Estoy mareado. Y no a causa del affaire «Afiche del festival» ni del postre «Atracón de Gastón». El culpable ha sido El asaltante. A partir de ahora queda prohibido para mí sentarse en las primeras filas de la Sala Azul del Centro Cultural PUCP. No vaya a ser que se aparezca otro argentino como Pablo Fendrik, con ganas de experimentar con la nueva cámara digital que le prestaron, jugar a ser un Dardenne, y quedarse ahí nomas, a medio camino. Están advertidos los de equilibro endeble, los que se marean si el micro da muchas vueltas, los cabeza de pollo, El asaltante es una roller coaster que recomendaría ver desde la última fila.
Pero me estoy adelantado. Antes que me empezará a dar vueltas la cabeza, el director Pablo Fendrik y el actor Arturo Goetz presentaron la película. Distendido y relajado, así lo noté al joven realizador. Contó como se inició el proceso creativo para ésta, su opera prima. Fue un side project, casi. Un proyecto que surgió para llenar el tiempo muerto previo a la realización de otra película que Fendrik tiene en mente (y que empezará a filmar en los próximos días). Un guion escrito en cinco hojas. Tres, según Goetz. Un plan de rodaje de diez días, que al final fueron siete. Un personaje principal y una cámara que no lo deja ni para ir al baño.
Luego tomó el micrófono el veterano Arturo Goetz, actor que participa en la competencia por partida, no doble, sino triple. Además de en El asaltante, lo podemos ver en El otro, y en Una novia errante (Yo lo recuerdo como papá Perelman en Derecho de familia). Goetz, en un intento por graficar y agradecer el calor humano de los peruanos, calificó a nuestro festival limeño como un «anti-Cannes». Luego de algunas risas y sonrisas cómplices de parte del público, don Arturo reveló preferir estar en nuestra gris ciudad que en la glamorosa Costa Azul. Si había algún francés en la sala, no se debe haber dado por aludido.
Fuera luces. Tras media hora de proyección empezaría a sentir los primeros síntomas. Cada vuelta en la esquina. Cada giro brusco. Cada parada en seco. Un dolor de cabeza. Nunca disfruté tanto esos planos quietos y contemplativos, cual salvavidas en un mar picado. Cómo extrañé Los muertos y Fantasma. Felizmente recordé que el viajecito este solo duraría una hora y pico. Igual no terminé tan groggy como la mesera asmática, pero sí como el asaltante Ramos en la secuencia final. Absorto por lo recién vivido, buscando una aspirina y un vaso de agua. Marqué «buena» en la boleta de votación, casi de manera automática, y salí raudo a tomar un poco de aire, por fin.
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