Festival de Lima: «La erección de Toribio Bardelli» (2023), la sinrazón del duelo

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El inicio de La erección de Toribio Bardelli parece, si lo pensamos bien, su cierre. Es una secuencia abrumadora, exasperante, que colisiona a los personajes en una extraña fantasía realista, que, como cualquier clímax, llega a su cúspide poco antes de caer. Las películas suelen funcionar al revés: un estilo que, como una sinfonía, va in crescendo, aumentando su intensidad, hasta rozar lo más álgido y descender de golpe, antes del epílogo. La erección…, quizás conscientemente, invierte ese estilo, dado que ningún otro fragmento del film se sentirá tan intenso como este. Son escenas de ritmo lento, con cuadros que evocan una composición pictórica, con el protagonista en una suerte de éxtasis, un trance emocional y erótico que, sin embargo, no le dura mucho. Adrián Saba filma con la misma evocación a lo absurdo que una película de Paolo Sorrentino, o una de esas secuencias de Roy Andersson, una suerte de excesivo lirismo cotidiano que embellece lo grotesco y manipula los presupuestos narrativos de la audiencia. Luego de este prólogo, Saba retornará a la rigidez en las composiciones por la que se caracteriza. El absurdo en el film será, sin embargo, una constante, como si fuese uno con el duelo, como si la tragedia proviniera, una vez más, del sinsentido. 

Poco sabemos del protagonista del film, Toribio Bardelli, cuando lo conocemos por primera vez. Sabemos dos cosas, que en realidad son una: está desesperado por llegar al orgasmo (lo que le lleva a frecuentar sexotrabajadoras en un hostal al paso) y tiene muchos problemas para alcanzar una erección. La impotencia de Toribio parece la consecuencia (o el origen) del duelo no resuelto por su mujer, fallecida hace poco, y quien, al parecer, le fue infiel por años. Es la misma impotencia que navega por toda la familia Bardelli, un grupúsculo de desdichados soñadores con el futuro incierto y sus emociones a flor de piel. Una hija, la más lúcida del clan, está atrapada, cual cliché de novela, en un tórrido romance con el editor de la revista en la que trabaja, quien no le publica ningún artículo a pesar de su insistencia. La otra hija, ciega y desempleada, llora la pérdida de su casa y la muerte de su mascota, a quien lleva en una bolsa de plástico, esperando darle un pronto entierro. El hijo de Toribio, un actor, alcohólico y sin reconocimiento en su campo, deambula por las calles de Lima, buscando a la madre del donante de corazón que le ha salvado la vida. Cada uno, con su vida a medio hacer, sin mucha esperanza ni motivación, pero movidos por una inexplicable inercia, quizás alguna pulsión del inconsciente, intenta, a regañadientes, darle sentido a su pérdida.

Es evidente que La erección… quiere presentarse como una comedia. Y es, en efecto, una comedia, -una buena comedia, además- porque nunca se toma muy en serio a sí misma. Permite que sus personajes se dejan llevar por sus impulsos y sus represiones. Funciona partir de un montaje flotante, que visita descuidadamente a cada uno de los protagonistas y los abandona justo cuando nos aburrimos. Juega con nuestras percepciones de la realidad, pero solo por ratos y de forma sutil, intentando que no nos demos cuenta. Es una comedia, además, porque detalla con excesiva intensidad temas bastante serios, y sabemos que todo exceso de seriedad se vuelve ridículo. Tiene sentido que el estilo de Saba -una mente particularmente imaginativa que filtra sus creaciones a partir de composiciones bastante rígidas- funcione bien para la este tipo de humor: el montaje permite virar rápidamente de una toma a otra, propiciando numerosas punch lines y chistes visuales, aprovechando, para el placer de la audiencia, la creciente extrañeza los personajes, sus caracterizaciones y decorados. 

