Parábola del pastor en las tinieblas y la guerra justa (que no es más que otra maldita guerra)
En su monumental “Una vida crítica”, Héctor Soto incluye una sección especial sobre gran parte de la filmografía de Clint Eastwood, uno de los clásicos del cine norteamericano. En una digresión, Soto escribe algo que me llamó mucho la atención:
“Los norteamericanos han hecho su historia no en función de lo que les haya ocurrido sino que la han tejido casi siempre de espaldas a los datos objetivos del pasado atendiendo más que nada a las imágenes y percepciones que han tenido de sí mismos”.
Uno observa los primeros minutos de American Sniper (“El francotirador”) de Eastwood. Un soldado (Bradley Cooper) que se encuentra en lo alto de un edificio, en un escenario de guerra, listo con su escopeta de largo alcance para disparar a un personaje, aparentemente inocente. El soldado duda, se balancea sus convicciones humanas y su sentido del Sagrado Deber. De un momento a otro, en lo más tenso de la escena, entramos a una elipsis que nos lleva a su pasado, a la construcción moral de su personalidad. Allí entendemos que esta historia que, el cineasta cuenta en la película, no será la historia objetiva (que reclaman algunos), sino una historia particular, una historia cualquiera que de pronto se vuelve notoria (o extraordinaria, en el más amplio sentido del témino).
Aquella elipsis nos lleva al panorama de Chris Kyle, un hombre sencillo, una familia común, regida por los domingos consagrados a la iglesia y a Dios, una autoridad paterna que enseña al niño -que se convertira en verdugo por sueldo, pero también por convicción- a defender lo suyo y a los suyos. Una historia traumática, en principio, pero también consistente, donde la rectitud conlleva una moral indisoluble, por más criticable que esta fuese.
Allí está el encuentro con la vida común, los disipados momentos de la vida errrante en Texas, cuna del conservadurismo más orgulloso, y de un vaquero disipado que, de pronto, siente el llamado de la Patria una noche de cervezas mientras ve el atentado a la embajada norteamericana en Nigeria. Solo a través del enrolamiento en el Ejército es posible la conversión en un ser de Bien, en un converso.
Una vez más, se prueba la teoría de la historia circular como el sino de nuestras vidas.
(Por lo demás, hay que aplaudir esa elipsis narrativa que nos cuenta el pasado de Kyle, el francotirador en que está basada la película. Solo por esa primera parte, bastaría para hacerle un monumento a Eastwood).
“American Sniper” ha recibido fuego graneado de ciertos críticos y opinólogos, que han visto en ella posiciones reaccionarias o propaganda a favor del belicismo. Han argumentado que “carece de estilo” (????) e incluso algunos más audaces, en el colmo de la indigencia argumentativa, la han tildado de “bodrio” (!!!).
Nada más alejado de la verdad y la sensatez. La película plantea algunas reflexiones muy interesantes sobre la presencia norteamericana en Irak, pero al mismo tiempo es el retrato de un antihéroe. Kyle es el modelo típico de un hombre común, convencido de encontrar en el servicio a su patria un estado de gracia y virtud elevados, aquejado (sí, esa sería la palabra) por un sentido del deber y la misión. No hay linealidad ni propaganda, más bien un sentido del deber y del patriotismo, que parte de la humanidad del personaje antes que de la propia concepción ideológica del director.
Son geniales los momentos en que nuestro personaje, ya en acción bélica, enfrenta paciente, solitariamente a sus enemigos, los acecha en la oscuridad, entre recovecos. Mata, en principio con dudas, luego con tranquilidad, sin estridencias. Se convierte en leyenda del asesinato, al que todos los enemigos temen. Lo apodan “Leyenda”, causante de 160 muertes de soldados iraquíes. Ponen precio a su cabeza. Un hombre común y corriente convertido en un arma letal, hecho del cual no podrá escapar nunca más. Kyle se encuentra a sí mismo, su misión en el mundo, pero, a la vez, en esa constatación, todo empieza a derrumbarse dentro de sí.
Como casi todos los grandes antihéroes de la obra de Eastwood, el de “American Sniper” en este caso termina honrando a su nación enfrentando a sus enemigos oficiales, al costo de destruirse a sí mismo, a liberar a la mala sus demonios internos, a desintegrar su felicidad familiar. Hay una profunda desazón al descubrir lo terrible, patético, inhumano que termina siendo el trauma de la posguerra y cómo transforma a Kyle.
