[Premios Oscar] Crítica: «Brooklyn», una adorable historia de adaptación y compromiso

Brooklyn

Una de las sorpresas en las nominaciones al Oscar fue la candidatura a Mejor Película de “Brooklyn”, cinta que superó a otras favoritas como Carol de Todd Haynes, The Hateful Eight de Quentin Tarantino y «Straight Outta Compton» de F. Gary Grey. “Brooklyn: un amor sin fronteras”, del director irlandés John Crowley («Intermission»), parte de un guion del escritor nominado al Oscar Nick Hornby («An Education», «Wild»), quien en anteriores cintas ya ha tratado con historias de mujeres empoderadas y dueñas de sus propias decisiones.

Esta vez adapta la novela homónima escrita en 2009 por el irlandés Colm Toibin. La película es protagonizada por Saoirse Ronan (The Lovely Bones, Hanna), quien interpreta a una muchacha irlandesa que deja su pueblo natal para buscar un mejor futuro en los Estados Unidos en la década del 50. Se trata de una emotiva historia de adaptación, compromiso y amor donde el conocimiento personal y las ganas de crecer son claves para entender las motivaciones de los personajes. No será intensa como otras obras en competencia por el Oscar, pero guarda un encanto particular y tan buenas actuaciones que verla resulta imprescindible.

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Ronan es Eilis Lacey, una chica con dudas sobre su futuro y un trabajo agobiante que vive en el pueblo irlandés de Enniscorthy junto a su hermana Rose (Fiona Glascott) y su madre viuda (Jane Brennan). A pesar de su talento, el pueblo no le brinda muchas oportunidades de crecer laboralmente, por lo que, gracias a Rose y a un sacerdote afincado en Estados Unidos (Jim Broadbent), Eilis consigue un trabajo en los grandes almacenes de Brooklyn, en Nueva York. Así viaja a América y se instala en una casa de huéspedes con otras chicas irlandesas (Eva Macklin, Emily Bett Rickards, Nora-Jane Noone). Su adaptación al mundo americano es complicada debido a la nostalgia que siente por su familia y a la soledad que irradia la gran ciudad, a pesar de mostrarse bastante acogedora. El sacerdote, la encargada de la casa (una genial Julie Walters) y sus chismosas compañeras buscan insistentemente que Eilis se integre, pero la idea de estar lejos de sus seres queridos la hace sentir más extraña, llegando a lamentarse el haber tomado la decisión de cruzar el Atlántico.

Ni siquiera las noches de baile en clubes irlandeses parecen ayudar a Eilis a sentirse en casa y olvidar la melancolía. Pero todo cambia cuando empieza a estudiar contabilidad y se enamora de Tony (Emory Cohen), un humilde gasfitero italo-americano. Esos factores la ayudan a sentirse más segura de lo que quiere realmente y poco a poco se convierte en una estadounidense más. Su naciente noviazgo resulta muy enternecedor y absolutamente encantador. Tony representa al igual que ella, la lucha por sentirse parte de algo, por lo que verlos apoyarse y crecer como pareja genera un sentimiento de satisfacción. Sin embargo, un evento trágico obliga a Eilis a volver a Irlanda, donde para sorpresa suya, la vida es menos terrible de lo que era antes, y las expectativas, tanto profesionales como románticas, son mucho más favorables, lo que provoca en ella muchos cuestionamientos sobre si Brooklyn realmente se ha convertido en su verdadero hogar o si Enniscorthy nunca dejó de serlo. La decisión que tome no solo puede alejarla del amor encontrado en América, sino también acercarla a un futuro mucho más promisorio.

