“Misántropo” (2023): La otra cara del sistema

Misantropo

Resulta curioso pensar que el argentino Damián Szifron, en su primera producción hollywoodense, haya apostado por una punzante crítica al propio sistema estadounidense. Habiendo consolidado su carrera con filmes como Tiempo de valientes (2005) o Relatos salvajes (2014), el director argentino vuelve tras nueve años de inactividad para sumergirse en otro universo plagado de violencia y corrupción, solo que esta vez fuera de su tierra natal.

Como tal, la propuesta narrativa de Misántropo (2023) podría resultar genérica. Siendo una muestra de la ya conocida dinámica entre “gato y ratón”, la película sigue a un equipo de policías en su búsqueda por dar con un particular asesino, esto tras la muerte de 29 personas durante la noche de año nuevo. Agregando a la fórmula la dualidad antagonista/protagonista que tanto fascina al thriller policial, el hecho de que las apariencias no lo digan todo conforma una parte importante de la cinta, incluyendo la concepción de su propia identidad.

Jugando con las convenciones del género, esta va introduciendo elementos visuales y sonoros capaces de dar forma al extenso comentario sociopolítico que plantea. De igual manera, estos logran acercarnos más a su protagonista (interpretada por una fantástica Shailene Woodley), una policía solitaria con una gran percepción. Sumado a su rol pasivo durante los dos primeros actos del largometraje, la convierten en una espectadora más de la terrible gestión del caso y del mismo titán norteamericano. 

Mediante un descarado product placement, Szifron emplea elementos propios de la cultura estadounidense a favor de su visión pesimista, relacionada fuertemente al consumismo y a la propia globalización (reinterpretada como una americanización). Un ejemplo claro de esto recae en la presencia del café en diversas escenas, destacando una crítica directa a la apropiación del recurso colombiano por parte de Starbucks. Muy ligado a sus raíces latinoamericanas, el autor cuestiona los valores típicos del país en cuestión, idea que plasma en el plano contrapicado de un basurero, con diversas marcas haciendo una fugaz pero notoria aparición entre los desechos.

En lo referente a la tecnología, la presencia de pantallas y diversos aparatos se hace notar con evidente intención. Desde el “bling” de los celulares hasta el incesante palabreo de los noticiarios, el rol de los medios de comunicación gana cierto carácter antagónico, resultando en distractores tanto para el equipo protagonista como para la propia audiencia. Con esto último, hago referencia a cómo los sonidos e imágenes que emiten llegan a opacar el diálogo entre personajes, un uso interesante del recurso que refuerza la idea del director.

Volviendo a su condición de thriller, la cinta de Szifron no sólo rememora a lo mejor de David Fincher al ser capaz de crear una cacería trepidante cargada de elementos psicológicos, sino que agrega pequeños tintes de humor ácido propios de su obra. Con estas pequeñas interacciones, el director se permite agilizar la densa narrativa al mismo tiempo que se acerca al público, dotando de carisma y personalidad a su cast de secundarios. Además, vale la pena destacar como estos logran incorporarse de forma orgánica, logrando un equilibrio que no afecta a la tensa atmósfera.

Entrando en el ámbito de los personajes, la ya mencionada protagonista encarna el conformismo de una sociedad dormida en sus propios laureles. Como ya se mencionó, su arco de personaje describe ese despertar entre recibir órdenes sin más a tomar la justicia por sus propios medios, lo que, en términos de la película, se traduce en romper con ciertas reglas para lograr un bien mayor. El sistema policial como tal representa un arma de doble filo, siendo aquel que brinda los recursos para la investigación pero, de la misma forma, el primero en cerrarle las puertas a quien se interponga en sus intereses.

Ineficiente y corrupto son términos precisos para describir el contexto en el que se encuentra Eleanor Falco, cuya capacidad para resolver crímenes se ve limitada por una insignificante posición en el departamento de policía de Baltimore. Es aquí donde el tema de la salud mental toma relevancia, pues se revela que el FBI la rechazó debido a un test que denotaba su inestabilidad. No obstante, más allá de brindarle ayuda o motivación, es el propio sistema quien decide ocultarla a pesar de su talento, hecho que se ve ligeramente modificado en el desenlace.

En una latente hipocresía, los agentes de la ley mantienen una alianza mediática con las autoridades locales, hecho que les permite mantener “estable» su, de por sí, decadente reputación. En este sentido, el juego de la imagen vuelve a hacerse presente, con un sistema policial dispuesto a cometer errores e incluso sacrificar unidades con tal de transmitir una falsa capacidad, sensación que se ve expresada en el espectáculo de las pantallas. Más que servir a la causa, la relación se transforma en un showbusiness de la violencia, hecho que Szifron crítica por medio de sangrientos enfrentamientos y la absurda facilidad con la que diversos personajes consiguen armas.

Por otro lado, la presencia de Geoffrey Lammark como voz de la razón resulta cautivadora en medio de todo el caos. Incluso si cae en el arquetípico rol de mentor, su caracterización resulta convincente y se ve potenciada gracias a la performance de Ben Mendelsohn, logrando una interesante dinámica con la protagonista como pieza clave para su desarrollo. Siendo un agente experimentado del FBI, destacan bastante los principios que maneja a lo largo de la película, mostrando una personalidad metódica pero con una preocupación real por el caso, así como un fuerte escepticismo hacia el sistema en el que se desenvuelve. No obstante, su ego termina por traicionarlo en el enfrentamiento final, negándose a llamar refuerzos a razón de querer demostrar su eficacia ante aquellos que lo despidieron.

En relación al antagonista, resulta acertado ese paralelo que la cinta propone con el dúo antes mencionado. En un movimiento arriesgado, el director les da a los tres un origen similar, siendo personas a las que el sistema les ha dado la espalda. No solo eso, la intención de humanizarlo se hace obvia durante el último acto, mostrando un hombre frustrado que expone directamente la ideología pesimista del largometraje. Sin embargo, esto no tiene como motivo justificar sus acciones, pues la protagonista misma es un reflejo de él pero con motivaciones mucho más esperanzadoras que destructoras. En pocas palabras, el director expone la misma postura desde dos puntos de vista opuestos, logrando un mensaje matizado capaz de generar intriga.

Habiendo dicho lo anterior, resulta evidente que el autor ha sabido jugar con los elementos que le ha brindado el contexto social y político de Estados Unidos. Con un fuerte resentimiento que habita en sus calles, Baltimore se convierte en un personaje más, incluyendo planos cenitales que permiten observarla a detalle y muchos otros que se encuentran de cabeza, visual metafórico que expone la problemática situación norteamericana.

Al final, ese cierre agridulce en el que la justicia triunfa pero no sale a la luz se evidencia en la situación del largometraje, el cual, como Eleanor Falco, consigue un logro silencioso. Incluso si tuvo un recibimiento tibio por parte de la crítica, Misántropo demuestra ser una historia policial con una ejecución más que acertada, pero con un trasfondo que termina por consolidarla como otro triunfo en la filmografía de Szifron.

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