Festival de Lima: «Yana-Wara», modernidad arcaica en tragedia aimara

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Siempre es fascinante sentir la presencia de lo sagrado en el arte, sobre todo cuando este hunde sus raíces en tradiciones milenarias y las muestra exponiéndolas narrativamente con todas sus consecuencias en el presente, buscando emular con crudeza la irrevocabilidad de la tragedia griega. Es el caso de “Yana-Wara”, la notable película póstuma del realizador puneño Óscar Catacora, quien falleció al poco tiempo de iniciado su rodaje, siendo concluida por su tío, el también cineasta Tito Catacora.

Bajo la sombra de «Wiñaypacha»

Recordemos que Tito fue el productor de “Wiñaypacha” (“Eternidad”, en castellano), la extraordinaria obra de su sobrino y una de las cintas más importantes de los últimos años en el Perú. “Yana-Wara” continúa la huella de su predecesora, aunque –según testimonio de Tito–, Óscar habría realizado una película diferente; lo que nunca sabremos, ni veremos. 

La cinta que comentamos comparte con su antecesora ser una tragedia, estar hablada íntegramente en aimara, recurrir a planos fijos y actores no profesionales, desarrollarse principalmente en exteriores y en áreas marginales (o remotas) en zonas altas de Puno. Pero difieren en aspectos importantes: 1) “Wiñaypacha” es un filme a color y hace un uso intensivo del paisaje, mientras que “Yana -Wara” es en blanco y negro, y el peso del entorno natural –en comparación– es menor; 2) la primera tiene un argumento bastante acotado, genera simpatía y desarrolla una narrativa lineal, mientras que la trama de la segunda es más desarrollada, controversial y tiene una narrativa compleja (racconto, violencia contra la mujer, referencias a la coyuntura política peruana, y componentes mágico-religiosos con algunos toques de cine de terror); y 3) en la primera no hay presencia del Estado, mientras que en la segunda sí y muy significativa, aunque puntual.              

La película empieza con el juzgamiento comunal de Evaristo (Cecilio Quispe), de 80 años, por el asesinato de su nieta Yana-Wara (Luz Diana Mamani), de 13 años. El abuelo narrará ante la comunidad y sus autoridades la trágica historia de la niña, la que se desarrollará audiovisualmente; tras lo cual, la comunidad tomará decisiones de acuerdo con su justicia tradicional. Este es un filme en el que, desde el comienzo, se enuncia el desenlace (por lo que no hago propiamente un spoiler) y lo interesante es cómo se llega a esa conclusión; pero, además, el propio (y casi previsible) desenlace ofrece un interés adicional al dejar abierta la posibilidad de interpretaciones contradictorias. 

Distanciamiento y aislamiento

La película está realizada con gran economía de medios. La mayor parte transcurre en exteriores desolados y cavernas, mientras que un porcentaje menor de escenas se desarrollan en una escuela, un local comunal y un par de cabañas en medio del paisaje andino puneño. La película está compuesta exclusivamente por planos con la cámara fija y con los personajes ocasionalmente entrando o saliendo del encuadre. También hay varios momentos de violencia que ocurren fuera de campo; sin embargo, hay otros en los que la cinta muestra situaciones crudas (la visión un feto y el “análisis” de un cuy abierto, ambos por parte de chamanes), así como la misma muerte de la protagonista (que recuerda a similar situación en el notable filme gallego “Las bestias”). No obstante, llega a predominar un tratamiento sobrio, aunque sofocante para la protagonista. 

En los planos abiertos los personajes muchas veces están en una posición subordinada, es decir, visualmente en una esquina del encuadre o solo parcialmente mostrados; sugiriendo una condición de inferioridad o subordinación, funcionales a la tragedia. Mientras que en los relativamente pocos planos de conjunto, los miembros de la comunidad aparecen “apretados” en el encuadre, salvo al final en que son mostrados en fila en una toma frontal; enfatizando la pobreza de las locaciones y de la calidad de vida. El paisaje natural asume aquí un aspecto agreste y en ocasiones desolado, cuando no amenazante (en escenas nocturnas y/o en cavernas), lo que se refuerza tanto por la composición de los encuadres, la posición de los protagonistas en el mismo y la fotografía en blanco y negro (con momentos que lindan con el expresionismo, además de imágenes que podrían atribuirse a lo sobrenatural).

