“The Northman”: Eggers y la confirmación de su visión

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En semanas previas al estreno de «El hombre del norte» (The Northman), se hablaba mucho de los noventa millones que tenía como presupuesto la cinta en cuestión. El asunto -hipócritamente solapado- no era otro que la usual malicia que brota cuando un director de aquellos a los que convencionalmente se les reconoce como pertenecientes al cine de autor -tal vendría a ser el caso de Robert Eggers– decide “venderse” al lado más comercial de la industria cinematográfica. Lo cierto es que, en tiempos como los actuales, hace falta un poco de humildad en algunos críticos y cinéfilos para reconocer que este negocio depende del éxito de las grandes y costosas producciones, por más dolorosa que tal afirmación sea para su orgullo.

Ya para otro momento quedará la discusión sobre si The Northman es, al umbral de las cuestiones técnicas y la opinión pública, una cinta de aquellas que comúnmente se les conoce como blockbusters. Lo sustancial es valorar, tras su llegada a las salas de cine de todo el mundo, si es que Robert Eggers ha podido dar un salto en su estilo de dirección y que elementos podríamos reconocer como consecuentes con The Witch (2015) y The Lighthouse (2019), sus dos cintas anteriores con las que supo ganarse un lugar entre los directores favoritos de la crítica especializada.

The Northman es la adaptación cinematográfica de una leyenda escandinava, la misma que supuestamente inspiró a William Shakespeare para escribir Hamlet, por lo que no es motivo de sorpresa que el protagonista de esta leyenda tenga un nombre parecido como lo es Amleth (Alexander Skarsgård), quien aún siendo niño ve como su padre, el rey Aurvandill (Ethan Hawke), muere a manos de su propio hermano, Fjölnir (Claes Bang). La traición de este último obliga a Amleth a huir, brindándonos la premisa de la historia en las palabras que el propio protagonista repite incansablemente: “Te vengaré padre, te salvaré madre, te mataré Fjölnir”.

Es el momento cumbre del que se desprende toda motivación próxima, insoslayable a pesar del paso del tiempo, pues lo próximo que el largometraje muestra es un Amleth ya adulto, pero aguardando cumplir su promesa. Es esta la que lo despoja de todo indicio de humanidad, pues no hay otro fin en él que acabar con la vida de su tío. Amleth se libera de su dimensión más humana, para dar paso a la parte más bestial de su ser y por la que pierde toda sensibilidad incluso con personas que no están relacionadas a Fjölnir, de tal manera que The Northman se convierte en una historia muy sencilla, pues no hay mayor profundidad que otorgar en las aspiraciones de su protagonista, haciendo innegociable su capacidad de conversión a otro nivel de moralidad.

El estilo de Eggers, en líneas generales, se hace presente durante todo el largometraje. Desde aquellos altibajos en el ritmo, que podrían entenderse, desde cierto punto de vista, como un defecto, en el director es marca registrada que diferencia los momentos en los que existe un engañoso sosiego de aquellos en los que surge la intensidad del terror tan particular que sabe plasmar con maestría. Por otro lado, los encuadres en primer plano al rostro del personaje que está hablando es quizá una de las tendencias más notoria del cine de autor actual y Eggers, como en sus anteriores títulos, no escatima en emplearlos, pero puede que esto le juegue en contra cuando estos diálogos ganan volumen, ya que perdemos la perspectiva de la reacción del contraplano, evidenciando un aura teatral que no empatiza con la magnanimidad de los pasajes más sangrientos.

Esta discutible elección se proyecta hacia la propia historia. Privar al relato de cualquier sentimentalismo produce un guion predominantemente seco al que el espectador debe adecuarse de manera brusca. En versiones cinematográficas de epopeyas griegas o romanas, por poner ejemplos, esa cuota de emotividad engrandecía la épica y a los personajes. No debe entenderse como que aquello es lo correcto y The Northman falla significativamente, sino que Robert Eggers decide transitar otras vías más cercanas a la exaltación del espíritu salvaje para magnificar su obra.

