«No se aceptan devoluciones», Derbez cruzó la frontera


Eugenio Derbez, Loreto Peralta y Jessica Lindsey en ‘No se aceptan devoluciones’.

Ahora que el cine peruano vive un periodo de empatía con su público desde Asu Mare!, es interesante observar cómo en otro país latinoamericano una película también parcialmente comedia y con un actor/realizador muy popular, igualmente logra el flechazo con el mercado local –muchísimo más grande que el peruano– y además el extranjero, mientras el cine expresivamente más ambicioso de la región lucha por mantenerse a flote y conservar su identidad. Se trata del filme mexicano No se aceptan devoluciones (2013), opera prima del comediante y productor Eugenio Derbez, que ha batido récords de taquilla no sólo en su país natal, donde pesa significativamente su larga carrera en la TV, sino también en Estados Unidos, en el ámbito del cine de habla hispana.

Costó aproximadamente 5 millones de dólares, es decir un monto propio del cine norteamericano más austero, y ha recaudado en total casi 20 veces esa cifra. Más allá de que el hombre clave ya había trabajado en algunas cintas estadounidenses, como Jack y Hill, al lado de Adam Sandler, y la independiente Educando a mamá de la mexicana Patricia Riggen, uno se pregunta el porqué de tanto éxito –sobre todo en el circuito hollywoodense–, si tiene el aspecto de obra muy menor, llegando a veces a lucir amateur y confundir la pantalla grande con la chica. O precisamente se deba tal vez a eso, sobre todo lo último, que es su fuerte.

Derbez, que asumió el proyecto durante 12 años, coescribiendo, protagonizando y dirigiendo, juega sus chances por el sentimentalismo del vínculo filial resistente al absurdo, carencias económicas y de adaptación del padre obstinado, exabruptos maternales, arremetidas judiciales y pruebas de ADN (imagínense más o menos al Dustin Hoffman de Kramer vs Kramer, pero en farsa y mucho más angustiado y maltrecho). Un padre intentando aprender a serlo súbitamente, y además con la réplica de una niña tan despierta como Maggie (Loreto Peralta), es la situación propicia para la diversión y el melodrama, que los guionistas Guillermo Ríos, Leticia López y el propio Derbez deciden adoptar con facilismo, que es más notorio en las pretensiones injustificadas, arbitrarias y gruesas de la madre.

Si muchos filmes necesitan contar en sus filas con un intérprete apropiado para ser producidos, No se aceptan devoluciones tiene una derbezdependencia que acomoda todo el relato a las necesidades de su personaje, que nunca aprende el inglés y se somete al grave peligro de dedicarse al oficio de doble cinematográfico, produciendo un tono agridulce y a la vez paródico de la producción de cine que, en curioso paralelo, refuerza clichés como el del Aztec Man.

Entonces Derbez apela a su histrionismo «natural», a veces pesado y excesivo, y sobre todo al funcionamiento de una historia básica de idas y venidas con la que se identifican millones de migrantes en Norteamérica –no sólo mexicanos o hispanos, pero a ellos principalmente se dirige– y también sus compatriotas no migrantes que quizá quisieron serlo y no pudieron. Esa sencillez del autor, ser consciente de que sus opciones son de entretenimiento y emoción simples y que, al menos en esta primera experiencia, no había espacio para cosas más complejas, es la que salva mínimamente la película, pese a los estereotipos y repetitivos gags. Ese es el sustento esencial de su éxito, que incluso podría ser consagrado en la próxima entrega del Premio Platino, en el que Derbez está nominado como mejor actor.


Una respuesta

  1. […] hasta que llega el inevitable cambio de actitud. Podemos recordar los casos de la mexicana No se aceptan devoluciones o la peruana Margarita como referentes más […]

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