Cinencuentro

[Entrevista] Una conversación con Gael García Bernal, director de “Chicuarotes”


Con más de 50 créditos en su filmografía como actor, Gael García Bernal (Guadalajara, 1978) fue uno de los invitados internacionales del 23 Festival de Lima, donde presentó “Chicuarotes”, su segundo largometraje como director. Ahora, esta película llega a la cartelera peruana el 12 de setiembre.

En esta entrevista que nos ofreció García Bernal semanas atrás, conversamos sobre  el proceso de preparación y filmación de “Chicuarotes”, película que narra la historia de Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal), dos adolescentes que buscan desesperadamente alejarse de las circunstancias opresivas en las que viven y que, en este intento de buscar una salida, se sumergen en el oscuro mundo criminal de la Ciudad de México.

Pueden ver la entrevista en video a continuación, y debajo la versión en texto:

En el primer largo que dirigiste, “Déficit”, el protagonista era un chico burgués hijo de un político corrupto y en “Chicuarotes” vemos a chicos desesperados por conseguir dinero. ¿Te interesa narrar distintos ángulos de una juventud desencantada y disconforme?

Bueno, sí hay una coincidencia en ambas películas. Tienen esa desesperanza juvenil y ese momento donde quieren escapar de lo que heredan: la condición social, el lugar, se quieren deshacer de la narrativa que heredan. Hay una coincidencia allí, pero no tengo un tipo de historias, sensaciones o rollos que me gustaría transmitir en las películas en particular. No es que conscientemente yo diga: “Bueno, toda película que yo quiera hacer, va a tratar de esto”, pero ahora para esto está el famoso diván o el psicoanálisis. También incluso en las obras en las que he actuado, se puede ver una línea emocional o un aprendizaje terapéutico que se ha dado de forma constante, una evolución.

Ahora, si tuviera que responder, si fuera una precondición para dirigir, que me dijeran “¿A qué género te vas a dedicar y de qué va a tratar?”, te diría que la comedia es un lugar de donde yo me agarraría para entrar a las historias. En la comedia hay algo que me llama mucho la atención. Me encanta su profundidad. Una vez que ya conseguiste ese sentimiento que es «qué te causa risa», ya todo es posible, se abre un mundo, ¿no?

«Chicuarotes» transcurre en el pueblo de San Gregorio Atlapulco en Xochimilco, dentro de la Ciudad de México. ¿Podrías contarnos un poco más sobre este pueblo y por qué se eligió para la historia?

San Gregorio es uno de estos pueblos que, como ha sucedido en muchas ciudades del mundo, fueron cooptados y acaparados por la ciudad y quedaron dentro de la ciudad, manteniendo una especie de organización más de pueblo, con una plaza central y ese tipo de sensaciones. Además, San Gregorio es de difícil acceso, para llegar tienes que bordear unas lagunas bastante complicadas, solo hay un camino, porque lo demás es la falda de un cerro que te lleva a Cuernavaca. Está en el sur de la Ciudad de México. La otra forma de llegar es a través del agua de los canales, que tarda mucho más. Creo que el lugar refleja esa marginalidad y no me refiero a marginalidad en el sentido social, sino geográfico. Está en un margen acuático, está en el margen de la Ciudad de México. Entonces es un lugar que guarda un misterio muy particular y una cosmovisión muy particular.

‘Chicuarotes’ es el gentilicio de los habitantes de San Gregorio de Atlapulco. Al inicio se usaba de forma despectiva, pero hoy ya no. Yo me siento un orgulloso chicuarote también. Tiene una connotación un tanto despectiva, pues refiere a un chile que se llama chicuarote, que es muy picante y es un ají que una vez que se mete en la salsa, opaca todo lo demás. Entonces, es el mote que se les dio a los habitantes del pueblo y, en ese sentido, sí tiene una fama de ser fuerte, agudo, terco, complicado. En San Gregorio siento que me enamoré completamente de su gente, nos ayudaron con tanto corazón, nos echaron tanto la mano, nos recibieron con los brazos abiertos. Fue fantástico el cariño y la comunión que hubo para poder hacer la película.

¿Cómo fue el trabajo previo de scouting, de conocer en qué lugares iban a filmar?

La primera vez fui con Augusto Mendoza, el escritor del guion. Fuimos un domingo, recorrimos y pasamos allí el día entero, viendo distintos lugares e imaginándonos la película. Eso fue hace como 8 años. Después poco a poco fuimos yendo más veces. De pronto surgió la necesidad de hacer unos talleres para encontrar a los actores e hicimos unos castings abiertos en dos secundarias. Se abrió el casting para quien quiera venir y hablar frente a la cámara. Llegaron más de 800 personas. Y con eso fue suficiente para encontrar a los chicos que luego fuimos filtrando. De repente también eran los que tenían más ganas de hacer cine. Pero la mayoría tenía una historia muy linda que contar, eso es interesante.

A nivel del habla, también tienen un tipo de jerga o forma de hablar distinta a otras zonas de México, ¿no?

