Festival de Cine de Lima 2018: «El motoarrebatador», de Agustín Toscano (Argentina)


El motoarrebatador, cinta argentina de Agustín Toscano, cuenta la historia de dos perdedores que encuentran mucho en común debido a una situación lamentable. Es una drama sorprendentemente intimista que se desarrolla de manera pausada pero intrigante, gracias al contexto en el que se desarrolla —una Tucumán al borde del caos, en la que los saqueos son el pan de cada día— y a la caracterización de dos protagonistas que, gracias a una correcta dirección de actores, terminan fascinando.

Sergio Prina interpreta a Miguel, un motociclista que junto a su amigo El Colorao (Daniel Elías) roba a la gente en la calle, escapando lo más rápido que pueden. Es precisamente durante uno de esos atracos que dejan a una señora tirada en plena acera luego de arrebatarle su cartera, situación que deja muy incómodo a Sergio, a pesar de que logra dividirse el botín con su seudo amigo en las afueras de Tucumán.

Utilizando los documentos que encontraron en la cartera, Sergio ubica a la señora en un hospital cercano y descubre que se trata de Elena (Liliana Juárez), una trabajadora del hogar que, aparentemente, vive sola en una casa, acompañada únicamente por sus mascotas, un gato y un perro. Consumido por la culpa, Sergio se hace pasar por un familiar de la señora que tras el accidente ha perdido la memoria, y se dedica a cuidarla y alimentarla en su cuarto de hospital, tanto así que termina acompañándola a su casa, convenciéndola de que está alquilando un cuarto ahí desde hace un tiempo. Pero poco a poco, la mentira creada por Sergio irá siendo develada, lo cual le traerá numerosos problemas, muchos de los cuales no ayudarán a resolver sus conflictos internos.

Como decíamos, Miguel es un protagonista fascinante. A primera vista, se trata de un ser humano deplorable, un hombre que, debido a las condiciones en las que se ha criado y en las que vive, ha recurrido al crimen para poder comer y tener dónde dormir. Pero poco a poco, uno va descubriendo que no es tan mal hombre; tiene un hijo de once años al que quiere mucho, y en ciertos momentos, uno siente que se preocupa genuinamente por Elena, cuidándola no solo por lo culpable que se siente, si no porque quizás sí le importa su bienestar.

Al menos en un inicio, “El motoarrebatador” podría considerarse como una historia de redención, en la que uno logra empatizar con un protagonista que está tratando de compensar todas las malas acciones que ha cometido en años recientes. Pero esto no dura demasiado; lo intrigante de “El motoarrebatador” está precisamente en la relación entre Miguel y Elena, una interacción inconsistente que pende de un hilo, y que obliga al primero a plantearse cuestiones morales que no siempre maneja de la mejor manera. Ambos están caracterizados de manera ambigua; Miguel no es un héroe, pero tampoco es el típico criminal inescrupuloso (como sí lo es su amigo El Colorao), y Elena no es la clásica señora adorable, ya que puede terminar desesperando por momentos. El primero no siempre toma las decisiones correctas, y la segunda parece estar ocultando más de lo que uno se podría imaginar.

Tenemos, entonces, a dos protagonistas que generan empatía, y que obligan al espectador a escoger entre ambos; ninguno de los dos tiene un centro moral particularmente claro, y ambos culpan tanto a la sociedad —el contexto tan violento en el que viven— como a sí mismos de sus tragedias y de sus errores. Sí, puede que Miguel haya, hasta cierto punto, decidido vivir del crimen, pero lo hace porque la Tucumán de hoy en día no le da suficientes oportunidades, y porque tienen que mantener un hijo al que quiere mucho. Uno empatiza con ciertos aspectos de su situación, pero no necesariamente con todas las decisiones que toma.

Prina interpreta a Miguel con un hombre siempre al borde de la duda o la desesperación, un ladrón que trata de balancear una vida común y corriente —juega con su hijo, lo deja y lo recoge de la escuela, visita a la madre y, ocasionalmente, tiene sexo con ella— con su “trabajo” y con la situación tan particular en la que se ha metido. Como Elena, Lilian Juárez es excelente; es frágil cuando tiene que serlo —especialmente en las escenas del hospital—, pero también la logra convertir en una contradicción andante, en una mujer vulnerable que debería dar pena, pero que por momentos irrita debido a la manera en que trata —o abusa de— Miguel. De hecho, la relación que mantienen es de mutuo aprovechamiento; él la utiliza para tener un lugar donde dormir y para sentirse mejor consigo mismo, y ella lo utiliza a él para tener compañía, y alguien que la cuida mientras se recupera del accidente.

Desgraciadamente, los personajes secundarios no están igual de bien desarrollados. Camila Plaate interpreta a la ex pareja de Miguel, con más de una escena de desnudo que se sienten gratuitas. Y el Colorao de Daniel Elías es más un estereotipo de criminal, un villano agresivo y violento que toma importancia hacia el final de la película únicamente para que esta pueda terminar de manera chocante.

Más allá de estos personajes secundarios planos y un desenlace anticlimático (incluso relativamente confuso, especialmente la última escena), “El motoarrebatador” es un drama fascinante y bien actuado, una película cumplidora que tiene mucho qué decir sobre la manera en que los habitantes de una ciudad como Tucumán son moldeados por la misma; por el caos, por las huelgas de policías, por los saqueos, por la violencia y por la indiferencia. Es una película sin héroes y sin villanos, en la que uno decide a quién apoyar y porqué, por más que nadie parece manejar una moral muy clara.


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