[Crítica] “Skinamarink”, terror experimental de Canadá


“Skinamarink” (2022) no es una película para todo el mundo. De hecho, esto se hizo evidente cuando pasó sin pena ni gloria por nuestros cines, exhibiéndose en unas pocas salas, y únicamente con copias dobladas. A pesar de que el terror es, sin temor a equivocarme, el género más popular en nuestro país, “Skinamarink” no terminó de pegar con nuestros espectadores. Y habiendo visto ya la película, resulta fácil darse cuenta por qué. Lo que tenemos acá es una experiencia minimalista, lo-fi, en la que hay que adentrarse desde el primer segundo, consciente de que no se parecerá a ninguna otra película del género que hayan visto en un cine mainstream. Si no la ven con esa mentalidad, puede que terminen más molestos que asustados.

Dirigida y escrita por el canadiense Kyle Edward Ball por poco más de 15,000 dólares, y grabada enteramente en su hogar de la infancia, “Skinamarink” es una cinta que intenta transmitir sensaciones similares a las que vivíamos cuando teníamos cinco años de edad. De hecho, esa es la razón por la que los dos protagonistas de la historia —Kevin, interpretado por Lucas Paul, y Kaylee, interpretada por Dali Rose Tetreault— con las justas acaban de aprender a hablar. Y es la razón, también, por la que el filme juega con los miedos de la infancia —en este caso, la desaparición de los padres, y la posibilidad de que uno se pueda quedar encerrado en una casa oscura y aparentemente infinita, en donde las puertas y las ventanas no existen.

Evidentemente, “Skinamarink” se toma todos estos miedos literalmente. La cámara nos muestra planos en donde una ventana o una puerta aparecen y desaparecen de una pared. Se concentra en la misma zona de la sala, inundada en oscuridad, donde asumimos algo eventualmente aparecerá (¿Un rostro? ¿Una mano? ¡Aunque sea un ojo!). Y parece estar moviéndose casi siempre a la misma altura que sus jovencísimos protagonistas, cerca del piso, haciendo tilts hacia arriba para mostrarnos lo que aparece y desaparece cerca del techo, o las luces que se prenden y apagan al parecer de manera aleatoria. Estoy seguro de que la casa de Edward Ball no era especialmente grande, pero su cámara hace un excelente trabajo haciendo que parezca serlo.

Porque si no se han dado cuenta ya, “Skinamarink” no es una película filmada de manera tradicional. Lo que Edward Ball ha hecho es, curiosamente, evitar a sus protagonistas. Los sigue con frecuencia, pero sin mostrarnos son rostros, concentrándose en sus piernas o pies o espaldas o siluetas. Y hasta incluye una terrorífica secuencia grabada enteramente desde la perspectiva de uno de los niños, manejando un estilo similar al de un videojuego de primera persona —homenajeando, aparentemente, a los “walking simulators” de terror que han estado ganando popularidad en los últimos años, o a franquicias como “Amnesia”, en donde el jugador, a diferencia de otros juegos, no tiene como atacar ni defenderse. Todo lo que puede hacer es escaparse… al igual que Kevin y Kaylee.

Adicionalmente, situando la historia en 1995, Edward Ball ha logrado inyectarle un estilo bien lo-fi a la película, agregándole granulado y defectos visuales a la imagen en posproducción para que parezca una grabación analógica de los años 90. Por momentos se puede ver algo sintético — “Skinamarink” fue grabada en digital, después de todo—, pero se trata de un efecto interesante, el cual ayuda a que el espectador sienta que está viendo algo antiguo, algo prohibido. Sucede lo mismo con el audio. Muchos de los diálogos parecen haber sido grabados con el micrófono de la cámara y no con un equipo de audio profesional, y en muchas instancias, se tienen que incluir subtítulos en inglés para que el espectador entienda lo que se está diciendo. “Skinamarink” no pertenece al género de found footage —jamás se incluye una cámara diegética que alguno de los personajes debe manejar—, pero el efecto que causa es similar al de los mejores exponentes de dicho estilo.

Pero nuevamente: “Skinamarink” no es una experiencia para todo el mundo. La película se toma su tiempo, y de hecho comienza de manera letárgica, mostrándonos planos varios de la casa, personajes moviéndose ocasionalmente, y una que otra imagen misteriosa. Y no se puede negar que por momentos se torna repetitiva, usando los mismos planos, como para causar angustia en el espectador. Tenemos, por ende, el mismo plano del techo o de la entrada oscura o de los juguetes de Lego frente al televisor, varias veces. Al inicio, esto ayuda a la sensación de misterio que Edward Ball está intentando desarrollar, pero eventualmente se torna predecible.

No obstante, no se puede negar que “Skinamarink” se mete bajo tu piel, y que concluye de manera magistral. Sí, demora bastante en arrancar, pero a la vez, la película logró asustarme varias veces con imágenes repentinas, voces de carácter casi satánico, y sonidos inesperados. Por ejemplo el de un teléfono de juguete Fisher Price; una escena en particular que involucra a Kaylee, y la utilización de una televisión antigua en la que los chicos ven caricaturas antiguas de dominio público. Como diría la Generación Z: “Skinamarink” es más “vibes” que narrativa (razón por la que varias escenas se viralizaron en TikTok a principios de año), pero es precisamente por eso que termina quedándose grabada en tu cerebro. De hecho, es la primera película en años que hizo que me diera un poquito de miedo irme a dormir en la noche.

En todo caso, “Skinamarink” también es una gran prueba de lo mucho que se puede hacer con poco. Con menos de lo que cuesta un carro nuevo, y haciendo uso de una campaña de crowdfunding, Edward Ball ha logrado estrenar una cinta verdaderamente terrorífica, que en varios espectadores ha logrado desarrollar una sensación palpable de terror y tensión, haciendo que recuerden las largas noches en las que sus padres salían a algún compromiso, dejándolos solos en una casa llena de potenciales horrores. Gracias al estilo de dirección minimalista y con algunos elementos experimentales, e imágenes escalofriantes (una cara en particular me hizo gritar), “Skinamarink” es de lo más interesante que se ha estrenado en cines este año. No es para todo el mundo —algunos seguramente no conectarán con el estilo y se aburrirán en vez de asustarse—, pero quienes estén dispuestos a darle una oportunidad, se encontrarán con algo verdaderamente inquietante.

Nota: “Skinamarink” pasó muy brevemente por salas peruanas, y por el momento no se encuentra en plataformas de streaming legal. Este crítico la vio gracias a un screener proveído por la distribuidora IFC Films.

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