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Es una tarea complicada para Eggers poder brindarle mayores sobresaltos a una trama que resulta plana por el simplismo de sus intenciones. Mientras en The Witch y The Lighthouse veíamos a los personajes de Anya Taylor-Joy y Robert Pattinson, respectivamente, transitar una paulatina conversión hacia una degradación de su ser, Amleth ya es una criatura vengativa que no sufre trauma alguno que se equipare al que vemos en el inicio de la cinta, por lo que su evolución será nula. A partir de ello, el guion, a cargo del propio Eggers y de Sjón (guionista de The Lamb), busca alternativas para que el visionado de este largometraje conmocione de igual forma. Apoyado en diálogos que no son precisamente memorables, pero que están lo suficientemente adornados y recitados para asignarle solemnidad al asunto, y del elocuente salvajismo con el que se grafica toda acción violenta, emprendemos un viaje en el que The Northman exprime sus mejores atributos para exponer sus puntos más altos.

En tal sentido, Eggers es un director que no deja absolutamente nada al azar, por ello no es sorpresivo, pero sí elogiable, el milimétrico cuidado que ha tenido para labrar el contexto de la época. Ya sea en la vestimenta, las armas, las viviendas, las embarcaciones y, por supuesto, las figuras mitológicas, se nota en Eggers el respeto y la afición que tiene por las historias que pertenecen a la tradición popular, exigiéndose dotar de realismo a la época en la que sitúa sus largometrajes. Sin embargo, el director estadounidense va mucho más allá. Para él es fundamental que el ecosistema en el que la película se desarrolla sea coherente con el desarrollo argumental y los parajes islandeses que tenemos como locación son una ventaja considerable para lograr una fotografía majestuosa que envuelva todos los sucesos con una atmósfera áspera y salvaje, en sintonía con la banda sonora de Vessel y Robin Carolan, que retumba siempre potente para no olvidar la brutal vorágine de barbarie que nos conduce.

La conjugación de todos estos elementos es favorable para el mayor triunfo que tiene el largometraje. La exploración de la idiosincrasia escandinava de la época se encuentra tan bien justificada en el diseño de producción y todos los otros aspectos técnicos, que tenemos la convicción orgánica de la naturaleza del contexto, excluyendo que, como espectadores, sepamos menos o más de la historia de los vikingos. Quizá lo más resaltante dentro de este plasmado sea la diferenciación que hace el propio libreto entre los personajes masculinos y femeninos. Mientras los hombres son puro músculo y su salvajismo los obliga a estar en situaciones violentas constantemente sin detenerse a meditarlo siquiera un segundo, las mujeres son las estrategas que, ocultas en la represión efectiva de su género, aprovechan su inteligencia para dominar a los hombres a través de la seducción intelectual y física. 

Dentro de este concepto, más allá del conflicto entre Amleth y Fjölnir, tenemos una lucha tácita entre la Reina Gudrún (Nicole Kidman), madre de Amleth, y Olga (Anya Taylor-Joy), una esclava que se ofrece a ayudar a Amleth. Esta lucha, para beneplácito del público, se traduce también en una batalla interpretativa -en el mejor sentido de la palabra-. El personaje de Kidman termina resaltando un poco más, pues además de lograr su objetivo, tiene un plus adicional que el guion le permite explotar para causar asombro en escenas puntuales, mientras que el de Taylor-Joy utiliza su belleza y buena performance para dar respiro a la asfixiante atmósfera.

En resumidas cuentas, The Northman es una película imperfecta, pero consistente en sus dos horas y veinte minutos de duración, tanto en su lenguaje como en lo que representa para su director. Es un mérito notable el que Robert Eggers ha conseguido con su tercera película en términos de producción y logros técnicos que generan el entorno en el que el guion de esta cinta calza a la perfección. Pienso que su más grande triunfo aún está por llegar, pero es portador de un talento colosal para crear películas tan auténticas como su avasallador estilo.

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