Todos estos componentes de la puesta en escena crean una sensación de distanciamiento y cierto ascetismo. De allí la cámara fija, aunque en planos de menor duración que “Wiñaypacha” y a pesar de algunas persecuciones; así como la tendencia a los encuadres cerrados –que aíslan (o, valga la redundancia, encierran) a los personajes– mientras que en los planos abiertos estos tienden a estar en una situación de vulnerabilidad o peligro. Aun así, la muerte de la protagonista no deja de ser profundamente conmovedora. 

Pero al mismo tiempo hay una desnudez emocional; los personajes no ocultan lo que piensan ni sus intenciones. Como en “Madeinusa”, la cinta de Claudia Llosa, la acción se desarrolla en un mundo aislado y estático, lo que es destacado por las autoridades comunales advirtiendo –en distintos momentos– a los personajes (y, luego, al resto de la comunidad) que deben callar sobre lo sucedido a comunidades vecinas o a foráneos. Esta advertencia también se explicaría por las acciones ilícitas que se narran. 

Violencia contra la mujer

Yana-Wara

La película expone tres grandes ámbitos de sentido superpuestos: el de la violencia contra la mujer, el mágico-religioso con connotaciones políticas, y el de la tragedia clásica; siendo un factor abarcador la mostración de una sociedad patriarcal y autoritaria. Así, la pequeña Yana-Wara va a una escuela cuyo lema impreso y bien legible dice: “La letra con sangre entra”, y su maestro es un abusador. El sistema de salud mental está compuesto por una curandera y dos chamanes, pero solo estos dos últimos (varones) están capacitados para realizar exorcismos y uno de ellos utiliza –como parte del procedimiento– una violencia extrema contra la protagonista. La curandera, en los hechos, no la ayudará sino que simplemente será una estación de paso hacia el segundo chamán, con consecuencias devastadoras sobre Yana-Wara; sin que quede claro si ello fue a consecuencia de la violencia anterior o como parte de este último ritual (la “pasada de cuy”).      

El filme aborda también el destino de aquellos que rompen los patrones patriarcales o enfrentan los prejuicios machistas. Yana-Wara estará expuesta a una vida de soledad, siendo obligada a unirse a su violador, quién intentará mantener con ella una relación tóxica marcada por el abuso y la violencia. Incluso el único hombre que la defiende –su abuelo– terminará quitándole la vida, so pretexto de evitarle una existencia de aislamiento por la maldición que pesaría sobre ella; sin cuestionar el motivo de fondo: el control masculino total y absoluto sobre la vida de la protagonista. 

Sin embargo, en el tratamiento de la violencia contra Yana-Wara, la película evita el esquematismo y los lugares comunes, resultando más bien sorprendente el rescate de las tradiciones culturales (mágico-religiosas y la justicia comunal) de estas remotas zonas del país. Me gusta sobre todo que estas tradiciones se muestren tal cual son, evitando cualquier idealización, evidenciando la pobreza y marginalidad de la comunidad, pero también el abuso y la violencia.  

La protagonista revela muy pronto en la escuela ser una niña con deseos de aprender y, más adelante, demostrará también cierta capacidad de agencia para resistir la violencia de la que es víctima, como lo fue Madeinusa, el personaje de la citada película del mismo nombre. Desgraciadamente, ella no estuvo en un “tiempo santo” (disruptivo y liberador), como en la película de Llosa, sino que más bien estaba sometida completamente a las tradiciones culturales patriarcales y su vocación de autonomía desaparecería al tener interiorizadas creencias religiosas locales que la atormentaban.

Terrores mágico-religiosos

Estas creencias son una mixtura de ideas cristianas y leyendas tradicionales andinas, en las que conviven exorcismos cristianos con ritos curativos aimaras; rituales que también existen en otros ámbitos de similares condiciones culturales. Así, por ejemplo, la mudez de Yana-Wara es atribuida a haber sido tocada de muy pequeña por un rayo, lo que se interpreta como una maldición sobre ella; debido a lo que, desde el principio, se instaura una sucesión de eventos de “liberación” del demonio que la tendría “atrapada”. 

