Experiencias memorables 2023: entre el cielo y el infierno – por Gustavo Herrera

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La cosecha del ’23 ha sorprendido gratamente a este servidor que más bien temía un retroceso en la vigencia de las salas de cine frente a la omnipresencia del streaming, además del desgaste y esterilidad creativas de Hollywood. Lo cierto es que este año se han abierto nuevos horizontes. Por un lado ha bajado la fiebre cultural por los superhéroes, la “secuelas legado” han perdido el sentido que realmente nunca tuvieron, las plataformas online han entrado en guerra consigo mismas, y algunos directores de la vieja escuela se han dado de bruces con el hecho de que una maratón de series en casa no es comparable a una película kilométrica sin pausa para el baño. Por otro lado sí que hubo una maratón atractiva en el fenómeno “Barbenheimmer”, capaz de atraer a quienes se habían alejado de los cines desde antes de la pandemia, y la debilidad de otros blockbusters permitió una diversidad temática en la taquilla mundial donde el modesto Miyazaki pudo colarse entre Wonka y Taylor Swift

Pero lo más insospechado y destacable de este año ha sido la representación de diversidad sexual y el resurgimiento del erotismo en películas de perfil relativamente alto, ya sea por sus estrellas y/o directores, y que solo se puede entender como efecto retardado del auge de series con alto contenido adulto que la juventud global consume como «Takis». Es así que el mediometraje de vaqueros homosexuales de Almodóvar, otrora capitán del desenfreno carnal cinematográfico, ha sido opacado por el torrente de desnudos y escenas eróticas ofrecido por Ira Sachs, Emerald Fennel o Andrew Haigh. Fuera de lo explícitamente sexual, también se han asomado varios protagonistas no heterosexuales, algunos mejor representados que otros, incluso en películas que se enfocan en otros aspectos de sus vidas. También cabe resaltar que la mayoría de estas obras han sido concebidas por representantes de estos grupos sociales.

Como cualquier otro año también queda espacio para historias más convencionales que han logrado desafiar parámetros narrativos, audiovisuales y culturales. Desde historias sobre supervivencia extrema y sobre un arma de destrucción masiva, pasando por retratos de familias imperfectas o destrozadas y de relaciones que pudieron ser y nunca fueron. Inesperadas también han sido las perspectivas conmovedoras sin precedentes sobre inmigración e identidad de género infantil, ambas desarrolladas por mujeres que también ejemplifican el notable incremento de su presencia en un año donde la película más taquillera precisamente le corresponde a una mujer, pese a quien le pese. Dentro del “novedoso” género de las películas-concierto, no puedo dejar de emocionarme al recordar un título y una banda que tuve el lujo de descubrir literalmente a lo grande. 

10. Anatomía de una caída, de Justine Triet

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La muerte de un padre de familia es el pretexto perfecto para diseccionar públicamente el desapego sentimental de su viuda en una corte que bien podría ser un coliseo romano. La directora y coguionista Justine Triet arremete contra un sistema judicial misógino y una sociedad francesa morbosa a través un drama familiar con tintes de humor negro en el que la alemana Sandra Hüller demuestra su idoneidad para historias agridulces como ya lo hizo en Toni Erdmann (2016). Las actuaciones de Antoine Reinartz como el despiadado fiscal y de Milo Machado-Graner como el hijo ciego de Sandra completan un reparto sólido en el que también cabe destacar al simpático perro Snoop.                

9. Pasajes, de Ira Sachs

El triángulo amoroso entre el alemán Tomas, el inglés Martin y la francesa Agathe es la representación más sincera y excitante de relaciones intereuropeas de este año. La película de Sachs también fue el preludio de lo inesperadamente erótica que iba a ser la cosecha del ’23. Pero su fascinación no se limita a sus desnudos y escenas de sexo pues también incluye a un protagonista impredecible, incorregible e irresistible que Franz Rogowski termina por hacer inolvidable. El suyo es un personaje bisexual cuya perversión no radica en su orientación sexual per se (aprende, Bradley Cooper) sino en su personalidad volátil, egoísta e insaciable como la del Casanova más heterosexual.       

8. La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona

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Tras la secuela de Jurassic World y la nueva serie del Señor de los Anillos, Bayona parecía haberse perdido en la planta de reciclaje de Hollywood. Afortunadamente el barcelonés supo encontrar su mejor proyecto desde Lo imposible (2012) en otra catástrofe de proporciones bíblicas: la del fatídico vuelo 571 de 1972. La adaptación de Frank Marshall de 1993 se queda como una parodia al lado de esta representación más auténtica donde la crudeza del deterioro físico y mental de los jóvenes uruguayos es comparable al candor de su esperanza y resiliencia colectivas. Es el mejor tributo posible para los supervivientes y sus familiares, y una lección de vida para cualquiera.              

7. Saltburn, de Emerald Fennell

Mientras Paul Schrader siga gritando a las nubes, yo seguiré alabando esta jocosa y osada fiesta en el infierno de la aristocracia británica. Emerald Fennell puede ignorar a sus detractores y beberse sus lágrimas en la misma bañera que le ha cambiado la vida a Barry Keoghan y a sus seguidores. El actor irlandés también puede respirar tranquilo a diferencia de su perturbado Oliver que hace lo imposible por aferrarse a la vida fastuosa y delirante que acoge la grandiosa finca Saltburn. Su intenso idilio platónico con el Felix de Jacob Elordi es una de las alegorías más provocadoras y creativas de la eterna y universal división de clases sociales.     

