«La chucha perdida de los Incas» (2019): La búsqueda de la búsqueda 

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Podríamos pensar en La chucha perdida de los Incas, ópera prima del artista trujillano Fernando Gutiérrez ‘Huanchaco’, como una suerte de delirio etnográfico: la descripción densa, por ratos onírica y casi nunca lineal, de sistemas de creencias que resisten en un mundo cínico y descreído; la representación (inquisitiva, pero casi siempre amable) de sujetos que, casi como cualquiera, intentan resolver las dudas sobre la existencia a partir de sus propios medios, sobre todo mediante la fe, la pesquisa intelectual y la expresión creativa. A partir de un collage de estilos diversos, y priorizando voces que serían fácilmente censuradas en el formato mainstream, este largometraje documental, moldeado por una fervorosa curiosidad y cierta vocación al escándalo, ofrece suficientes preguntas que nos recuerdan, una vez, el poder reflexivo del cine.

La propuesta de Huanchaco parece situarse en el video-ensayo, y su tesis, esgrimida con cierto tono melancólico en las primeras escenas del film, sostiene que existe una suerte de carencia fundamental en la sociedad peruana, que puede ser extrapolada a diferentes comunidades y sujetos en el film: existe una suerte de orfandad natural que determina al Perú, una falta de figura paterna que afecta, casi como punto medular, el tipo de creencias que asumen los individuos. La falta de padre, como una afección freudiana que se hace una ausencia dolorosísima, altera la forma en que los sujetos se aproximan a la creencia y la sociedad. Huanchaco presenta algunas comunidades (si cabe el término), cada una buscando su propia manera de suplir la carencia. La iglesia Alfa y Omega, que busca unir ideales cristianos con ufología y creencias en alienígenas. Grupos que celebran eventos ufólogos o recrean la estética de ciencia ficción en música (casi ritual), buscando contacto con lo sobrenatural. El propio cineasta está en la búsqueda, arropado por la enigmática figura de Mario. 

El drama en La chucha perdida… aunque quiera girar en torno a la búsqueda de figura paterna, pero, como se evidencia en los primeros minutos del film, parece que Huanchaco y compañía ya pueden presumir una: Mario Poggi se torna en el protagonista no autorizado de la cinta, en buena medida por las evidentes contradicciones en torno a su figura y legado, así como por la apacible (uno diría hasta parsimoniosa) actitud con la que se enfrenta a su pasado y futuro. Poggi, psicoanalista y experto en distintos rituales prehispánicos, con la voz calmada y la mirada siempre fija en algún objeto de análisis, se vuelve la figura central del film: reconoce haber sido culpable de crímenes en pasado, que lo llevaron a la cárcel (donde se pasó años estudiando a presos violentos, con el evidente patrón de haber crecido sin figura paterna), y, más adelante, se volvió consejero de organizaciones estatales, artista reconocido y coleccionista. Es, sin duda, una imagen curiosa. ¿Qué implica que el “padre” del film sea, en el fondo, un ex convicto, asesino confeso y experto contratado por la policía en el Perú (además de psicólogo experimental)? Parece demostrar, una vez, el tipo de negociación que existe entre figuras de autoridad y sus seguidores (estos últimos sopesando lo dudoso o reprochable de sus líderes), las atribuciones imperfectas de la figura paterna, el fraccionamiento. 

Curiosamente, La chucha perdida… se aleja de su premisa y, frente a los distintos personajes que describe, relata las extrañas implicaciones del acto de creer, sobre todo, cuando la creencia se aparta de los medios tradicionales. La necesidad de creencia implica que las figuras de autoridad (sea desde lo paternal, lo intelectual o lo religioso -y que pueden ser lo mismo) sean particularmente disruptivas, inclusive imperfectas, lo que implica, a su vez, sistemas de creencia y parentesco que funcionan artificialmente, los cuales, luego de la caída de la modernidad, hacen lo posible por tomar retazos de teorías religiosas y científicas: se generan creencias mosaico, que engloban distintos enfoques, antes percibidos como contradictorios. La Iglesia Alfa y Omega interseca ciencia y religión, astrología y teología, en la figura de un Cristo científico y unos alienígenas anunciados en la Biblia. El propio Mario Poggi recurre a mecanismos de terapia alternativa y les dota de rigor científico.  