De esta forma, sobre la estructura de un drama humano infantil se monta una estructura mágico-religiosa consistente con los patrones patriarcales de la comunidad, en la cual ella es víctima de un demonio local (varón), de su maestro (que se comporta como otro demonio, pero del mundo real), una justicia insuficiente del presidente de la comunidad (varón) y ante quienes la autoridad comunal y los chamanes y curanderas nada pueden, salvo violentar y revictimizar a la protagonista, y extenderle un diagnóstico poco esperanzador.   

No queda claro si los tormentos adicionales que sufre Yana-Wara –expresados en imágenes de la deidad local– son pesadillas, alucinaciones (ambos factores internalizados) o presencias sobrenaturales (externas), pero lo cierto es que el filme evoluciona desde el ámbito mágico-religioso hasta adquirir visos del cine de terror, con inesperadas alusiones políticas coyunturales. Sin embargo, la constante en estos tres grandes niveles de sentido a lo largo de todo el filme es la violencia contra la mujer. 

Así como en el mundo real, en el cine también ocurren coincidencias totalmente fortuitas. Pero el asombro puede ser aún mayor cuando el azar determina que los hechos centrales de una película mítico-religiosa y de terror coincidan –exacta e involuntariamente– con hechos de la realidad política del país. Sorprendentemente, los trágicos episodios que se relatan en “Yana-Wara” se replicaron, casi simultáneamente, con noticias de la coyuntura política peruana ocurridas durante los días en que se produjo su estreno en el Festival de Cine de Lima. 

Inesperadas connotaciones políticas

Estas noticias fueron protagonizadas por maestros abusadores, grupos religiosos extremistas defendiendo el patriarcado, el matrimonio infantil y opuestos al aborto legal, en un sonado caso de violación a una menor de edad; con apoyo político de bancadas congresales de extrema derecha y extrema izquierda, por igual.

Primero, una pastora evangélica opuesta a la igualdad de género fue electa presidenta de la Comisión de la Mujer en el Congreso; ella opina que “muchas veces, nos puede parecer que somos más inteligentes que el hombre y es tan triste porque no nos damos cuenta de la posición que Dios nos dio. El señor nos creó para ser ayudas idóneas de nuestros esposos” y, más adelante, sostiene que “Dios creo al hombre para ser el rey, profeta y sacerdote de tu casa [mujer]” y “ninguna mujer tiene el derecho de quitarle al hombre el lugar que Dios le dio… tú no puedes ir en contra de la creación y orden de Dios” (ver el video). Justamente son estas ideas las que definen el patriarcado, tal como lo sustenta el orden social en que transcurre la película y cuyo supuesto carácter “protector” sobre la mujer queda trágicamente desmentido en la cinta. 

Otra noticia, coincidente con el estreno de «Yana-Wara», reveló que “más de 400 docentes sancionados por abuso no fueron destituidos” en escuelas públicas peruanas, tema de notas similares que vienen de meses atrás. Lo que coincide con el punto de partida traumático para la protagonista del filme estrenado, ocurrido en una escuelita pública con su banderita peruana bien puesta. 

Otro congresista, elegido presidente de la Comisión de Educación del Congreso, se manifestó a favor del matrimonio infantil, aunque se abstuvo finalmente de votar en favor de un proyecto de ley que lo prohibía. Precisamente, la película ilustra lo que sucede en muchos casos en que una menor es obligada –trágicamente– al matrimonio para “tapar” una violación (Vía DW.com).

Asimismo, en esos días se debatía el caso de ‘Mila’, una niña embarazada de 11 años, violada reiteradamente por su padrastro y un tío, al que inicialmente una junta médica en Iquitos le negó el aborto terapéutico, el cual se realizó finalmente tras ser derivada a Lima y evaluada por una segunda junta médica. Como era de esperarse, la congresista evangélica revictimizó a la menor, mientras que la propia Conferencia Episcopal Peruana (CEP) de la Iglesia Católica defendió el embarazo de ‘Mila’; con muy poca autoridad moral, por cierto, porque esa institución ha protegido y encubierto –a veces por décadas– justo a personas que han cometido los mismos abusos que padeció ‘Mila’ (además de otros), pero al interior de la propia Iglesia peruana. Y, lo que es peor, manteniendo la impunidad de los abusadores hasta el momento. “Yana-Wara” expone el mismo caso de ‘Mila’, aunque en un contexto ficcionalizado y que se resuelve de manera mucho menos civilizada que el caso real (Vía Ojo Público).

