emocional con los personajes y lo contado. Un cine que nos ayude a salir de esta desorientación que sentimos, estos rechazos que se instalan en nosotros.

Dir: Rachid Bouchareb | 87 min. | Reino Unido – Francia – Argelia

Intérpretes: Brenda Blethyn (Elisabeth), Sotigui Kouyaté (Ousmane), Francis Magee (inspector), Sami Bouajila (Imam), Roschdy Zem (Butcher).

Estreno en España: 16 de julio de 2010.


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