Chris Pine, Ben Foster y Jeff Bridges protagonizan “Nada que perder” (o Hell of High Water, en su idioma original), la última cinta de David Mackenzie (Starred Up) nominada a cuatro premios Oscar (Mejor Película, Guion, Edición y Actor de Reparto). Estamos ante un drama estremecedor sobre los alcances del dinero y las caras alternas de la delincuencia, el miedo y el amor fraternal. Todo bajo el sol de una Texas tan exótica como auténtica. El inicio puede parecer engañoso: tenemos a dos sujetos con pasamontañas robando un banco por la mañana. Uno de ellos es un salvaje que parece disfrutar siendo temido; el otro es dubitativo y temeroso. Acabado el trabajo, huyen en un auto deportivo en medio del peligro. En ese momento, el espectador puede pensar que está frente a una típica cinta de policías y ladrones llena de gente ingenua. Pero no es así, “Nada que perder” quiere mostrarnos algo diferente, y lo logra de forma efectiva y dolorosa.
Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster) son dos hermanos convencidos de que tiene buenas razones para hacer lo que hacen. Parecen bandidos de poca monta, pero son personajes muy humanos, con problemas reales y la obligación de encontrar soluciones concretas. Cada uno de los pasos que dan son una respuesta a los obstáculos que el mundo les ha puesto y que no se merecían. “Nada que perder” funciona precisamente por eso, por lograr conectarse con algo tan cierto y cercano: el crimen, la desesperación, la familia, el destino. El guion corre por cuenta de Taylor Sheridan, un actor con poco éxito que decidió volverse guionista. Entre sus pocos créditos se encuentra también el guion de “Sicario”. En “Nada que perder” deja de lado parte de la solemnidad de la cinta de Villeneuve, y junto al aire western aplicado por Mackenzie, nos regala una película tan cruda como audaz.
Chris Pine no es un actor que haya destacado mucho en cintas de drama. Quien lo conoce piensa inmediatamente en comedias románticas o en las nuevas películas de Star Trek. Su trabajo en “Nada que perder” representa un avance importante para su carrera. Él es Toby, un hombre divorciado que es padre de dos hijos a los que no ve. Alejado de su imagen de chico sexy, Pine logra que su personaje represente lo que la historia plantea: un sujeto malhumorado y decidido a entrar en acción, pero con una mirada pesimista forjada por todos los errores que cometió y con lo que seguirá cargando por mucho tiempo más. Ben Foster interpreta a su hermano Tanner, un expresidiario sin paciencia para realizar planificaciones, un verdadero chico malo que, más allá de la redención por sus acciones pasadas, busca convencerse de que sigue siendo tan efectivo como siempre. Sin embargo, ayudar a Toby es su principal motivación.
Ambos tienen un plan perfecto: robar bancos muy temprano por la mañana, escoger billetes que no puedan ser rastreados, enterrar la evidencia, proceder a “lavar” el botín. Irónicamente, la razón por la que Toby ha pensado esto con tanto ingenio, dedicación y cuidado es la desesperación. Texas Midland, el cadena de bancos que aparece en la cinta, está a punto de ejecutar la hipoteca de su rancho. Para pagar la deuda y salvar la propiedad que fuera de sus padres, Toby necesita dinero que no tiene. Robarlo parece una decisión tonta, pero la película nos permite no verlo de esa forma. Aparece la mordaz crítica al sistema económico que facilita el triunfo de los ‘dueños del dinero’. Al banco solo le interesa la propiedad de Toby porque se acaba de descubrir petróleo en él, un recurso que el protagonista quiere aprovechar para darle un buen futuro a sus hijos. El banco no quiere ayudarlo, le quiere robar. ¿Que le impide al otro pensar en adelantarse?
