BAFICI 2011: Aitá

aitá

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Estéticamente virtuosa pese a rodarse austeramente, Aitá es una película de ribetes místicos, que enfrenta a la fe y al ateísmo en variadas representaciones. La plaza neutra del conflicto es la vieja casa deshabitada, histórico Palacio de Murguía en el País Vasco, a la que no se la presenta ni célebre ni contrariamente marchita: ambigua, no se distingue entre monasterio o residencia fantasmal. Tal palacio funge como un espacio de la «realidad» dispuesto a ser manipulado por los recursos expresivos del cineasta donostiarra.

La cámara reposa sobre espacios de la casona absorbidos por la obscuridad: pasillos, salones y habitaciones que no distinguimos sino hasta el ingreso de la luz natural por ventanales y puertas. Sabemos que estamos dentro de la casona, sobre tal o cual pasillo, porque la luz natural –invasora, según el descreído viejo guardián– venida del exterior del encuadre nos lo aclara, configura la imagen. Sin embargo, De Orbe también aplica ese concepto para el registro auditivo: los planos de los recovecos obscuros del palacio atienden a una impronta fantasmal por los sonidos de los pasos del vigilante impenitente que se oyen y dejan sentir pese a estar él fuera del encuadre. Aquí, el eco de las pisadas invade el espacio que la luz no ocupa. Entonces, es trascendental el espacio off del cuadro (la luz y el eco) por su influencia en la forma y sentido final de los planos.

Así, cada recoveco del palacio defiende desde su naturaleza fantasmagórica o mística, definido por su ubicación en el espacio palaciego, no la conclusión del filme, que se plantea como palestra del debate, sino la de un lugar aviejado y olvidado como los hay a lo ancho del mundo. Es un inmueble deshabitado y añejo, ¿un lugar de culto o un aposento de espíritus? El duelo se hace declamatorio en las tertulias ácidas entre el sacerdote y el guardia del palacio (foto), tratando la muerte, la fe y el tiempo como asuntos de la hora del té. Simpáticos diálogos que redundan lo dicho sutilmente en imágenes. Como moderador de la controversia, De Orbe filma un plano/secuencia de consenso que remata la película, donde el cura y el vigilante, acallados, comparten vino.

Más que sobre la memoria, Aitá reflexiona sobre lo que se lleva consigo el paso del tiempo: gentes, legados, épocas. De ahí el found footage, de fotogramas corroídos de películas soterradas del cine mudo español, proyectado sobre desgastados muros de la casona. El tiempo que lo descompone todo y el silencio de testigo.


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