Los personajes secundarios son seres quebrados, empezando por la esposa de Kyle (interpretada por Sienna Miller), siempre con la duda de si su marido va a morir en combate, o si, aún de retorno a casa, simplemente está extraviado, pensando en los avatares de una guerra que ha dejado miles de kilómetros y decenas de semanas atrás.
En American Sniper se siente además la paranoia y lo mucho que pesa en los norteamericanos el palpito de la guerra. La guerra y el conflicto da vueltas y está allí, tanto en la incursión a las bases, campamentos, a los espacios militares, como en la jerarquía social, en los hechos arbitrarios. En la guerra se respira disciplina, abdominales, sudor y una camaradería que nace de lo masculino y de la misión, pero también incertidumbre y soledad. Allá, en Estados Unidos, entre tantas noticias sobre la guerra, también.
Allí, cuando el simbolismo debe dar paso a la acción y esta, al mismo tiempo, capta los detalles de la quebrazón de Kyle, el viejo Clint nos regala espectaculares momentos. Su talento nato para pulir a su personaje, manejar los hilo dramáticos y las codas de acción, para antagonizar a Kyle con Mustafá, (francotirador sirio que trabaja para los iraquíes, igual de letal, igual de duro) es inobjetable.
La escena del encuentro final, a más de dos kilómetros de distancia el uno del otro, en medio de una tormenta de arena, un enfrentamiento colectivo que parece ser imposible de vencer (o de sobrevivir), la cámara que se distorsiona, el vértigo, la nada y solo los sonidos, las pulsiones, la testosterona fluyendo, tiene mucho de western desesperanzando, en medio de un desierto que no es del Far West.
Kyle vuelve a casa vencedor, pero evidentemente vencido. Ya no es el mismo. Tiene dudas, miedos, paranoias, se le eriza la piel y mueve los ojos nerviosamente cuando escucha el sonido de un taladro en un taller de autos en su hogar natal. Uno se da cuenta que su leyenda lo incomoda y no le sienta bien. Es un ser que ya no sabe socializar, que se ha quedado internamente solo.
Solo un extraordinario cineasta como Eastwood puede ser tan sutil pero claro para expresar sin clichés el trauma norteamericano luego del 11 de setiembre, ese furor por la venganza. Esta película no solo es sobre la guerra, es también sobre las heridas que supuran en una sociedad profundamente dañada por el terror y la manipulación.
Kyle es de la estirpe de los personajes protagónicos de “Million Dollar Baby”, de “Unforgiven” o de “Gran Torino”, por ejemplo. Comparte el desaliento y el sentido del deber. Kyle cree en su cruzada y literalmente está dispuesto a morir por ella (o en todo caso no temer a la muerte).
Existe una gran escena en el cual el protagonista, luego de volver de la misión en Irak, conversa con un psicólogo. Ese le recuerda que han matado a cientos de hombres en combate y le pregunta si todo está bien. Kyle dice, lacónicamente, que todo está bien, aparentemente seguro de sí. En cambio, los gestos del rostro, el fraseo, los ojos de Bradley Cooper señalan algo preocupante, estresante, irremediable. Una epifanía de la desesperanza.
Cine recio y frontal, en “American Sniper” lo épico termina siendo succionado por la desesperanza, por la resignación, por la naturaleza de las cosas. Eso también es el destino de su protagonista, suerte de Pastor de verdades, que busca en medio de las tinieblas su propia guerra justa, pero en el camino descubrirá otra maldita guerra que terminará devorándolo, a sus convicciones y a él mismo.
Algo hay de fatalismo en “American Sniper”, pero no por ello carece de humanidad. Eastwood deja de lado sus convicciones y narra desde el sentimiento crítico, con la sensibilidad de sus ideales, pero sin convertirse en propagandista de sus propios furores. Hay aquí también sutileza y complejidad, allí donde otros hubiesen sido panfletarios (pienso en el embustero Michael Moore o en el cada vez más extraviado Oliver Stone).
Eastwood sabe combinar lo descriptivo con lo metafórico, lo banal con lo simbólico, lo horrible con lo memorable. Expresa en imágenes una serie de ideas y pensamientos. Como diría don Héctor Soto, tiene muchos registros porque es un cineasta total. Película dura, cruel, por momentos desgarradora, “American Sniper” nos enfrenta al hecho mismo de descubrir que todos, de alguna u otro modo, estamos unidos al conflicto, íntimamente conectados a la guerra.
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