A pesar de lo que pudiera parecer, la película no busca justificar el delito al ponerse de lado de los ladrones, por más ambigüedades que puedan aparecer. Y es que la causa de los hermanos, robarle a quien te quiere robar para pagarle lo que le debes, tiene seguramente mayor alcance que el que la película muestra. Tanner y Toby dicen hacer crecido en la pobreza, la justificación del segundo para convertirse en delincuente es poder brindarle un futuro prometedor a los hijos de los que está alejado, el banco es el villano, pero ¿es realmente dinero del banco el que están robando? ¿no le pertenece a personas que al igual que ellos solo le sirven a estas empresas como fuentes de provecho? Tal vez son conscientes de eso, tal vez no, pero lo bueno del guion es que esas dudas y reflexiones quedan en manos del espectador, quien es finalmente el que decide cómo interpretar el mensaje de acuerdo a cómo ha percibido situaciones similares dentro de su experiencia personal. La cinta habla con el público, queda en cada uno responderle.
Para empeorar los problemas de los hermanos, y enriquecer aún más la narración, la película cuenta con un tercer protagonista: Marcus, un viejo ranger texano al borde del retiro, que es interpretado por Jeff Bridges (nominado al Oscar por este papel). Se trata tal vez del mejor personaje de la película. Bridges ofrece una gran actuación, que incluye un cambio interesante en su aspecto y voz, y la adopción de un carácter que combina humor con talento detectivesco: Marcus ha tenido éxito en su carrera gracias a que sabe pensar como criminal. Los hermanos robabancos se convierten es su último caso antes de dejar el servicio. El ranger es acompañado por Alberto (Gil Birmingham), un oficial mitad comanche, encargado de recibir todas las bromas racistas de Marcus, su mejor amigo y el único que percibe su miedo. La exploración clínica que Mackenzie hace de la personalidad del ranger y de su visión de la delincuencia se refleja en los momentos clave de la cinta, sobre todo en los que él mismo se cuestiona la capacidad que lo hizo tan exitoso. La sublime interpretación de Bridges consigue que el personaje se sienta en ocasiones mucho más importante que los hermanos Toby y Tanner.
“Nada que perder” destaca también a nivel técnico. La película nos mantiene siempre en una atmósfera llena de luz, acción, violencia repentina y humor. Y gracias a la excelente dirección de fotografía de Giles Nuttgens, recurrente colaborador de David Mackenzie, podemos llegar a sentir que nos encontramos siempre en el desierto, incluso en los escenarios de interiores, logrando así que uno de los objetivos del director se vea completado: que la película se sienta como un western moderno. La banda sonora, que estuvo a cargo de los compositores australianos Nick Cave y Warren Ellis, resulta estimulante por el uso intenso de sonidos de guitarras adecuados al entorno, marcando así el ritmo que la película merece y necesita. Todo un conjunto audiovisual que nos traslada a los escenarios de la cinta y potencia la sensación de incertidumbre sobre qué lugar defender durante el desarrollo de la historia.
“Nada que perder” va más allá de cualquier expectativa previa. Chris Pine y Ben Foster en realidad parecen hermanos, tipos fuera de la ley pero con un vínculo afectivo que trasciende la pantalla. Foster, por ejemplo, cuenta con más de una escena memorable, en las que su capacidad actoral es puesta a prueba y sale bien librado. Pine y su figura de villano alternativo, Bridges y su perfecto manejo del temor. Hay mucho que decir sobre la cinta, pero resaltar que se trata de una de las mejores películas de los últimos cinco años debe ser suficiente para tomarla en cuenta. Sus cuatro nominaciones al Oscar están muy justificadas, e incluso podemos decir que merecía más, pero al ser una propuesta distinta y una historia poco habitual, ya es bastante positivo que haya tenido la oportunidad de formar parte de las privilegiadas. “Nada que perder” es imprescindible, violenta cuando es necesario, emotiva cuando la situación lo requiere, y graciosa si debe serlo. Todo un homenaje al western y un perfecto reflejo de la sociedad económico-financiera que tan ocupados nos tiene cada día. Una historia contemporánea de las que se deberían hacer más.
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