Concatenamiento fatídico

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Si dios existiera, tendría –como sospecho– la forma del puro azar; que, en sus momentos de buena onda, nos compensaría por nuestras buenas obras; y, en relación con la película, revelaría –por pura casualidad o “inspiración divina”– estas coincidencias entre ficción y realidad, en este caso, política. Mientras que, en sus momentos de mala onda, nos enviaría la enfermedad y la muerte; una de cuyas muchas representaciones –como en “Yana-Wara”– sería este concatenamiento de hechos trágicos e ineluctables propios de la tragedia clásica.        

Entrando a los componentes de este género dramático, aparte de la fatal irrevocabilidad antes descrita y en la que se desarrolla la acción, se tiene la presencia de la comunidad como personaje; el que pareciera representar al coro de las tragedias griegas, solo que aquí actúa como un tribunal, conducido por una mujer vestida de negro que ordena e influye en el debate y con participación del jefe local. Sin embargo, es la comunidad la que decide.

El rol de este personaje femenino tiene una cierta importancia como contrapeso relativo a la preeminencia patriarcal (es más escuchada que el propio presidente de la comunidad) y representa, en todo caso, la mantención de un componente matriarcal en el contexto de poder masculino. En esa línea, una persona cercana al rodaje de la cinta me comenta que en la cosmovisión aimara de los Catacora existe un profundo respeto hacia la figura de la matriarca, como persona con autoridad natural. Lo mismo ocurre en la no menos notable “Willaq Pirqa”, el filme de César Galindo, donde encontramos el personaje de Mamá Simona, una matrona muy respetada que puede oponerse públicamente al padre del protagonista y ganar la aprobación de la comunidad. Conozco otro caso en la sierra central del país, pero en un espacio ajeno a lo cinematográfico.       

De otro lado, el proceso judicial, de acuerdo con los usos y costumbres locales, podría ser ilegal, ya que la Constitución peruana, en su artículo 149, establece que las comunidades campesinas y sus rondas pueden ejercer el derecho consuetudinario “siempre que no violen los derechos fundamentales de las personas”. Hasta donde conozco, este es un caso en el que se ha privado del derecho a la vida a la protagonista, por lo que debió procesarse tanto al maestro como al propio Evaristo en la justicia nacional; lo que podría ser uno de los motivos de la orden de silenciamiento a la comunidad sobre la muerte de Yana-Wara y lo testimoniado por su abuelo.   

Adicionalmente, se observa que la justicia tradicional apela también a la violencia (chicotazos) como forma de castigo, lo que es un tema controversial ya que este derecho no ha sido suficientemente reglamentado y existen diversas interpretaciones sobre su alcance y métodos. Violencia que se suma al de la violencia contra la mujer y se integra a un contexto de violencia patriarcal, considerando que estos castigos (en realidad, tortura) son aplicados generalmente por la autoridad comunal, habitualmente masculina. 

En el ámbito de sentido de la tragedia clásica, ninguno de los esfuerzos que se realizan en el marco de la justicia comunal podrá evitar el destino preestablecido de la víctima. Los castigos y sentencia final se quedan cortos y no impiden el daño, los esfuerzos desde el campo de lo mágico-religioso (chamanes, curandera) se muestran insuficientes y, más bien, contribuyen en mayor o menor grado a la violencia física y sicológica sobre la pequeña víctima. Nada puede impedir que se cumpla su destino fatal.

