Festival de Lima 2010: Moscú

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En Jogo de cena, su filme anterior, Eduardo Coutinho presenta frente a su cámara, como la (es)cena, a veintitrés mujeres para que alternadamente cuenten qué de interesantes tienen sus vidas. Esta premisa, adrede monótona, es reforzada por un jogo que se intrinca entre la realidad y la ficción: de las mujeres convocadas, algunas cuentan sus verdades y otras, actrices, interpretan las ajenas como propias. Cada cual expresa según su sensibilidad cada emoción, por lo que ninguna nunca será igual a la otra, por más que digan lo mismo. Así entramos al terreno de lo no previsto aunque pareciera todo repetirse. «Sólo me interesa lo inesperado», dice el director brasileño como si faltara aclararlo, y es que nunca quiere saber lo que va a ocurrir cuando filma.

Moscú «juega» lo mismo que Jogo en cena pero en otro nivel, uno superior. Ya no le bastan a Coutinho sólo testimonios en un ambiente a contraluz, sino ahora demanda de una puesta en escena y el compromiso de toda una troupe para llevarla a cabo. Por motivo del próximo estreno teatral de Las Tres Hermanas (1901), obra de cuatro actos de Antón Chejov, la compañía de teatro Galpão, que lleva reunida 26 años y cuya característica principal es el arte urbano, deberá en tres semanas preparar la obra en presencia de Coutinho y su equipo, quienes tomarían registro de lo sucedido en ese lapso.

Pero Moscú no es el diario de los ensayos de ese montaje, sino una adaptación muy independiente, en especial del acto I, de esa obra naturalista, trasladando las escenas de la Rusia de inicios del siglo veinte a un taller oscuro con andamios, escaleras, mesas y espejos, manteniendo vigencia los parlamentos pese al cambio de contexto. La cámara no siempre está invitada, a veces husmea, se cuela entre conversaciones sensibles, declaratorias, que parecen extenderse de sus vidas cotidianas, no obstante, son parte del libreto. Cuando sí, se ubica lejos, abriendo el plano donde la escena se desarrolla como en tablas. Es la óptica de la cámara la que orienta nuestra atención y posterior suspicacia, Coutinho se las arregla con el lenguaje fílmico para ahorrarse verborrea.

Como en Jogo de cena, no nos interesa saber ni de verdades ni de mentiras, sólo sentir la espontaneidad de las emociones humanas, que están por encima de cualquier representación o registro. Es Moscú un filme intemporal, más universal que cualquiera de las que hoy compiten.


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