6. Secretos de un escándalo, de Todd Haynes

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Todd Haynes se atreve a ir más allá de una dramatización sobre un caso de pederastia que intenta esconderse bajo la burda fachada de un amor incomprendido. Natalie Portman y Julianne Moore se vuelcan en un trepidante juego de espejos que termina por revelar sus respectivas intenciones oscuras, mientras que Charles Melton encarna a un hombre que se vuelve consciente sobre el daño irreparable que sufrió como menor de edad abusado. Sus pinceladas de humor negro y su crítica metatextual sobre la representación ficticia de casos criminales revelan un tratamiento narrativo provocador pero éticamente responsable sobre un tema tabú que debe ser expuesto y confrontado públicamente.                 

5. 20,000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola Solaguren

El tema tabú de la ópera prima de Urresola Solaguren también es digno de reivindicación ante una sociedad que ignora y condena el mínimo indicio de rechazo de un menor de edad hacia su identidad de género asignada al nacer. La historia de Lucía, magistralmente interpretada por Sofía Otero, no pretende reclutar a sus espectadores al “lobby trans” para acabar con la existencia de hombres y mujeres como rebuznan los ultraconservadores. Lo que sí busca es despertar consciencia y empatía por la integridad emocional de aquellos menores que puedan sentirse diferentes y hasta repulsivos para el resto y que crean que no hay lugar para ellxs en este mundo.          

4. Todos somos extraños, de Andrew Haigh

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Andrew Haigh recurre a la magia del cine para una historia de fantasmas madura en la que un londinense solitario se reencuentra con sus padres fallecidos en un accidente de tráfico en los 80, y comparte con ellos los detalles de su vida adulta incluyendo su reciente relación sentimental con un vecino de su edificio. Todos somos extraños representa un viaje sumamente emotivo en el que también caben cuotas de erotismo y fantasía, todo acompañado de una fotografía y una banda sonora espectaculares. El irlandés Andrew Scott se deja algo más que la piel en un rol protagónico que debería abrirle el estrellato que se merece desde hace tiempo.          

3. Femme, de Sam H. Freeman y Ng Choon Ping

Podrá pasar desapercibida como cinta independiente, pero Femme es toda una revelación incluso en un año cargado de buenas historias sobre diversidad sexual. Un thriller protagonizado por una drag queen que, tras sufrir un crimen de odio, se topa con su verdugo en un sauna gay y decide ir tras él como un amante anónimo. El vértigo y la adrenalina se combinan en una aventura predominantemente nocturna donde el concepto de masculinidad se pone a prueba entre logradas escenas de sexo, persecución y pelea. Los británicos George McKay y Nathan Stewart-Jarrett dan vida a la pareja gay más insólita pero convincente del año en una ópera prima de alto calibre.      

2. Oppenheimer, de Christopher Nolan

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Hay que reconocerlo: la imponente taquilla de Oppenheimer no hubiera sido la misma sin el audaz “reto Pepsi” de Greta Gerwig. Dicho esto, la desmedida pasión por la historia y por el cine de Christopher Nolan nos han otorgado una obra donde la explosión de una bomba atómica es tan perturbadora como el subconsciente de su propio creador. Cillian Murphy se consagra con un Oppenheimer aparentemente impasible que enfrenta demonios internos y externos antes, durante y después de dirigir el enigmático Proyecto Manhattan. Una historia decididamente cinematográfica. Las actuaciones secundarias estelares no son más impresionantes que la composición de Ludwig Göransson, la fotografía de Hoyte van Hoytema o el montaje de Jennifer Lame.    

1. Vidas pasadas, de Celine Song

Past Lives

Una historia de inmigración donde las pérdidas son tan grandes como las recompensas, y donde la idea del destino es lo único a lo que queda aferrarse. Celine Song rinde homenaje a su propio pasado y a la resiliencia de millones en el mundo que siempre nos preguntaremos por esas vidas que dejamos en nuestros países de origen. Greta Lee encarna a una inmigrante que se debate entre la felicidad de su presente en Estados Unidos y la nostalgia que le genera su mejor amigo de la infancia de Seúl. El suyo es un drama romántico que trasciende todas las barreras culturales, lingüísticas y generacionales. Una película tan trascendental como el “in-yeon”.

  • Mención honorífica: Stop Making Sense (1984), de Jonathan Demme  

Cierro esta lista con la remasterización de A24 de la película-concierto de una banda para la cual ninguna de las radiofórmulas ochenteras de Lima me supo preparar. Presenciar un concierto de 1984 Talking Heads en una sala IMAX repleta en 2023 ha sido una de las experiencias cinematográficas más fantásticas que he vivido este año. Su valor obviamente no se limita al talento musical indiscutible de David Byrne y compañía. La incorporación gradual de cada miembro de la banda con cada nueva canción, la decoración inicialmente minimalista del escenario, la diversidad de ángulos y movimientos de cámara, y la teatralidad de Byrne hacen que sea un título imprescindible para melómanos y cinéfilos por igual.

Los dejo con una canción que no deja de conmoverme cada vez que la escucho desde que la descubrí, y que resume bien lo mucho que he disfrutado del cine en 2023 y que espero que se repita, si no es posible superarlo, en 2024. 

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