Viene bien, entonces, que el cine peruano se escape de la comodidad del realismo social y la urgencia política, y que, a ratos, se torne un cine más posmoderno y rebelde, no necesariamente mejor, pero quizás necesario como punto de fuga ante la saturación. Me gusta que los personajes de Saba habiten en un mundo que se parece mucho al nuestro, pero que, para nuestra suerte, se muestra particularmente distinto, hasta contradictorio, en los momentos más importantes. El limpiador (2012) y El soñador (2016), dos fábulas de ciencia ficción, parecen haber sido el ensayo y error de un estilo mucho más pulido en su tercera película. Saba se ve mucho más maduro en su forma de filmar, a pesar de que, en el papel, esta parece una película más atrevida y disfuncional. Irónicamente, al final, La erección… resulta mucho más mesurada con sus propios excesos. 

Tampoco me malinterpreten: aquí el exceso sigue siendo una constante. Los dos clímax del film (el del inicio y el del cierre, lo que, pensándolo bien, hace que el film parezca una suerte de experimento cíclico y atemporal) parecen provenir de un sueño muy lúcido, que altera ligeramente nuestras expectativas en torno al tiempo y al espacio. En el interín, Saba deja pequeñas vueltas de tuerca, trucos y triquiñuelas, piezas dispersas que podemos encajar en algún orden temático coherente. Veámoslo a detalle. Personajes extraídos de un cuento sin pulir: arquetípicos, inacabados, vacíos. Historias sin mucho rumbo que colisionan una con la otra, y que finalizan estrepitosamente sin llegar a entenderse del todo. Conflictos que nunca suceden más allá de la imaginación, intentos de tensión, parodias de emociones. Un todo artificial. Aun así, el estilo funciona porque, así como la tribulación sexo-fisiológica de Toribio, la historia reconoce que quiere llegar al fondo, pero a la vez admite que, aunque lo intente, no puede sobrepasar la superficie. 

Eso me permite regresar a Toribio, y a su particular modus vivendi: sexo, y sexo duro, obsesivo, viril, como la única manifestación de agencia que le hace sentido. Le fueron infiel y no puede alcanzar la erección. ¿Se puede estar peor en el modelo masculino tradicional? El Toribio que conocemos es un personaje que, por más que se jacte de lo contrario, entiende muy poco sobre el sexo y las relaciones. Sus intentos por alcanzar el orgasmo, bajo esta misma lógica de lo cíclico, lo dejan casi como un niño, curioso, pero ingenuo, exasperado e inexperto. En una escena, ante un cuerpo femenino, el rostro desencajado de Toribio parece el de aquel que se reconoce ante lo desconocido. De hecho, es curioso ver La erección… y a su protagonista, y pensar en La decisión de Amelia (2022) otro filme con un Gustavo Bueno como un anciano que se aferra al deseo sexual como último hálito de vida. Aquí funciona mejor la relación entre actor y protagonista: Bueno parece más natural, porque su personaje proviene de un mundo que ya conoce (al menos, cinematográficamente): al igual que el Teniente Roca de La boca del lobo (1988) y el Humberto de Caídos del cielo (1990), Toribio está perdido en un mundo que ya no siente como suyo y se desespera por hacer que su modus vivendi sea asimilado por el resto. En una escena, Toribio lanza una serie de improperios y una mujer se molesta. “No era para usted. Era para todo el mundo”, dice Toribio. Más claro, imposible. 

Usaría esta frase para sugerir un posible propósito temático en La erección de Toribio Bardelli: examinar, entre tanto ruido y desorden, el desencanto con la vida moderna. Claro, también podemos -y quizás deberíamos- ver al film como una película sexualmente rebelde, un golpe agudo a la falocracia, una disputa al régimen invasivo de la erección como modelo dominante de poder y manifestación expresa de libertad corporal. Pero ese parece solo un aspecto de algo más grande. Los personajes llevan un duelo mucho más profundo que la pérdida de su madre o esposa: es un duelo con la existencia misma, en tanto que sienten que lo han perdido todo, pero que tampoco lo tuvieron, un descontento permanente, sin un origen permanente. Una especie de melancolía que nunca se desprende de ninguno de ellos. A su modo, entonces, parece que la propia existencia es un duelo constante y, así como la existencia, el duelo no es más que una sinrazón. Esto también sugiere el epílogo del filme. Personajes que comparten su miseria porque no saben hacer otra cosa y, entre tanta miseria junta, inevitablemente, casi como una ley natural, queda el humor. El humor que, como la erección de Toribio, no aparece cuando se quiere, sino cuando se necesita.


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