Siempre es bien recibido cuando la cámara se fija en aquellos rincones que no suelen ser vistos en el audiovisual (y en casi ningún espacio público). Huanchaco filma orgullosamente a comunidades de las periferias, académicos que no trabajan en la academia, creyentes que no son reconocidos como tales, devotos de la ciencia ficción y la ufología, entre otros. Vemos algunos patrones: las iglesias captan la atención de aquellos que necesitan ayuda rápida, transformación corporal y guía moral; la ufología nos invita a pensar en un futuro mejor y activar nuestra esperanza ante seres superiores; el tipo de psicoanálisis experimental de Poggio busca aliviar la carga emocional de las personas y forzar, a partir de la alteración neuronal, la tranquilidad. Ciencia/religión, como respuesta a la necesidad inmediata; más alivio.

El trabajo de Huanchaco consigue mitigar los evidentes excesos de su propuesta. En casos como este -cine experimental de autor- uno esperaría que, bajo la excusa de ser un proyecto personal y ajeno a estándares, reine el exceso y la autoindulgencia. Este no es el caso. Dentro del caos, parece existir alguna suerte de orden; patrones. Por un lado, La chucha perdida parece emular el tipo de relato viajero que asumiría algún explorador que, perdido en un territorio recóndito y agreste, decide desenmarañar los significados detrás de rituales y creencias. El explorador, reflejado en la intrusiva cámara de Huanchaco, realiza la búsqueda de la búsqueda: quiere darle sentido a la búsqueda “de padre” que puede tener una sociedad en específico (inclusive un país), lo que se descompone en pequeñas búsquedas Por otro lado, el film evidentemente recurre al estilo testimonial, forzando al explorador a reconocer su propia vulnerabilidad y, por tanto, su carencia.  

La chucha perdida de los Incas

De alguna manera, con su film, Huanchaco parece hacer una suerte de meta-ensayo, en la medida en que su film reflexiona (a partir de la parodia y la introspección) sobre la naturaleza de la argumentación en el cine: ¿son necesarias las grandes preguntas (como la búsqueda del “padre) para que el video-ensayo cobre valor? ¿Acaso se espera que el film, así como tantos otros, pueda dar respuestas concluyentes sobre eso que cuestiona? ¿Debería haber respuestas, si quiera? Quizás por eso Huanchaco echa mano a cuanto elemento fílmico encuentre: flashbacks recreados con actores sin diálogos; secuencias animadas al acercarse el clímax; entrevistas a luz artificial y con la cámara pegada al sujeto, recreando al voyeur; videos caseros recuperados luego del tiempo; escenas que, a partir de la mirada antropológica, capturan el estado de trance de los creyentes. Por momentos, uno podría pensar que el estilo del film, dado su falta de cohesión, genere desatención. Aun así, el film, gracias a los juegos de estilo y sus personajes entrañables, perdura.

La chucha perdida de los Incas se acaba de estrenar en cines. Evidentemente, no es el tipo de propuesta para un escape de fin de semana, pero, como una suerte de bichito intelectual (que incomoda constantemente a la audiencia con sus filosas conclusiones y personajes estrafalarios), como un “gabinete de curiosidades” y disruptivos personajes, y, sobre todo, como portador de preguntas inquietantes (y necesarios), el film cumple con su objetivo. Que Huanchaco haya trabajado con cuidado su puesta en escena (y que el montaje evite el cansancio de la audiencia) solo refuerza su atractivo primario. No sabemos si los incas encontraron a su figura paterna, pero el film, con sus aciertos y excesos, ha hallado suficientes motivos para que su tesis (aunque ya no sabemos muy bien cual es) se mantenga en discusión. 

Nota: La película inició su circuito de estreno alternativo este 6 de abril en el CCPUCP y en Cine Teatro Irracional, en Lima. Distribuida por Tiempo Libre (productora de Juan Daniel Fernández), el film luego se podra ver en las salas del Cine Chimú en Trujillo, Umbral Cine en Arequipa y Qine Cine en Cusco. La ruta de proyección también incluye a Sicuani, Písac y Urubamba; así como las ciudades de Huancayo, Ayacucho, Chiclayo, Puno, Ica, Iquitos y Pucallpa, durante los meses de abril y mayo.


Una respuesta

  1. Avatar de Ana F
    Ana F

    Buenísima reflexión.

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