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A pesar de lo simplón y predecible que puede sonar su argumento, Brooklyn destaca por escapar de ese grupo de adaptaciones de novelas sobre romances llorones y aburridos a los que Hollywood nos tiene acostumbrados. Brooklyn no es Diario de una pasión o Querido John (perdón, Nicholas Sparks), no cae en ese romanticismo mareado de encanto embriagador, lleno de desgaste y angustia y con personajes demasiado irreales y poco conscientes de su realidad. Brooklyn combina sus buenas actuaciones con un gran uso de todos sus elementos técnicos (mención a la fotografía de Yves Bélanger y a la música de Michael Brook) para retratar las emociones de los personajes con una sinceridad que logra conmover. Por ejemplo, la paleta de colores de los lugares por los que transita Eilis cambian y se vuelven cálidos y oscuros según su estado de ánimo y conforme va evolucionando como persona. Ella cambia, el mundo cambia. El crecimiento de los personajes no se siente formado ni falso y, cuando llega el momento de mostrar lo más íntimo, las miradas y los gestos son captados con una profundidad que habla por sí sola.

Saoirse Ronan está genial en el papel protagónico, es dueña completa de las escenas principales y llena la película de momentos encantadores. Muchos de los mensajes de la cinta son expresados únicamente con tomas de su rostro y ella sale triunfante del desafío. Domina todos los diálogos con conflictos románticos, sobre reflexiones del pasado, preocupaciones del futuro y maneja bien las líneas divertidas del guion. Porque aunque parezca lo contrario con la reseña narrada párrafos arriba, “Brooklyn” no es una película triste, todo lo contrario. Ronan tiene el carisma suficiente para sacar sonrisas y guarda una química potente con Emory Cohen durante todas las escenas que comparten, siendo capaz de emocionarnos con cada paso que da su relación. Esa misma química se refleja cuando le toca intercambiar líneas con Domhnall Gleeson, quien interpreta al hombre que le roba el afecto cuando vuelve a Irlanda. Su nominación al Oscar a Mejor Actriz podría parecer exagerada para algunos, pero yo siento que ese gran manejo en la evolución del personaje sí merece tal reconocimiento.

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El resto del elenco también destaca. Julie Walters en el papel de matrona irlandesa dueña de la casa de huéspedes es simplemente estupenda. Las cenas junto a Eilis y las otras chicas irlandesas son de los mejor al inicio de la cinta, lleno de comentarios provocadores y llenos de ironía. Y es que esas otras chicas, quienes tienen más experiencia que la protagonista, irradian una mezcla de encanto, descaro, comedia e ingenio que provoca amarlas a pesar de sus actitudes. Domhnall Gleeson, por su parte, a pesar de no tener el mismo tiempo en pantalla que otros personajes, dota al suyo de una madurez interesante y logra convertirse fácilmente en la contraparte de Tony, para poner en aprietos a la protagonista y hacer la decisión más difícil, tanto para Eilis como para la audiencia. Sin embargo, es precisamente Emory Cohen en el papel de Tony quien destaca por sobre los demás, pues crea un personaje bastante atractivo en sus resoluciones y lo suficientemente capaz de representar lo mismo que Eilis: las ganas de ser parte de algo y la lucha por conseguirlo (y tiene un hermanito roba-escenas).

Con ese encanto particular y su excelente desarrollo, “Brooklyn: un amor sin fronteras” acierta en su intento por mostrarnos una cara más humana de la nostalgia, más allá de la simple melancolía y de las lágrimas regaladas. La película crea un ambiente nostálgico que representa la desesperación por la ausencia de los amigos, familiares y hechos que definieron nuestro camino en la vida, y su evolución a sentimientos que nos ayudan a tomar mejores decisiones. Su plus es esa ternura que muestra en el proceso de crecimiento del personaje protagónico y que no siente forzada gracias a esa acertada combinación entre drama humano y líneas graciosas, las cuales demuestran que Crowley entendió que para retratar un proceso de adaptación y de compromiso son muy útiles la calidez y la sensibilidad. “Brooklyn” no es una historia para llorar, pero sí es conmovedora y bastante aleccionadora dentro de sus posibilidades.

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