[Premios Oscar] «American Fiction» (2023): paradojas culturales e identitarias

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Entre las nominadas al Oscar a mejor película, American Fiction (Ficción estadounidense, 2023) podría considerarse como una de las menos favoritas del público. Tomando en cuenta su modesta presentación y aparente simpleza, se entiende que en el año del “Barbenheimer” la ópera prima de Cord Jefferson haya pasado por encima del radar mainstream. Acompañada de Maestro (2023) en ese limbo de popularidad (ambas exclusivas de plataformas de streaming, curiosamente), diría que la adaptación cinematográfica de la novela «Erasure» (2001) triunfa como ejercicio metaficcional a pesar de su latente autoindulgencia.

Pudiéndose tachar de petulante, la ficción americana protagonizada por Jeffrey Wright se deja llevar ágilmente por la autoconciencia y el descaro, una obra inherentemente contradictoria que explora la identidad a distintas capas. En este sentido, el conflicto del profesor/escritor Thelonious “Monk” Ellison puede reconocerse en esa frustración interna que nace del colapso entre la autopercepción y la etiqueta impuesta. Caracterizado por pinceladas de esnobismo y acidez, la obsesión protagonista radica en las representaciones populares de la cultura negra, en esas narrativas trilladas que generan millones en librerías o salas de cine.

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Alejado de los pueblos nativos americanos del siglo XX o los cuentos de hadas eróticos, la película en cuestión se ubica en un contexto contemporáneo y obligatoriamente ligado con las problemáticas raciales. Como parte de la memoria estadounidense, esta se sumerge en la temática afroamericana desde el punto de vista social y creativo, una amalgama de vivencias familiares cuasi anecdóticas en compañía de una inteligente (a veces demasiado obvia) crítica social a la hipocresía mediática e individual. Contrastando ambos universos, el ingenioso guion brilla a costa de la repetición de tropos (banalización a priori) y la inconsistencia de sus recursos satíricos.

Sin ser especialmente novedoso, el artificio surge de esa necesidad por cuestionar cuotas y estándares estigmatizados a la experiencia negra (nueva forma de “diferenciación” si quiere decirse), al mismo tiempo que disecciona los principios de su protagonista afroamericano. Ajeno a un sentido de pertenencia, “Monk” se presenta como una especie de antihéroe escéptico y peleado con sus raíces, una presencia gris que abandera el discurso por las razones equivocadas. Buscando ser genuino, no solo las acciones del personaje terminan por desenmascarar sus inseguridades (escribir un libro a modo de protesta que, prácticamente, es una burla a su propia cultura), pues la ironía de la cinta se permite insertar diversos clichés en su espacio personal.

Sumado a sus visuales poco interesantes, el reconocer la insatisfacción del protagonista en el espectador exigente es parte fundamental del mensaje, siendo que potencia el contraste entre “Monk” y su entorno. En lo que refiere a valor implícito, el hecho de que las vivencias de los personajes secundarios sean mundanas y entrecortadas agrega contrapeso a la disertación; son personas que ríen, lloran y sufren en un espacio delimitado por la pantalla, lugar donde la originalidad resalta sin invalidar otras narrativas. La muerte repentina de un familiar, un hermano que se declara homosexual (entrañable Sterling K. Brown), una ama de llaves que encuentra el amor o una madre enferma, todas situaciones ya vistas, todas historias que merecen ser contadas.

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Lejos de ofrecer respuestas definitivas, tampoco es que la cinta avale la producción masiva de narrativas conformistas o poco inspiradas, explorando justamente las motivaciones detrás de estas. Sin ser muy distintos, “Monk” y el “hombre blanco” llegan a deformar la experiencia afroamericana con fines egoístas, ya sea para llenar un complejo de superioridad o limpiar una imagen con años de culpa. Separados por una nada sutil capa de caricaturización (una industria literaria exageradamente incompetente), el entendimiento de los mecanismos y personalidades detrás de dichos productos se convierte en un viaje compartido que, sin ser sólido ni llegar a la realización, ofrece una grata experiencia intercalándose con el melodrama familiar.

Agridulce en todos los sentidos, el largometraje se permite cerrar en una revelación algo vaga de sus intenciones comunicativas: una simulación cinematográfica (los últimos 10 minutos suceden en un set de grabación) que se alimenta de lo genérico para exponer sus ideas. Lejos de romper la barrera racial, la intención de visibilizar historias se encuentra en la satisfacción que estas producen en el creativo y las comunidades representadas, intención que, sin ser asumida, merece el beneficio de la duda. Mucho se habla de lucrar con experiencias ajenas, poco de la necesidad por entender su propósito en sí. Oscar bait o no, Jefferson ofrece una indagación disfrutable y formidablemente ejecutada, una ficción acomplejada que coquetea con la realidad y su razón de ser. 


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