Desde el más allá: ambigüedad y contradicción

En consecuencia, tenemos una interpretación desde el punto de vista de la violencia contra la mujer. Pero también cabe otra lectura, desde los otros dos ámbitos de sentido, el trágico y –especialmente– el mágico-religioso, trasmutado en el género de terror. El destino, en el caso de Yana-Wara, es evidentemente maligno y esto es una peculiaridad importante: lo sagrado deviene en satánico. En tal sentido, la resistencia a la violencia de su profesor podría haber sido también una reacción del demonio que la poseía. La incapacidad de la curandera y el diagnóstico de la “pasada de cuy” terminan apuntando a la imposibilidad de vencer a la deidad maligna; lo que podría haber sido un componente de la motivación para la acción fatal de Evaristo.    

A ello se suma la presencia del propio demonio, con lo cual pasamos de la ambivalencia a la plena ambigüedad, ya que –como lo anotamos anteriormente– no está claro si es una presencia interna (pesadillas, alucinaciones) o externa a la protagonista. Los propios exorcismos y rituales chamánicos hacen parte de lo misterioso y con nula capacidad curativa. Sumando todos estos detalles advertimos que varios de los hechos de violencia relacionados con Yana-Wara pueden haber tenido su correlato en el plano de lo mágico-religioso (es decir, sobrenatural) aunque quizás no totalmente. Siendo, simultáneamente, complementarios y/o contradictorios con el ámbito de la violencia contra la mujer; lo que encuentro fascinante en esta película.

Los componentes transversales de ambivalencia y ambigüedad entre los tres ámbitos de sentido, sumados a lo sobrenatural, refuerzan la contradicción entre ambas interpretaciones del filme: violencia de género versus recuperación de tradiciones culturales mágico-religiosas. El valor de esta obra es mostrar la tragedia de la protagonista desde estas dos miradas, en parte contrapuestas, pero también parcialmente interconectadas. De esta forma, se la puede ver como una crítica a la condición subordinada de la mujer (y, específicamente, de las niñas) en una sociedad patriarcal; crítica que, al haber sido formulada desde el punto de vista de su propia tradición cultural, la involucra también; aunque envuelta dentro del género trágico. 

La obra no niega la existencia de lo mágico-religioso ni sus vivencias, pero se las arregla para ofrecer la faceta más compleja (e incluso desfavorable) de estas; mostrando cómo están impregnadas de un entorno machista, violento y autoritario, reflejado en la irrevocabilidad trágica del mandato religioso (en este caso, maligno) ante el cual se someten o resignan los miembros de esta comunidad. 

Hacía tiempo que no veía una crítica tan devastadora a estos patrones culturales arcaicos, vigentes no solo en sociedades tradicionales sino también en ámbitos presuntamente “modernos” y urbanos; como se evidencia con las similitudes identificadas con hechos similares en la coyuntura política peruana, impregnado de fundamentalismo religioso, represión y señales de autoritarismo. Lo que posiblemente constituya el mayor logro de este filme extraordinario.

Así como las recientes “Willaq Pirqa” y “Diógenes”, “Yana-Wara” hace parte de un fenómeno global marcado por la eclosión de lo étnico, tal como de describí ya en 2009, en la segunda parte de mi crítica a “La teta asustada”, de Claudia Llosa; solo que esta vez la mirada sobre lo andino no es “externa”, como la de Claudia, sino “interna”, desde los propios valores y creencias culturales (en este caso) aimaras; ambas, igualmente válidas en términos artísticos. Solo que la crítica desarrollada en la cinta de los hermanos Catacora es, con mucho, más controversial que las obras nombradas ya que aborda la tradición cultural en toda su complejidad y violencia.

De otro lado, ya van algunas películas recientes donde la contradicción se expone en toda su crudeza y profundidad. Podemos mencionar “Barbie” y, en parte, “Tár”; obras muy distintas pero que plantean contradicciones a nivel estructural, las que no se resuelven del todo o incluso permanecen abiertas, tal como ocurre con “Yana-Wara”.     

La película está interpretada por actores no profesionales, algunos de los cuales no están al mismo nivel de los protagonistas, constituyendo una debilidad de la cinta. Fuera de esto, estamos ante una gran e importante obra cinematográfica, provocadora en el mejor sentido, con inocultables valores artísticos y que testimonia que el cine más interesante que se produce hoy en el Perú ocurre en las regiones –en este caso Puno– y no tanto en la capital del país. Gran película, altamente recomendable.


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