Sí, es distinto, tienen unas palabras muy particulares. Y aparte hay una cosa muy puntual que no hay que negar: no es que uno no se les entiende porque no conoces ese lugar, sino porque realmente uno ya está viejo también (risas). A alguien de 15 ó 16 años que vive aquí supongo que ustedes no lo entenderían, hay ciertas palabras que uno no agarra. Y uno piensa que esto no le va a pasar a uno porque cuando uno era joven, le parecía ridículo que no lo entendieran, pero definitivamente sí pasa. Por ejemplo, toda la afición o la relación que existe con los YouTubers es como “A ver, pero explíquenme” y no lo entiendo. No entiendo nada de eso. Es muy extraño.

Entonces, San Gregorio es un pueblo que tiene esa particularidad. Tiene el agua, tiene la parte anfibia, hacen 200 fiestas al año, son muy pachangueros, viven de los rituales, es un pueblo que está muy en la calle. Estás dentro de la Ciudad de México, pero todo sucede en la calle. La vida está afuera, está en la plaza, todo el mundo está afuera todo el día.

La película muestra un retrato de crimen y violencia, pero también hay espacio para el amor familiar, la amistad y el humor. ¿Cómo manejaste ese balance?

Es muy delicado. Y quizás era la apuesta más peligrosa. No tanto porque yo me diera cuenta que era un terreno pantanoso, sino que a otras personas les parecía peligroso. La gran tragedia va intrínsecamente relacionada con el ridículo, entonces no entendemos por qué suceden los grandes mitos de las fronteras, es ridículo. Si lo pones en plan comedia, es absolutamente hilarante, ¿no? Pero habían muchas personas dentro de la película que hablaban de la dificultad, de la peligrosidad que esto pudiera tener. En parte para que funcione, pero tampoco me afligía, porque sabía que iba a funcionar de alguna u otra manera. Por otra parte, está el cómo hablar de ciertos temas sin reírte. Y ahí es donde yo cuestiono esa autocensura. Por suerte existe la edición, uno va encontrando la película en la producción misma. Entonces, yo tampoco le tenía tanto miedo, pero hay gente que le tiene mucho miedo.

También me decían: “La película va a tener varios géneros: la comedia, el drama, lo picaresco, la aventura, eso no está bien”. Pero ¿por qué no está bien? Puede haber alguien que piense que no se puede salir y brincar de un género a otro, incluso gente que ve mucho cine. La verdad es que yo desconozco todas esas aprehensiones, como que no las tenía tan localizadas.

Cuentas con experiencia como actor, guionista, productor y director. ¿Qué es lo que más te atrae de la labor de dirección que no encuentras en las otras facetas?

Primero, como director puedo armar la dinámica, elaborarla, saber cuáles son las palabras que hay que decir y que no hay que decir, o definir cuál es la palabra mágica del día. Hay ciertos juegos y acciones que vamos a emprender, ciertas líneas teóricas, de alguna manera, para lograr algo. Estás ahí para pedir lo que sea, para promover y provocar lo que sea. Como actor no es así.

En tu faceta como actor has podido trabajar junto a algunos de los mejores directores mexicanos, latinoamericanos y del resto del mundo. ¿Cuál crees que es la mejor lección que has recibido de esos cineastas?

¿Qué tendrían en común? Te diría que alguien que me impresiona cómo trabaja es Alfonso Cuarón. He aprendido mucho de él, la verdad. Todo lo que él hace siempre es fascinante. Me encantó trabajar con Michel Gondry, aprendí un montón. Me encantó trabajar con Alonso Ruizpalacios, él es un actor también, entonces fue muy linda la relación que hicimos desde los actores haciendo este juego. Con Pablo Larraín me encanta, porque él no ensaya nada, simplemente llegas, buscas y encuentras, él te da chances de jugar. Con cada director ha sido distinto y hemos aprendido bastante.

Vuelves al Perú además a 15 años del estreno de “Diarios de motocicleta”. ¿Qué es lo que más recuerdas de la experiencia del rodaje en Iquitos?

Estuvimos tres días en Lima, luego aproximadamente dos semanas en Cusco y Machu Picchu, y luego fuimos a Iquitos. Allí estuvimos como un mes, más o menos. Fue fantástico. Siento que cargo con uno de los secretos de la humanidad, que tengo algo que contarle al mundo y que pocos de los que hemos estado allí compartimos y sabemos de lo que estamos hablando. De hecho, es increíble contarle a alguien acerca de este lugar y sentir su fascinación por lo que les estás contando, decirles que estás en medio de la selva, en lo más profundo de este lugar. Lo recuerdo como uno de esos últimos espacios no reconocidos del mundo.

Me da un poco de miedo ir, porque siento que lo voy a ver distinto, me da miedo verlo talado, la falta de árboles, de naturaleza o de agua. Siento que vivo una angustia con esto de la crisis climática que estamos viviendo y me da miedo ver ese lugar que me tocó ver ya desarrollado y un poco acabado, verlo ahora. Pero hay que afrontarlo, hay que afrontar eso también, hay que ir allá. Entonces estaría buenísimo ir a Iquitos un día de estos.

Entrevista realizada por Juan Carlos Ugarelli y Laslo Rojas, en Miraflores el 11 de agosto de 2019.
Fotos y video: Rolando Jurado.

Agradecimientos: Mario Bacigalupo y Angie Halabi (V&R Films)


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